miércoles, 18 de febrero de 2009

Sweet Caroline

"Lo único que quiero es tener algo hermoso"

Timothy Hutton (Willie)

Beautiful girls, Ted Demme, 1996

Bonita película que quizá ha envejecido prematuramente, pero que sigue tocándome la fibra sensible.



Y de regalo, El Rey, en su momento de máximo apogeo, o de su máximo declive, que viene a ser lo mismo para mí



Por dios, qué bien le sentaban a este hombre los barbitúricos.

martes, 17 de febrero de 2009

Microrrelato (VIII)

Finalmente, tras años de infructuosos intentos, logró construir la máquina del movimiento perpetuo. Al cabo de diecisiete días, harto de ella, la destrozó a martillazos

Microrrelato (VII)

"-Oye, y hablando de psiquiatras, ¿no crees que hay por ahí más gente de lo que parece que necesita uno?-

Obviamente, la farola no contestó"

Microrrelato (VI)

-¿Tu crees que hay vida en el Espacio Exterior?
-No lo sé. Lo que si sé es que si seguimos cargándonos los recursos naturales- dijo la pulga- al final vamos a tener que cambiar de perro

Microrrelato (V)

-Estaba un día buscando monedas en la mesilla del cuarto de mis padres cuando escuché unos pasos que se acercaban por el pasillo. Raudo, me escondí debajo de la cama. Era mi madre. Sus largas piernas se balanceaban delante de mí. Conteniendo la respiración, me asomé un poco, lo suficiente para ver sin ser visto. Mi madre se arreglaba delante del espejo. Desde allí abajo pude ver cómo se desabrochaba el sujetador y dejaba al descubierto sus, para mi infantil perspectiva, inmensos pechos rosados. Una especie de rubor dulce y culpable, como no había sentido antes, me invadió paralizándome por completo, e impidiéndome apartar la vista. Entonces mi madre se puso otro sostén y una blusa y se encaminó hacia la puerta. -Cuando quieras puedes salir-, me dijo-

-Todo eso está muy bien, doctor, pero me gustaría empezar ya la sesión-"

Microrrelato (IV)

El término "héroe" cambió de acepción para él el día que supo a qué se dedica un proctólogo

Microrrelato (III)

No conseguía concentrarse con el ruido de las obras en el piso de arriba, así que decidió ir a la cafetería de la esquina. En la cafetería tampoco pudo escribir, pues el hilo musical y el murmullo proveniente de las mesas colindantes le impedían abstraerse. Probó en un banco del parque, pero hacía demasiado frío. Pensó en la Biblioteca, pero ya era demasiado tarde. Así que, desconsolado, decidió regresar a casa sin darse cuenta de que ya tenía su microrrelato

lunes, 16 de febrero de 2009

Microrrelato (II)

Y al mirar por el ojo de la cerradura y verles, comprendió que Santa Claus era en realidad su papá, y que no todos los besos se dan en la boca.

Bermejo y Garzón, o cómo pasarse a Montesquieu por el forro del pantalón



Supongo que la mayoría de vosotros os habreís enterado del asunto, que no dudaría en calificar de anécdota si no pensase que es indicativo de hechos más serios. Aunque es posible que algunos no os hayaís enterado, dada la inusitada discrección con que lo han tratado los medios de comunicación autodenomidados de izquierdas. Resumiéndolo: el juez baltasar Garzón, inmerso en un proceso judicial que salpica directamente a altos cargos del Partido Popular (y todo parece indicar que muy fundadamente, cosa que no me sorprende en absoluto), fue invitado la semana pasada a una cacería a la que también fue invitado el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, del PSOE. La sola imagen del ministro y el juez pasando un domingo de cacería por los montes, rodeados de cadáveres de venados, bastaría para remitirnos a las mejores películas de Berlanga. Que las conexiones existentes entre los distintos poderes del Estado harían revolverse en su tumba a Montesquieu es algo que, creo, sabemos todos, hasta los más cándidos. Sabemos que hay jueces y fiscales de derechas y de izquierdas, del PSOE y del PP, eso, por desgracia, ya no es noticia. Pero lo que más me llama la atención son dos cosas. Una: que casi nadie se haya escandalizado por algo tan evidente como que ministro y juez hayan aceptado un regalo de un particular que, por lo que he leído, superaría con seguridad los 3.000 euros, pues eso es lo que cuesta, tirando por lo muy, muy bajo, una jornada de caza de venados en un coto privado. Otra: imaginaos, amigos míos, sólo por un momento, que el ministro del que estuviésemos hablando fuese Alvarez-Cascos, o Federico Trillo, y el juez, por ejemplo, Eduardo Fungairiño, o Calamita, ése del Opus, y que dicha cacería estuviese situada en el contexto de un macroproceso judicial contra el PSOE. El silencio actual de los medios de comunicación de izquierdas y de los programas televisivos de humor se hubiera tornado en griterío. Portada de El Jueves, seguro. Camisetas en el Rastro, seguro. Los actores en la tele, en el teatro y en la calle metendo caña. Indignación de todos vosotros, seguro. ¿Y qué ha pasado? Como en las viejas películas del Oeste, tan sólo un pedazo de matojo arrastrado por el viento. Silencio. Quietud. Nada.


Tengo amigos que me acusan, medio en broma medio en serio, de ser de derechas, mientras que la gente que conozco que se considera de derechas me toma justamente por lo contrario. El diario que más leo es El Mundo. Supongo que es, en general, el que menos me disgusta, y eso que cada vez me disgusta más, pero a veces me decanto por comprar otros diarios distintos (País, Público...), según el interés que me despierten el contenido y las forma de sus titulares. Me gusta contrastar la información. El caso es que ideológicamente me siento mucho más afín a las tradicionales posturas consideradas "de izquierdas" que a las "de derechas", más cerca de la socialdemocracia que del liberalismo; más, sin duda, del laicismo, incluso del abierto ateísmo, que de cualquier confesión religiosa; etc... pero me jode, me jode muchísimo, esa maniquea división sentimental entre Izquierdas=los buenos/Derechas=los malos, esa especie de ceguera selectiva, de falta de sentio crítico hacia según quién, de la que hacen gala algunos. Y, también, por eso mismo, me jode cuando me decepcionan los que deberían ser "los míos", los que deberían representar aquellas causas con las que me identifico. Parece ser que a quienes se autodenominan de izquierdas le asiste una especie de patente de corso, de superioridad moral implícita que les exculpa automáticamente de todo mal. O sea, si Aznar miente es por los más oscuros motivos, pero si lo hace Zapatero es porque no tenía más remedio. Fidel Castro encarcela y tortura, y se niega sistemáticamente desde hace cincuenta años a convocar elecciones libres, pero es sin duda por culpa del imperialismo yanquee. Los dirigentes del PP, a pesar de renegar públicamente (con mayor o menor sinceridad) del régimen franquista, son un hatajo de fascistas, mientras que gran parte de los dirigentes de Izquierda Unida, esos luchadores por la libertad y la democracia, no tienen empacho en salir a la calle a manifestarse a favor del régimen castrista. Del mismo modo, si Garzón y Bermejo se van de cacería juntos es una mera casualidad, una anécdota sin importancia, mientras que si lo hicieran un ministro y un juez de derechas sería considerado, estoy seguro, poco menos que la antesala de un golpe de Estado. Puede que símplemente me guste incordiar, pero creo que no es eso. Símplemente creo que lo más sencillo, lo menos agotador mentalmente, es dividir el mundo en negros y blancos, en buenos y malos, pero que la cosa no es, ni mucho menos, tan sencilla. Sí, compro El Mundo, aborrezco la hipocresía del PSOE y creo que Zapatero pudo ser alguna vez un tipo honesto, pero que han pasado muchos inviernos desde entonces, y me carga el maldito rollo "buenista" que impide a muchos ver la realidad sin una venda en los ojos. Llamadme facha, si quereís. Así es más sencillo...

domingo, 15 de febrero de 2009

Eluana Englaro. O "Prohibido morirse en Italia"

Eluana Englaro ha muerto. Después de tres días sin recibir alimentación a través de la sonda, ha muerto. Al parecer la previsión de los médicos era que durase un poco más, por lo que, de ese relativamente rápido fallecimiento, sería tentador deducir que la chica (mujer, en realidad, 38 años ya) realmente quería terminar de una vez, y que por eso se rindió tan rápidamente a la muerte. Sería tentador y fácil, pero, por una parte, en general soy reacio a adoptar explicaciones sencillas y mágicas a sucesos complejos, como puede ser el abandono de las funciones vitales básicas por un ser humano en fase moribunda; y por otra parte dudo, a la luz de los datos recabados en la prensa, que el cuerpo que anteriormente respondía por el nombre de Eluana albergase deseo alguno, por lo menos no más que el deseo que un fruto desprendido de un árbol pueda albergar por evitar el proceso de descomposición. Porque esa es otra. Un interesante asunto de reflexión sería hasta qué punto la vida que se supone tenía ese cuerpo al que llamaban Eluana era vida. Supongo que todos estamos de acuerdo en que una manzana colgando del manzano está viva, tanto como lo está el manzano. Pero, ¿y la manzana recién arrancada, sigue viva? ¿En ese caso, cuando deja de estarlo? ¿Cuándo pierde su color verdoso o rojizo por uno parduzco?¿Es eso una manzana viva o un cadáver de manzana? ¿Cuándo pierde su consistencia y se convierte en un amasijo plagado de (ahora sí) otras formas de vida tales como gusanos, moscas y organismos microscópicos? Siguiendo esta, lo reconozco, inquietante y hasta escabrosa línea de razonamiento, ¿estaba viva Eluana o era una especie de pre-cadáver cuya descomposición se trataba de detener o revertir de manera artificial? De todos modos no quiero seguir por ese camino, pues mi intención inicial al escribir este artículo era otra. Del mismo modo rehúso desarrollar otro planteamiento, que es hasta qué punto ese cuerpo, aún admitido como vivo y siendo el de un ser humano, era una persona o sólo lo fue una vez, antes de su fatal accidente.
Era otra cosa sobre lo que quería reflexionar, y no es sobre el comportamiento de Eluana o su ausencia de tal, sino sobre el de todos los demás.
Aquí, un par de artículos bastante parciales y tendenciosos, por más que yo comparta la mayoría de sus tesis, de el diario EL País referidos a este asunto:
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/padre/gano/Papa/Berlusconi/elpepisoc/20090211elpepisoc_3/Tes
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Eluana/descansa/Italia/agrieta/elpepusoc/20090209elpepusoc_1/Tes
Como ya dije en una entrada anterior http://correrescosadecobardes.blogspot.com/2009/02/cuado-muera.html#links), para mí la esencia del debate no está en hasta qué punto tienen derecho la familia de Eluana y los médicos encargados de su caso a terminar con su vida (dejémoslo en que, efectivamente, eso sea vida), sino qué derecho tiene nadie a decretar que una persona tiene que ser mantenida con vida artificialmente hasta el infinito, si ello fuese posible, con su acuerdo o sin él.
Ha habido una agria y encendida polémica en Italia entre los autodenominados "defensores de la vida" (gobierno de centro derecha y derecha en general-aunque odio esa maniquea y a menudo interesada división entre "derecha" e "izquierda", pero ya hablaré de ello en otro momento, si puedo-, democristianos, Vaticano y demás organizaciones religiosas) y la oposición de izquierdas y movimientos laicos. Esa enconada disputa ideológica ha dado lugar a hechos casi cómicos, como el apresurado y patético esfuerzo por parte de Berlusconi y sus correligionarios de "salvar la vida" a Eluana mediante una ley had hoc, contraviniendo una sentencia del Tribunal Supremo italiano favorable a las tesis de la familia de Eluana, y por tanto vulnerando la Constitución y pasándose la separación de poderes del estado por el Arco del Triunfo con toda la tranquilidad del mundo.
El Mundo, precisamente: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/02/09/internacional/1234172283.html
Si he calificado ese intento como casi cómico es porque, tal y como ha sido redactado el primer borrador de esa posible ley, esta obligaba, no ya a mantener artificialmente con vida durante el mayor tiempo posible a todo enfermo terminal hospitalizado en suelo italiano, sino ¡a cualquier persona, enfermos, cuidadores, etc., independientemente de las causas y circunstancias de su afección!
Repetimos, textualmente: "A la espera de la aprobación de una completa y orgánica disciplina legislativa en materia del fin de la vida, la alimentación y la hidratación, en cuanto formas de ayuda vital y fisiológicamente indicadas para aliviar el sufrimiento, no pueden en ningún caso ser rechazadas por los sujetos afectados ni por quien asista a sujetos que no pueden valerse por sí mismos".
Pongamos el caso de un tipo que sufre un infarto, y al que se intente reanimar durante un tiempo prudencial, sin éxito. Lo normal es que, al cabo de diez, quince, treinta minutos, esas maniobras se abandonen debido al irreversible deterioro cerebral que sufriría el paciente y a la imposibilidad de que su corazón pueda volver a latir por sí mismo. Pues bien, dicha ley, aplicada literalmente, obligaría a mantener las maniobras de reanimación y de mantenimiento de esa persona indefinidamente, so pena de cárcel para el personal sanitario que se negase a hacerlo.
O, dicho de otro modo: Berlusconi, en el mayor gesto de hiperbólica megalomanía que soy capaz de recordar, decreta que está prohibido morirse en Italia.
Eso sí que es para morirse, ¿verdad?

jueves, 12 de febrero de 2009

Microrrelato

Nunca, nunca vuelvas a matarme.

Lista: Favoritas y denostadas del mundo del Pop (mamá, no mires)



Hace tiempo, en el 2007, creo, en una especie de diario íntimo que llevé durante unos meses, elaboré una lista (sí, qué pasa, yo también hago listas, y sí, también he leído al puto Nick Hornby) sobre "Las 10 mujeres del Mundo del Pop junto a las que no Me Importaría Demasiado que me Enterrasen Vivo" y otra, complementaria a esta, titulada "Las 10 Mujeres del Mundo del Pop a Las que No les Meteria el Trabuco Dentro Ni Aunque mi Polla Estuviese en Llamas y Ellas Tuviesen el Coño Lleno de After Sun". No sé por qué comparto esto con vosotros, supongo que porque busco vuestra empatía y comprensión, y quizá por un todavía no suficientemente resuelto afán exhibicionista, pero creo que es más que nada por echarme unas risas. Quien no quiera, que no siga leyendo (pero lo hareís, pillines, sé que lo hareís). A lo que iba, la lista era la siguiente:

Las 10 mujeres del Mundo del Pop junto a las que no Me Importaría Demasiado que me Enterrasen Vivo

"1. Leonor Waltling
2. Bebe
3. PJ Harvey
4. Julieta Venegas
5. Ben Harper (vale, es un tio, pero me lo follaba igual)
6. Amy Winehouse
7. Jennifer Lopez (A.k.a: "El Culo"). Sí, soy un tío primitivo, ¿algún problema?
8. La pelirroja de Abba
9. La Spice Girl deportista
10. Sinead O'Connor"


Como habreís podido deducir, estaba pasando por un mal momento. Debo decir en mi defensa, si es que la tengo, que la Winehouse acababa de publicar su segudo Lp, que era aún prácticamente una desconocida, y que todavía no se había convertido en el espantajo que hemos podido ver en las muchas fotos de sus desmanes que han dado la vuelta al mundo. En cuanto a las demás, me reafirmo en lo dicho. Inclusive, a la pelirroja de Abba la vi hace poco actuando en directo, y debo decir que no tendría inconveniente ninguno en proporcionar una noche de inolvidable placer a tan venerable señora.


En cuanto a "Las 10 Mujeres a Las que No les Metería el...", etc., etc... las agraciadas eran las siguientes:


"1. Amaia, de La Oreja de Van Gogh (aunque, si con ello consiguiese que dejara de cantar, cualquier sacrificio seria poco) y sus clones estético/líricos, tipo la de El sueño de Morfeo.
2. Paulina Rubio (en este caso, ni aunque dejara de cantar y de actuar, ni aunque desapareciese para siempre de la vida publica, ni aunque se sometiese a una operación de cambio de sexo y se fuese a Kabul a enrolarse en las milicias talibanes, no, nada, nunca. La detesto con todo el encono del que soy capaz. Para ella, las llamas del Infierno, por toda la eternidad... )
3. Britney Spears
4. Todas las triunfitas menos Chenoa, que tiene una carita de melocotón que...
5. Paris Hilton (en este caso no estoy tan seguro, igual sí me la tiraría, pero le daría un par de buenos azotes)
6. La tía de Kamela. Lo de esa gente es terrorismo sónico.
7. La Spice Girl gordita
Mmmmm…. Vaya, ahora mismo no se me ocurre ninguna otra. En realidad, creo que a todas las demás me las pasaría por la piedra, en un momento dado. Mierda. Estoy muy mal."


Así terminaba. A día de hoy quizá incluyera a alguna más en la primera lista. Así, a bote pronto, pienso en Pink (esa te agarra y te rompe), las Chicks on Speed (así, en grupo, todas a la vez, de otro modo no), Meg White, M.I.A. y alguna zumbada más de esas. Shakira sería ineludible, por supuesto. Ese ombliguito, como diría el Dr. Jones, debería estar en un museo. También Lila Dawns vestida de chamana. Curiosamente, ni Beyoncé, ni Rihanna, ni la de los Black Eyed Peas ni ninguna de esas otras Barbies multirraciales, ni Alicia Keyes, Nora Jones, ni demás muñequitas de porcelana me dicen mucho. Demasiado rímmel, demasiada impostura quizá. O que me va una variada gama de mujeres entre el rollo místico y el psicópata, no sé. Y en mi lista de nuncajamases, aparte de mi archivilipendiada Paulina, de nuevo tengo dificultades para encontrar candidatas. Quizá influya el hecho de que normalmente las tipas que encabezan proyectos musicales dirigidos al consumo masivo suelen ser elegidas tanto por sus atributos físicos como por sus capacidades líricas, cuando no más por los primeros. Así que, desde aquí, aprovecho para reivindicar a las cantantes e instrumentistas menos agraciadas físicamente. Mama Cass, Janis, Aretha, Beth Ditto (de The Gossip), Rosa de España... mi próxima sesión de autoerotismo irá por vosotras. Sois las mejores.

Esa loca cosita llamada amor



Ultimamente aprecio en mi entorno un profundo desconcierto respecto a esa fascinante entelequia que llamamos "el amor". Pueden ser cosas de la edad, de esa tan manida crisis de los treinta, pero el caso es que veo que todos -y digo bien: todos- aquellos colegas míos que rondan o superan la treintena están hechos un lío respecto a ese tema: la búsqueda (o no) de pareja, a la fidelidad amorosa (o no), los mecanismos de la atracción sexual, a los efectos beneficiosos o, por el contrario, perniciosos, del enamoramiento, a la disyuntiva entre monogamia y poligamia, etc...
Evidentemente no vamos a dar ahora, y mucho menos aquí, con una respuesta definitiva a estos temas, máxime cuando la humanidad lleva planteándose estos mismos interrogantes probablemente desde que el primer homínido se sorprendió a sí mismo contemplando con inusitado interés el peludo trasero de su compañera en la rama del árbol. Muchos y mejores que nosotros lo han intentado antes, pequeñuelos: Shakespeare, Aristóteles, Platón, Bukowski, Neruda, Virginia Woolf, Sade, Punset... y tantos otros. A mí me interesa particularmente el tema del amor (término respecto a cuya definición, por cierto, quizá deberíamos ponernos de acuerdo previamente, siguiendo un método rigurosamente cartesiano, pero haría falta otro blog símplemente para tratar de definirlo. Ahí van unos pocos intentos:http://www.proverbia.net/citastema.asp?tematica=1) desde el punto de vista biológico, y más concretamente el de la Antropología, o sea, el amor puramente humano. Es por ello que quiero hablaros de Helen Fischer, una antropóloga especializada en este tema, y cuyas opiniones me parecen de una enorme relevancia e interés. Aquí os muestro un extracto de una entrevista que le hicieron para el Magazine del Mundo (ese baluarte de la derecha más oscura y reaccionaria, sí), que espero que, aunque no aclare definitivamente todas vuestras dudas, cosa que evidentemente no hará, por lo menos contribuya a iluminar tenuemente algunas zonas de penumbra que alberguen vuestros sensibles cerebros y corazoncitos. Ay, el amor...
http://www.elmundo.es/magazine/2004/245/1086186650.html
Y otro vínculo, esta vez una entrevista enfocada más concretamente hacia la feminidad en general: http://www.geocities.com/julia_otero/eps/eps34.html
Por cierto, creo que convendreís conmigo en que la imagen que encabeza esta entrada es de una cursilería francamante estomagante. Quizá esta sea un poco más apropiada:


lunes, 9 de febrero de 2009

Cine (III), sección Tv: Deadwood



Estoy enganchado a una serie de televisión sobre la que había leído en la columna de Carlos Boyero, en "El Mundo". La estoy alquilando poco a poco, y en apenas un par de semanas me he tragado la primera temporada completa y parte de la segunda. Hablo aquí de ella porque creo que, a pesar de haber sido producida para la televisión, no desmerece en nada a la mayoría de las películas recientes ambientadas en el Far West norteamericano. Se llama "Deadwood"(http://www.hbo.com/deadwood/), y transcurre en uno de esos pueblos de fugaz gloria que surgieron en Norteamérica a raíz de la llamada "Fiebre del Oro", a finales del siglo XIX. Violencia descarnada, lenguaje gozosamente soez, guiones que conjugan poesía e iconoclastia, y una producción a la altura que se podía esperar de la poderosa productora HBO, responsable de maravillas del calibre de "Roma", o de las deliciosas y corrosivas píldoras del Dr. House. Mi más viva recomendación, pues.
No creo ser lo que podríamos denominar un teleadicto, precisamente, pero sí puedo ser a llegar un consumidor compulsivo de aquello que me gusta, como esta serie. Hace un tiempo me ocurrió algo parecido con una serie de novelas sobre la Armada Inglesa en tiempos de Nelson en las que se inspiró aquella magnífica película de Peter Weir, "Master and Commander", la serie del Capitán Jack Aubrey y de Steve Maturin, el médico. En dos o tres meses me fundí los 20 volúmenes de sus aventuras, unas siete mil u ocho mil páginas en total. Supongo que puede parecer enfermizo, y quizá lo sea, pero pocas cosas me han producido un mayor deleite en mi vida. Como cuando, con 10 años de edad, me atrapó "El Señor de los Anillos", al que he vuelto dos o tres veces más a lo largo mi vida con igual o mayor dicha.
O "Trópico de Capricornio".
O "La conjura de los necios".
U "Hojas de hierba".
O "Atrapado por su pasado" ("Carlitos Way").
O "Excalibur".
O "El Padrino", la trilogía entera en un día, incapaz de parar.
Tantos otros…
Como viejos amantes, como viejos amigos perdidos en el tiempo, su recuerdo late bajo mi piel, se suma a mi pulso, forma parte de mis fluidos y asfalta mis conexiones. Como viejos amigos, están ahí cuando les necesito.

Cine (II) Kiss Kiss Bang Bang/Brick

Este fin de semana he visto en´Dvd dos películas muy sorprendentes, y bastante recomendables. Ambas son, cada una a su manera, originales variaciones de las clásicas películas de detective. La primera es "Kiss kiss, bang bang", con Robert Downey Jr. (tío, cada vez sales mejor de las clínicas de rehabilitación, no te mueras nunca) y un despersonalizado Val Kilmer, siguiendo la mil veces vista fórmula de colegas incompatibles, en este caso un detective privado cínico y gay y un ladronzuelo de poca monta, amoral y escéptico, que irrumpe por accidente en un casting y acaba en Hollywood aspirando a un papel en una superproducción. No es la pera, pero sí muy ingeniosa, y el guión tiene algunos diálogos antológicos. La otra se llama "Brick", y ha supuesto parta mí una sorpresa mayúscula. Es, igual que la anterior, la típica historia de cine negro, con tipo duro, solitario y lacónico que resiste estoicamente una paliza detrás de otra, chica desaparecida que le partió el corazón, mujer fatal que todos sabemos, incluido él, se lo partirá en el futuro, capo misterioso en la sombra y giros imprevisibles de guión… Lo sorprendente es que todo ese mundo se traslada al típico ambiente de instituto norteamericano del medio oeste, y lo protagonizan un puñado de chavales imberbes. Aparte de un guión inteligente y refinado, aunque demasiado rebuscado al final, para mí el mayor mérito de ésta película es la creación de una atmósfera onírica y desasosegante, hipnótica y turbadora, de una de esas ciudades del Medio Oeste americano, in the middle of nowhere, gracias a una fotografía y una música soberbias. Quien haya tenido el privilegio de ver "Donnie Darko", otra joya de cine independiente y osado, podrá evocar sensaciones parecidas en esta otra película.

Cine (I) 300



Esto también lo escribí hace tiempo, pero me apetece inaugurar una pequeña sección dedicada al cine. A ver cómo me lo montó para ubicarlo en una apartado distinto. De momento, esto es lo que hay.

300


Ayer fui a ver "300", al salir del curro. Día de estreno, el centro comercial hasta las patas, me fumé un petardo descomunal antes de entrar y disfruté como un gorrino. Qué quieres, el niño tímido, gordito y soñador que fui, y que permanece enterrado y oculto bajo el tiempo en la piel, y perdido en los senderos del recuerdo, siempre necesitó de historias así, de gloria imperecedera, de valor inconcebible, de destino inevitable. La película es una completa pasada de rosca, pero, en éste caso, en esta historia, lo peor hubiera sido quedarse corto.
Es curioso, por que hace unos pocos meses estuve leyendo sobre la batalla de las Termópilas. Leí un reportaje en una revista de historia y luego estuve buscando más información en Internet, entre la que descubrí el cómic de Frank Miller. Recuerdo que pensé que se podía hacer una gran película sobre esos hechos. Me interesan mucho la historia antigua y la mitología griega, y la reciente versión cinematográfica de la guerra de Troya, con un improbable pero sorprendente Brad Pitt en el papel de Aquiles, me había decepcionado bastante. Bueno, siendo fieles a la verdad, tampoco mis expectativas eran demasiado elevadas, porque conocía de antemano las limitaciones conceptuales del proyecto. Por ejemplo, en "La Ilíada", los personajes de los dioses son casi más determinantes en el desarrollo de la trama que los de los humanos. Y en la película directamente no existen, los han suprimido. Quedan los hechos de los héroes y se mantiene, en líneas generales, la esencia y el significado de cada uno, pero se despoja a la historia de toda su poesía, de todo su colosalismo, de toda su inevitabilidad. Toda la cosmogonía griega, toda su concepción del universo, de los misteriosos canales que establecen el destino de los hombres, se obvia, se deshecha. Queda una interesante película bélica, y una tragedia aceptablemente sólida, pero "La Ilíada" no es eso, no está ahí. Es como tener "Las Meninas" de fondo de pantalla en tu telefono móvil.
"300" hace justamente lo contrario. Toma un acontecimiento considerado unánimemente como cierto, y documentado con relativa fiabilidad, un acontecimiento asombroso y determinante en la historia de la humanidad, y lo mitifica hasta el extremo. Todo en esta peli es excesivo, menos la duración. Se le pueden hacer muchas objeciones de índole moral o ideológica. Habrá quien sostenga que una historia así no le produce el mínimo interés (y no le faltarán razón ni razones,), o que es una glorificación de la violencia y la muerte (tampoco a estos les faltará razón). Pero es de esta pasta de la que están hechos los viejos mitos, y las viejas leyendas. Te están contando un cuento, chaval. No te lo tomes tan en serio.
Un cuento sobre el valor, el honor, la responsabilidad, el destino y el sacrificio. Como los grandes cuentos. Estilísticamente es tremendamente osada, y técnicamente, es casi irreprochable. El argumento, bueno, es Frank Miller. Te guste o no, ya es Literatura, con "L" bien grandota. Y, sí, vale, en el fondo no es más que una desquiciada fantasía adolescente, apestando a sangre y testoterona, pero, qué coño… Sí señor, con dos cojones.

"¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio...?"

Cuando muera

Redundando un poco en el tema del post anterior, esto lo escribí hace un tiempo, pero los que me conoceís podeís considerarlo una especie de testamento vital. A propósito, me gustaría escribir algo sobre el caso de Eluana Englaro, tan de actualidad, pero no sé si tendré el tiempo o la voluntad de hacerlo, así que, de momento, me limitaré únicamente a lanzar al aire la siguiente pregunta: ¿No creeís que el asunto esencial a debatir en este caso no debería ser el hipotético derecho de la familia y de las autoridades a "desconectar" a la chica, sino, por el contrario, el derecho a mantener con vida artificialmente a un ser humano mientras este no haya expresado previamente su acuerdo? O, dicho de otro modo, ¿qué legitimidad pueden tener tanto los familiares como el Gobierno italiano para mantener con vida gracias a determinada asistencia mecánica a una persona que debería haber muerto naturalmente muchos años atrás, que no tiene (el consenso de los médicos es absoluto en este punto) posibilidad alguna de recuperar unas mínimas facultades de raciocinio, y que es de todo punto incapaz de manifestar su acuerdo o su desacuerdo con esas medidas?¿Qué derecho tiene quién sea a no dejar que muera?
En fin. Por si las dudas, en un caso similar, a mí que me desenchufen, ¿vale?

"Cuando muera no quiero un funeral triste. Es más, no quiero ningún tipo de funeral, aunque podéis hacer uno si os apetece. A mí ya me dará lo mismo, estaré muerto. No os preocupéis por mí ni me tengáis lástima, preocupaos mejor por vosotros. Haced lo que os haga sentir mejor. Si quereís enterrarme, pues enterradme. Incluso si quereís traer un cura y todo eso, adelante. A priori me parecería ciertamente absurdo, pues tengo tanta fe religiosa como una anchoa del Cantábrico, pero en ese momento ya nada podrá molestarme, vosotros mismos. Si quereís conservar mis cenizas, conservadlas, y si quereís tirarlas al mar, tiradlas. Por mí como si os las fumaís. Eso sería precioso, en realidad. También podeís fumaros parte y enterrar el resto, si es que no hay unanimidad. Podeís plantarme encima un arbolito, o darme como alimento a los leones del zoo (¡Hey, eso sería la caña!). Vamos, que me da igual, no sé como están las leyes en ese sentido, pero podeís intentar ser creativos con el fiambre.
Y en cuanto a vosotros, creo que será inevitable que os pongaís tristes. Me gustaría que no fuese así, aunque en el fondo me sentiría íntimamente decepcionado si fuese de otra manera. Pero, por mí, como si bailaís jotas. Si puedo hacer una sugerencia, siempre me ha molado la típica imagen de los funerales irlandeses, con la gente bebiendo y bailando al son de la música y el cuerpo del difunto en el centro de la sala, recordando a todos el privilegio de estar vivo. Aunque, no, bien mirado, yo ahí en medio, todo tieso y grisáceo cortando el rollo… Quizá si me poneís unas gafas de sol y un cigarrillo en los labios quedaría hasta gracioso. Pero sí, un buen fiestorro estaría bien. En plan banquete, con jabalíes humeantes como los de Astérix y Obélix y abundante cerveza, en honor a mis orígenes celtas. Lo que queraís.
Si preferís no pensar en mí, no lo hagaís. Seguid adelante, sed felices. Pero si pensaís en mí, pensad en que fui feliz, bastante feliz. Mucho, en ocasiones. Y en que os quise muchísimo, y que fuisteis las estrellas que determinaron mi Norte y el viento que me movió, y que todos fuisteis un prodigio y un maravilloso enigma para mí. Y en que lo que fui lo fui por vosotros, y para vosotros. Pensad que no pude imaginar unos padres mejores que vosotros, ni pude ser un niño más feliz. Piensa que a veces sentía ganas de llorar, abrumado por la gratitud de contar con un amigo como tú. Piensa que te quise como se quiere en los cuentos, piensa que nunca amé a nadie como a ti. Piensa que hiciste que valiese la pena vivir mi vida. Me iré feliz por ti, cuando me vaya. Piensa en eso."

A mi aitona

Esta fue la carta que leí en el funeral de mi abuelo, la cuelgo aquí como homenaje a él:

"Nunca llegué a conocerte como me hubiera gustado, aitona. Durante mi infancia eras para mí esa figura distante y mítica que presidía la mesa con autoridad silenciosa, esa presencia imponente de voz grave y de mirada impenetrable ante la que no cabían peros. Eras la máxima representación del misterioso mundo de los adultos, el dios padre de ese particular olimpo que componía nuestra familia, por lo que siempre te miraba con una mezcla de temor y respeto reverenciales. Tu mera presencia imponía la calma en el alboroto de nuestros juegos infantiles.
Luego, conforme los años iban pasando, durante el tránsito de la infancia a la adolescencia y de esta a la madurez, pude apreciar otros aspectos de ti. Desgraciadamente, al contrario que mis primos Mónica, Iñigo, Arantxa y Jaione, de cuyo día a día formaste casi siempre parte, ni mis hermanos ni yo tuvimos ocasión de pasar demasiado tiempo cerca de ti y de la amoña. La lejanía geográfica hizo que sólo pudiéramos veros de manera ocasional, en vacaciones, Navidades y con motivo de algunas celebraciones especiales. Supongo que la reserva natural típica de un chico a esa edad, tu carácter poco dado a las manifestaciones gratuítas de afecto y el bullicio habitual que se formaba cuando el clan de los Menchaca se reunía al completo, hicieron que tuviésemos pocas ocasiones de hablar a solas. Sin embargo recuerdo alguna de esas conversaciones en las que me contaste cosas de tu juventud y alguno de tus muchos viajes, que me permitieron vislumbrar de manera fugaz una vida mucho más plena y rica en experiencias de cuanto imaginaba. Comencé a apreciar las peculiaridades de tu carácter, a admirar la rectitud, la seriedad y la constancia que determinaban tus acciones. Empecé a alardear ante mis amigos de cómo a tu edad seguías subiéndote a la bicicleta con disciplina espartana, de cómo tu carácter inquieto y autoexigente hacían mis conocimientos en informática comparables a los de un niño de primaria comparados con los tuyos. En definitiva, empecé a darme cuenta del gran hombre que era mi abuelo, mi aitona. Empecé a darme cuenta de la pasta tan especial de la que estabas hecho. De Bilbao tenías que ser, claro.
Ahora que no estás físicamente entre nosotros espero que tu ejemplo me inspire como seguramente inspirará a todos cuantos te rodearon. Hiciste muchas cosas remarcables en tu vida, fuiste un paradigma de honestidad y de eficiencia, pero sin duda habrá personas aquí mucho más cualificadas que yo para dar cuenta de todos tus logros personales y profesionales. Sin embargo, creo que la gran obra de tu vida está aquí, que la tengo delante de mí. En estos dos últimos días han sido varios los momentos en que, sin pretenderlo, me he sorprendido a mí mismo tratando de observarlo todo desde fuera, a tu mujer, a tus hijos y a tus nietos. Y he visto, por supuesto, momentos de abatimiento, de tristeza y de nostalgia, pero han sido los menos. Sí, aunque pueda parecer sorprendente. Sobre todo he visto cariño, ternura y afecto. He visto, aun en estas desgraciadas circunstancias, muchos momentos de alegría, de risas y de bromas, y, sobre todo, una apabullante sensación de regocijo por estar todos juntos otra vez, por tenernos los unos a los otros. No he visto por parte de nadie la necesidad de fingir una pesadumbre artificial ni de escenificar la pena, no he visto ninguna impostura. Cuando hemos sentido ganas de llorar hemos llorado, y cuando hemos querido reír hemos reído. La pena de verte partir ha sido muy grande, pero aún mayor ha sido el orgullo de haberte tenido entre nosotros.
Esta es la gran obra de tu vida, Tomás, tu familia y todos cuantos estamos aquí para despedirte. Tú has sido la piedra a partir de la cual se ha ido cimentando esta familia, y la amoña es la argamasa que la ha mantenido unida. Y este edificio que entre los dos habeís construído es tan fuerte y tan sólido que no creo que nada vaya a derribarlo nunca.
Seguirás con nosotros por siempre. Físicamente en tus hijos, en tus nietos y en tus bisnietos, y en nuestros hijos y en los hijos de nuestros hijos. En todo cuanto de bueno hagamos en nuestras vidas estarás tú, todo cuanto fuiste y cuanto nos transmitiste. Y en espíritu, cada vez que volvamos a reunirnos todos juntos también estarás, como un manto protector que nos envuelva, nos abrigue y nos proteja.
Tuve la suerte de poder verte hace poco por última vez. Tu cuerpo y tu aspecto ya no eran los mismos, pero tu mirada conservaba la misma fuerza de siempre. No pude decirte todo lo que me hubiera gustado y que trato de decirte en estas pocas líneas, pero sé que te alegraste de poder ver a tus bisnietos por última vez.
Te vas como viviste, del mejor modo posible, con una dignidad y un tesón ejemplares. Tu vida ha sido un regalo para todos nosotros. Si hay alguien en este mundo que pueda descansar tranquilo, ese eres tú. Gracias por todo, aitona. Te quiero."

sábado, 7 de febrero de 2009

Los pinos de Bristlecone


Esta es la historia -verídica-del árbol más viejo del mundo. El final de esa historia, más bien. Y es también la curiosa historia de dos hombres, la de un hombre a quien la vida concedió la culminación de un sueño, y la de otro hombre, otro científico de infausto recuerdo, que, contra su voluntad, habría de escribir su nombre, con letras de oro, en el Libro de Honor de los Mayores Gilipollas que en éste mundo han sido.
Hasta mediados del presente siglo, estaba científicamente aceptado que los árboles mas viejos del mundo eran las sequoias de América del Norte, habiéndose datado algunos ejemplares de más de 3.000 años de edad… 3.000 años, se dice pronto, ¿verdad? Son, asimismo, y esto es irrefutable, los seres vivos más grandes sobre la tierra. La sequoia más grande que se conoce en la actualidad es el "General Sherman", un coloso de 90 metros de altura (el equivalente a un edificio de 27 plantas) y 11 metros de diámetro en la base, el Goliat de todos los seres vivos sobre la tierra.
Pues hete aquí que un buen día, allá por 1954, el paleobotánico Edmund Schulman pasaba por las Montañas Blancas de California y decidió ir a ver unos árboles que, se comentaba, tenían pinta de ser muy viejos, los llamados pinos de Bristlecone. Estos curiosísimos árboles crecen en las montañas Blancas, entre California, Nevada y Utah, y su aspecto es realmente sorprendente. Retorcidos, pelados y secos, sus gruesas ramas nudosas se intrincan en un aullido silencioso e inmóvil, dándoles un aspecto sobrenatural, fantasmagórico, parecen salidos de una película de Tim Burton. Las fotografías que de ellos he visto transmiten un sentimiento de desolación absoluto. Crecen a gran altura, al límite de la existencia de vida vegetal, y muchos parecen estar muertos a simple vista. En ocasiones sólo un pequeño número de hojas indica que en ese organismo todavía hay vida. Por ejemplo, en uno de los más ancianos, el pino Alfa, toda su vida se concentra bajo una minúscula porción de corteza de varios centímetros…
Parece ser que Schulman no albergaba demasiadas esperanzas de descubrir nada relevante, pues para un buscador de tesoros vivientes como él, los falsos rumores estaban a la orden del día.
Qué no daría yo por haber sido Schulman aquel día, el día en que descubrió que aquellas criaturas extrañas e ignoradas superaban en algunos casos los 4.000 años de edad.
Schulman dedicó los años siguientes al estudio de esos árboles, descubriendo fascinado que los más viejos eran los que vivían en peores condiciones ambientales y en las zonas más yermas. En 1957 encontró un ejemplar de 4.723 años, al que llamó Matusalén. En la actualidad es considerado el ser vivo no clonado (algas, por ej.) más longevo que se conoce. Y subrayo "en la actualidad". Ahora explico por qué. El caso es que el nombre de Edmund Schulman quedará por siempre ligado al descubrimiento de su asombroso descrubrimiento. Hay un bosque en las Montañas Blancas, donde dormitan algunos de los árboles más ancianos del mundo, que se llama "Arboleda de Schulman" en honor a este señor, y espero que Matusalén se encuentre en ella, por muchos, muchos años más.
Todos estos acontecimientos nos llevan a la tragicómica historia de otro hombre, Donald M. Currey, y de cómo un simple acto imprudente y fortuito, una decisión mal tomada en el peor momento, puede marcar el recuerdo de un hombre para siempre.
Donald M. Currey era por entonces un estudiante de Geología que se encontraba por la zona realizando un estudio sobre glaciares. Oyó hablar de los Pinos de Bristlecone y decidió dedicar un tiempo a estudiarlos. Con herramientas de perforación pudo tomar muestras de varios ellos y recabar información sobre su edad, dando con varios ejemplares que superaban los 4.000 años de edad. Al parecer tuvo problemas con uno de ellos, WPM-114, también llamado Prometeo, y su herramienta se rompió, o no fue capaz de horadar el tronco a suficiente profundidad, la verdad es que no conozco el motivo exacto, pero el hecho es que al tío, al manazas, al torpe, al inepto, al atontao, al cazurro de Donald, no se le ocurrió otra cosa que pedir permiso a las autoridades locales para talarlo. Hala, di que sí, con alegría, chaval… Y a los otros soplapollas no se les ocurrió otra cosa que concedérselo, claro.
No me gustaría ser Donald M. Currey el día que descubrió que se había cargado de un tajo a la criatura más anciana sobre la tierra, al abuelo de todos los seres vivos. Prometeo tenía unos 4.900 años de edad, poco más o menos, en el momento de su muerte. Antes de las Pirámides, antes de Jesucristo, antes de casi todo, Prometeo crecía solitario, ajeno al mundo.
Parece que ser que el hecho provocó bastante revuelo en la comunidad científica, y no era para menos. Se alzaron numerosas voces de protesta y se declaró a la zona Parque Nacional, con fines preservativos. Actualmente el paradero exacto de" Matusalén" se mantiene en secreto, para garantizar su seguridad frente a actos vandálicos o científicos descerebrados. El caso es que el bueno de Donald siguió adelante con su vida, y, de hecho, buceando en Internet he comprobado que el tío llegó a ser profesor emérito en la Universidad de Utah, y que publicó varios libros y estudios importantes. Bien está, Donald. Parece que fuiste un científico estimable, y seguramente fuiste una buena persona, apreciado por tus colegas y respetado por tus alumnos. Probablemente fuiste un buen padre también. Podías ser un tipo salao, y todo, un buen compañero para departir frente a unas cervezas, quién sabe… Pero siempre serás el capullo que se cargó a la criatura más vieja del mundo, al Abuelo de Todo. Gilipollas.

http://www.youtube.com/watch?v=dD-yojX5iEk

Narrativa (III): El rayo que cae del cielo

Seguro que recuerdas como empezó todo. No hubo trompetas del Día del Juicio Final, ni plagas bíblicas, ni legiones de ángeles bajando del Cielo.
Comenzó de la forma más terrible, sin darnos cuenta. Sibilina y traicioneramente. De manera absurda, inexplicable, ilógica, incongruente. Es algo que aún ahora, a día de hoy, nuestra inteligencia se resiste a aceptar. Sabrás que fue durante una aparición pública de George Bush, en Jacksonville, Waco, o algún baluarte cristiano fundamentalista de ésos; no recuerdo bien y además el detalle no tiene demasiada importancia. Hablaba sobre la guerra de Irak, con su habitual tono entre cómico y chulesco. El Congreso de los Estados Unidos había dictado una resolución a favor de la retirada de las tropas de ocupación norteamericanas en aquel país, pero Bush respondía que, por el contrario, había que dedicar más recursos y enviar más soldados, que el conflicto estaba entrando en una fase crucial, la fase de la victoria definitiva sobre los insurgentes, y que sería un acto bárbaro e irresponsable abandonar el país en tales circunstancias, más aún cuando la luz de la esperanza en un futuro próspero y democrático para Irak se vislumbraba ya en el horizonte, y que no era sólo la liberación del país lo que estaba en juego, sino que todo formaba parte de una lucha global contra el Terror y la Anarquía, y que los Estados Unidos de América no iban (a diferencia de otras potencias por todos conocidas, tan autocomplacientes y pagadas de sí mismas que no mostraban el coraje y la altura de miras que se les debería exigir, y que parecían haber olvidado los tiempos en que ellas mismas estaban sumidas en la oscuridad de la tiranía), no iban, repetía, a desentenderse de su obligación moral para con los países más desfavorecidos, ni de los deberes derivados de su posición de liderazgo en el mundo, posición que los Estados Unidos de América asumían, dijo, con orgullo y con determinación. Fue entonces, cuando el fragor de los aplausos era más estruendoso, en la apoteosis del mítin, cuando, elevando sus ojillos felinos hacia un imaginario cielo sobre el pabellón de deportes, dijo: "Dios salve a los Estados Unidos de América" y desapareció.
Desapareció, sí. Literalmente. Ante la mirada de millones de televidentes en todo el mundo... desapareció. No se oyó un "plin", ni un "ploc", ni un "chas", no hubo un destello de luz ni dejó un montoncito de cenizas en el suelo para los investigadores, ni una frágil voluta de humo serpenteando a la luz de los focos, ni por supuesto un delator rastro de azufre, nada. Simplemente ya no estaba ahí. Donde antes había un despreciable hombrecillo en traje y corbata, ahora sólo había aire.
Durante un mágico instante, eléctrico y sobrecogedor, nadie supo reaccionar. La mayoría de la gente en el pabellón no se había dado cuenta de nada y seguía a lo suyo, agitando banderitas y cantando con lágrimas en los ojos y la mano en el corazón, y los que, por deber profesional, abnegada reverencia o simple casualidad, habían estado observando al presidente en el momento de su desaparición, tardaron varios segundos en asimilar intelectualmente el prodigio del que sus ojos acababan de ser testigos. Primero con cierta sorpresa, con una difusa incredulidad, las personas más próximas a la tribuna comenzaron a buscarse con la mirada, con la esperanza de hallar en los demás rostros la explicación a tan peculiar fenómeno. Algunos incluso sonreían, anticipando el desenlace de la broma. Pero nada nuevo acontecía, el presidente no reaparecía y el lugar donde había desaparecido permanecía aterradoramente vacío, como si el hueco dejado por su ausencia hubiese formado un ente corpóreo que todos pudiesen ver, como un volumen transparente.
La sonrisa se congelaba en los rostros de la vicepresidenta y de los asesores presidenciales, y los aplausos de la gente se hacían arduos y pegajosos a medida que empezaban a comprender. Entonces alguien dijo que las cámaras seguían grabando, que estaban en directo, y otro alguien dijo que había que hacer algo, y otro alguien dijo que sacasen de allí a la vicepresidenta sacando leches, pero no así, discretamente, joder, y entonces la tribuna se llenó de hombres de negro y alguien comenzó a gritar ahí al fondo, y luego se escucharon más gritos y la gente empezó a levantarse atropelladamente de sus asientos, y entonces la tele dejó de emitir.
Todos en el planeta desayunamos con la noticia. Las portadas de los diarios competían entre sí con negros e hirientes titulares, en la televisión las diferentes cadenas percutían con incesantes avances informativos, y la gente en la calle y en sus casas comentaba el suceso con moderada preocupación, con escepticismo o con atolondrada alegría, y no tardaron en aparecer los primeros chistes fáciles sobre el asunto, identificando el paradero de Bush con el de las famosas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. Pero todos, sin excepción alguna, confiaban en una pronta, racional, y probablemente sencilla explicación a ese suceso, y con ese convencimiento cada uno siguió con su vida.
Pero no hubo una explicación al día siguiente, ni al siguiente. Mientras la Casa Blanca mantenía un severo y preocupante mutismo, por todas partes, en la prensa, en los foros políticos, en debates televisivos, en las charlas de bar, en los taxis, germinaban distintas teorías respecto al incidente, pero la opinión mayoritariamente extendida en mi país sostenía que todo ese circo no era sino un nauseabundo montaje, una desconcertante maniobra de propaganda urdida por los propios americanos ante el raquítico índice de popularidad de Bush en los últimos tiempos, o para justificar cualquier otra irreflexiva campaña de conquista en nosedónde.
Pero al fin, al tercer día, hubo novedades. Vaya si las hubo.
"Interrumpimos nuestra programación para ofrecerles una alerta informativa. Conectamos en directo con la Casa Blanca. La vicepresidenta de los Estados Unidos, Condoleeza Rice, quiere mandar un mensaje a la nación (a la suya, obviamente)", etc…
Salió la tipa con traje rojo de falda y chaqueta y con un gesto más adusto de lo habitual , lo que ya era decir, en su oscuro rostro. Portaba un grueso dossier que no abriría a lo largo de toda su declaración. Comenzó diciendo que quería transmitir un mensaje de tranquilidad al país y a las demás naciones, que comprendía que la ausencia de declaraciones oficiales desde la Casa Blanca en los últimos días hubiese contribuido a la intranquilidad de los medios de comunicación, pero que tal ausencia se debía a una necesidad por parte del Gobierno de los Estados Unidos de estudiar con calma y a fondo la situación, a fin de ofrecer ante ella la respuesta segura y firme que el pueblo norteamericano demandaba, y que ahora comparecía por que el Gobierno creía que era el momento de compartir con el resto del mundo esa respuesta.
Siguió diciendo que al amparo de los numerosos, infalibles e irrefutables datos proporcionados por los servicios de inteligencia, el Gobierno de Estados Unidos tenía el convencimiento absoluto de que Venezuela andaba detrás de todo esto. Todo parecía indicar que el Gobierno dictatorial y tiránico presidido por Hugo Chávez, declarado enemigo de Estados Unidos y de la Libertad, con la indudable colaboración de otros regímenes malignos, había tramado y ejecutado este burdo pero inesperado atentado contra la integridad del presidente, al que con seguridad mantenían cautivo en un lugar que, por supuesto, si la CIA conociese, no cometería la imprudencia de desvelar. Y que, por tanto, dando como iniciadas las hostilidades por parte de la República Bolivariana de Venezuela, los Estados Unidos de América declaraban la guerra a ese país y a sus colaboradores en tan insensata provocación. La Flota del Atlántico ya había recibido la orden de tomar posiciones alrededor de Venezuela y de Cuba en vistas a una entrada en acción inminente. "No, no hay preguntas. Los enemigos de América subestiman nuestro coraje y nuestro orgullo, y pagarán por ello. América prevalecerá. Dios salve a América".
Y, dicho esto, desapareció.
Ahí sí se armó un buen pollo. ¿Otra vez? Esto sí que era el colmo. Comenzó un período de confusa algarabía que en adelante ya nunca cesó. Todo el mundo se preguntaba, todo el mundo tenía una opinión. A veces costaba abstraerse y pensar en otras cosas, aunque, en general, la gente tenía otras preocupaciones más mundanas e inmediatas y la vida en mi ciudad seguía igual. Pero lo siguiente ya sí que fue la caña. TODA la puñetera Flota del Pacífico de la Armada estadounidense desapareció de repente, por completo, sin dejar más rastro que colillas de cigarro y bolsas de patatas y ríos de mierda. Pudimos verlo por Internet, en grabaciones clandestinas.
El sentir del mundo se polarizó entonces. Desde la preocupación, el desconcierto y la congoja en los llamados países avanzados del Primer Mundo, especialmente en unos Estados Unidos en estado de shock, hasta un inmoderado júbilo en numerosas regiones del mundo, y una particular y sedienta alegría en el mundo musulmán. Imanes en todos los confines de la tierra proclamaban con ira triunfante que Alá, el único y verdadero dios, había decidido revelarse una vez más al mundo, pero que esta vez no lo hacía mediante La Palabra, sino mediante el Acto, y que era su voluntad mostrar a los fieles, pero quizá incluso más a los infieles, mediante una señal infinitesimal de su poder, el fin que reservaba a los impíos y los idólatras.
En mi país se respiraba una inaprensible pero espesa neblina de inquietud. Hasta donde alcanza mi saber, el mío ha sido siempre un pueblo dado al olvido y a la distracción, y todos procurábamos seguir adelante como si nada, pero el runrún era constante. Ya se hablaba abiertamente de extraterrestres. A partir de ahí, resultó complicado elegir en qué creer. Comenzó un espantoso goteo de noticias inconcebibles. Se hablaba de escuadrones enteros del Ejército Israelí y de comandos de Hizbullá desaparecidos en pleno combate; de nutridas facciones de guerrilla en África Central succionadas por la selva; de las FARC colombianas asoladas; tropas rusas desvanecidas en el Caúcaso…
No creas que fue rápidamente, no creas que fue un visto y no visto. Bueno, quizá ya lo sabes, probablemente lo sabes. (Si estás aquí, leyendo mi testamento, es por que también estuviste ahí, y viviste cuanto narro. ¿No? Qué más da. En realidad, no creo que existas, no creo que nadie vaya a leer esto, pero, en fin, cuando uno se encuentra en la situación en que yo me encuentro, la esperanza es un don que no se debe menospreciar, puede ser lo único que nos quede…) Sigo.
Cada día llegaban noticias nuevas, hoy eran los muyahidínes afghanos y las bandas de Ciudad Juárez, en México, mañana eran los Tigres Tamiles o comandos de ETA… Irak, por supuesto, devastada desde un principio, Tahití, Ruanda… ocurría en todas partes.
Poco a poco todos los grupos armados en situación de combate sobre la tierra iban desapareciendo. Sí, era alucinante.
A medida que el fenómeno, o los fenómenos, parecían mostrar una cierta coherencia en su desarrollo, empezó a germinar entre la gente, mucha gente en todos los lugares del mundo, un sentimiento de contenida e inconfesable euforia, o abierta euforia en el caso de algunos pocos dementes entre los que yo me encontraba: La violencia y la guerra desaparecían del mundo. Fuese lo que fuese lo que hubiese detrás de aquel fenómeno, fuera un Dios, fueran varios, o fuese una civilización alienígena hastiada de nuestros desvaríos, era bueno. Y eso era lo que importaba, para mí al menos. Recuerdo que por aquella época (¿hace tanto, ya? No, no hace tanto, fue ayer mismo) a mí me gustaba pensar, fíjate qué gilipollas, que todo era obra de una especie de ONG Interestelar, como un Greenpeace del espacio desconocido intentando evitar la estúpida y autoinferida extinción de una rareza, de una especie de simpáticos primates, los humanos, que sólo se puede encontrar, para interés de naturalistas, en un remoto planeta azul perdido por los confines del universo, y que llaman Tierra.
En fin.
El Papa de Roma, Benedicto XVI, calificó los hechos como milagros divinos (claro, no le quedaba otra); los clérigos musulmanes (notablemente más recatados ahora) decían que Alá quería la paz entre todos los nacidos independientemente de su origen y credo; los ufólogos, los agnósticos, los frikis y los más dados a la imaginación nos decantábamos por el origen extraterrestre del asunto, pero la verdad es que nadie tenía la menor certeza de nada. En mi país se popularizaron varios nombres para definir el fenómeno, como "el Rayo Invisible", "El Dedo de Dios", o "El rayo de Dios", para los indecisos. En Estados Unidos creo que se llamaba "God´s wrath", o algo así, la ira de Dios. Los franceses, tan poéticos ellos y tan puestos a subrayar lo sofisticado de su percepción, lo llamaron "El Vacío"… Y así, en todo el mundo.
Pero pronto pudimos comprobar que lo visto hasta entonces no era más que el principio.
Algunos de los más conocidos líderes mundiales comenzaron a desaparecer, no ya en público, sino en privado, en reuniones, en cónclaves, en mitad de una conversación telefónica… Desapareció Putin, desapareció Chávez (Castro no, tuvo la última astucia de palmarla antes), desapareció Ehud Barak, desapareció Jatami, se supone que desapareció Kim il Jung II, aunque los coreanos siempre lo negaron, Bin Laden no apareció nunca, etc… El mundo se libraba de un pesado lastre. Todos los grandes líderes de países o colectivos con responsabilidad en conflictos armados, tarde o temprano, desaparecían. El nuevo presidente que nombraron en Estados Unidos duró ocho horas en el cargo, fue muy curioso. Recuerdo varios, uno detrás de otro. Hubo hasta un presidente negro, pero desapareció rápido.
Como es lógico, se produjo un enorme vacío de poder en numerosas naciones del globo, pero esa situación de inestabilidad y de debilidad, que en otras circunstancias hubiera dado lugar a una intensa depredación por parte de otras naciones interesadas, como lobos disputándose a un alce moribundo, se tradujo en una inaudita y respetuosa solidaridad de unos países con otros. El mundo estaba paralizado. Las dimisiones se sucedían en tropel, y pocos temerarios se ofrecían a cubrir los puestos vacantes. Tiranos, asesinos, torturadores, ladrones, mentirosos, corrían a esconderse en viejas mansiones, en búnkeres, en estaciones orbitales, en alcantarillas, con la fútil esperanza de escapar al extermino, y aquellos líderes mundiales cuya conciencia no les empujaba a la huída procuraban obrar con la mayor de las cautelas, ordenando el cese inmediato de cualquier acción militar o policial que pudiera implicar tipo alguno de violencia. Aunque al cabo de poco tiempo dejó de ser necesaria cualquier fuerza coercitiva para preservar la paz. Se empezó a saber de gente, en mi ciudad, en mi barrio, en todos los barrios, que desaparecía en el trance de realizar alguna acción violenta, de abofetear a su esposa, de atracar un banco, de una pelea a la puerta de la discoteca, etc…
Huelga decir, a estas alturas, que los científicos de todo el mundo se mostraron en todo momento incapaces de ofrecer algún tipo de explicación al fenómeno. Físicos, astrónomos, matemáticos, químicos, médicos, se enfrentaban a una casi absoluta falta de datos que manejar. Nada, ni un rastro físico, ni un leve cambio de presión atmosférica en la escena de la desaparición, ni variación lumínica ni energética de ninguna clase, excepto un ligero cambio de temperatura ambiental por la desaparición de una fuente orgánica de calor. Se sabe que científicos estadounidenses, y probablemente muchos más en otros países, trataron de reproducir el fenómeno de manera artificial, en el laboratorio, induciendo u obligando a herirse a reos condenados a la pena de muerte, resultando de todo ello la desaparición tanto de los agresores como de los inductores. Ni siquiera los datos estadísticos, ya de por sí dudosos considerando el estado en que estaban las cosas, parecían reflejar ningún tipo de orden o patrón reconocible. Algunos días desaparecían más personas y otros menos, aunque la tendencia general era al alza, y no parecía haber excepciones en cuanto a sexo, raza o estrato social. Ni los siquiera los desgraciados niños que en el mundo fueron enseñados a hacer la guerra se salvaron. Así estaban las cosas. Las puertas de todas las cárceles se abrieron o se cerraron para siempre. Los presos no tenían más que dejarse guiar por la luz del sol en los vacíos corredores hasta la salida, y en el resto de su vida, de todos modos nadie iba a intentar retenerles.
Fue raro, entonces. Hubo un período de relativa calma en la calle, algunas semanas, quizá meses, en las que sólo teníamos noticia de desapariciones muy esporádicas, locos, idiotas y suicidas que determinaban poner fin a su existencia desafiando al nuevo orden natural. La mayoría de la gente se fingía entusiasmada, pero íntimamente nos invadía un sentimiento de congoja y de inquietud, no tanto ante el temor de vernos sorprendidos en algún acto irreflexivo y violento como por la sensación de sentirnos observados, y juzgados, por una entidad superior, omnipresente, omnisciente, ante cuya mirada no era imposible hallar refugio. El delirio religioso se extendía por doquier como un fuego de ritos, de rezos, de lloros, de gritos y bailes. Enfervorizadas multitudes colapsaban las principales plazas y avenidas a horas concretas, cada día, para celebrar colosales ceremonias públicas de alabanza y constricción a los infinitos dioses, o masivos actos de conversión, mientras en otras muchas partes del planeta se llevaban a cabo los más imaginativos intentos de comunicarse con presuntas civilizaciones extraterrestres. Señales lumínicas, ondas de radio, señales de humo (brutales incendios, de hecho), pegatinas que decían "gracias, E.T.", o "llevadme con vosotros", etc… Claro, con todo lo que estaba pasando nadie tenía ganas de currar, ni de nada, pero había que seguir adelante con la vida, qué íbamos a hacer. Las cosas, aunque de un modo temeroso, más o menos funcionaban como siempre. Eso sí, la gente se comportaba de un modo servicial y reservado, y procuraba evitar cualquier tipo de conflicto o de discusión innecesaria, y la mayoría de las necesarias se llevaban a cabo en un tono más bien moderado, incluso entre susurros, mirando el cielo de reojo. No se rodaban pelis violentas porque los actores no se atrevían a portar armas ni a simular agresiones; los cazadores no cazaban, por si acaso, y a ver quien tenía huevos para obligar al león del zoo a meterse en su jaula simplemente dialogando; dejaron de practicarse el boxeo, casi todas las artes marciales y los deportes más duros. Recuerdo haber visto algún partido de fútbol por aquel entonces, y era como ver un espectáculo de ballet, los jugadores ni se rozaban, era la risa. Qué tiempos aquellos.
Lo siento, me estoy poniendo cínico. Estoy cansado y asustado, perdóname. Sigo.
Sorprendente es la capacidad del ser humano de adaptarse a las circunstancias, eso es algo sabido. Hemos subido los picos más altos, medido y explorado las simas más profundas. Hemos sobrevivido a guerras, pandemias, catástrofes naturales, glaciaciones. Hemos conquistado los mares y los cielos, los desiertos y los hielos, nada nos ha abatido, hemos superado cualquier obstáculo. Esto no iba a acabar con nosotros.
Así, aprendimos rápidamente a aceptar esta nueva ley natural. No matarás, no herirás, no ayudarás a otros a hacerlo. No era tan difícil. Los vacíos centros de poder político fueron de nuevo tomados. Muchas cosas hubieron de cambiar, por supuesto. Las relaciones entre los distintos países y colectivos hostiles debían ser reestudiadas, pues la amenaza de la fuerza ya no podía ser planteada en términos de negociación. El precario equilibrio que durante el último siglo había conseguido mantener la economía mundial se veía drásticamente sacudido. Las bolsas, en los países más ricos, se desplomaban, día tras día, batiéndo todos los récords de mínimos históricos, mientras en los países más pobres se producía, a pesar del caos, una paulatina y forzosa distribución de los recursos productivos en la población. El concepto de deuda externa carecía de sentido, las empresas multinacionales se fagocitaban unas a otras, inmensos sectores de la población se vieron abocados a la falta de trabajo, fueron tiempos duros.
Es imposible dar fe aquí de todo cuanto sucedió en ese tiempo. Qué decir, ¿que un paquete de tabaco costaba 600 euros, o que la cocaína era más barata que el café?, ¿que la gente recurría al reciclaje, al trueque y la inventiva con ansiosa sed de vida? Todo cambiaba, cada día era un despertar de nuevos temores y nuevas incertidumbres. La gente se aferraba desesperada a todo cuanto creía suyo, su familia, su trabajo, sus bienes… Migraciones masivas, la imposibilidad física de detener esos flujos nuevos de gente desocupada, desesperada y hambrienta. El mundo se descomponía y se recolocaba como un gran puzzle. Nuevas leyes comenzaban a regir el comercio mundial, los países productores de petróleo fustigaban con su oleoso látigo negro a las antaño potencias mundiales.
Y entonces comenzó de nuevo.
Empezó a desaparecer gente de nuevo. Políticos, en acto de flagrante mentira. Ladrones, timadores, abusadores, pederastas, manipuladores, contaminadores, pirómanos, conductores temerarios, desaparecían. Todo acto de notable crueldad o malicia era detectado y sentenciado al instante de ser cometido. Desaparecieron estrellas de cine y músicos famosos, personalidades notables en cualquier ámbito que quieras imaginar, coño, desapareció el Papa (qué habría hecho, me preguntaré siempre), conocidos míos y también tuyos…
Mucha gente, querida por otra mucha gente. Nadie podía ya ignorar el horror. Éramos como hormigas al sol observadas a través de una lente inabarcable, fulminadas por un rayo indetectable, de un modo selectivo y despiadado, mecánico, pero consecuente de un modo difuso y oscuro. Era inadmisible, era intolerable. Era inasumible. Tímidamente, poco a poco, comenzaron a alzarse voces de protesta. Con temor, y con cierto asombro, observábamos que la queja, que la blasfemia e incluso el abierto insulto a la causa o al responsable del fenómeno, no eran castigados. Podías cagarte en Dios, maldecir a Buda, mofarte de los extraterrestres, pasear desnudo, comerte tus propias heces, fornicar hasta hacerte sangre, nada de eso importaba. Pero mortificar a alguien, desatenderle o perjudicarle en un grado extremo, equivalían a súbito cese. Maridos, mujeres adúlteras, desaparecían, aunque no siempre. La frontera entre el bien y el mal no estaba clara, a veces creíamos vislumbrarla, pero tantas otras veces nos sorprendía de nuevo. Pienso, ahora, que, hasta cierto punto, quizá la respuesta esté dentro de la mente de cada uno. ¿Qué es el Mal?¿Es malo, esto que nos está ocurriendo? ¿Es malo quien lo provoca? ¿Es por que hemos sido malos? ¿En qué sentido? ¿Es justo este castigo? ¿Es un castigo? No lo sé, sólo sé que últimamente me agarro a la estúpida e infantil esperanza de que todo esto haya sido solo un mal sueño, una advertencia, de que esto parará, y abriré los ojos un día, y todo volverá a ser como antes, el café por la mañana, el periódico, ir a trabajar, querer a alguien, tirarte en el sofá a ver la tele, salir a cenar a un restaurante exótico, estar de puta madre, estar fatal, celebrar cumpleaños, bodas, funerales, ir al médico, viajes, despedidas, cambios, problemas, benditos problemas tontos o grandes o absurdos o inventados o peludos o feos, benditos problemas…

Vamos quedando cada vez menos. Se nota por todas partes, el peso del recuerdo de los ausentes comprime el aire hasta hacerlo irrespirable. La desidia nos come terreno. Mucha gente lo abandona todo y se deja ir. Yo no, yo resistiré.
Hay un movimiento a nivel mundial, se ha prendido una llama. Muchos hombres importantes, y luego otros muchos, y luego muchos más, compartimos una idea común. La humanidad no quiere esto. Hemos avanzado mucho, hemos trascendido todos los límites de inteligencia, de conocimiento, y de capacidad de adaptación de que se haya tenido noticia en nuestro, lo admitimos, pequeño y remoto sistema solar, y no vamos a consentir este sistemático exterminio, esta agónica extinción, con nuestra pasividad. Había que hacer algo, eso estaba claro. Y no se sabe de dónde ni de quién ha partido la idea, ciertamente no del último Comité Mundial de sabios reunido en Jerusalén hace pocas semanas, pero se ha extendido como un virus de rebelión por Internet (sí, sobrevivió), por medio de emisoras de radio, de folletos, de cadenas de televisión vecinales, en avionetas, a través de palomas mensajeras, de tam- tam, de pregoneros, de músicos e intelectuales…
Mañana, 14 de Julio, el simbólico día del asalto a la prisión de La Bastilla en Francia, nos alzaremos, nos haremos oír. No hay nada que perder por que esto no es, esto no puede ser la vida. Este vivir sojuzgado es equivalente a una esclavitud, verdadera y real, inmediata y atroz, y el ser humano no puede ser esclavo, ya no. Hemos aprendido la lección. Demasiadas veces nos hemos exterminado y tiranizado entre nosotros como para no haber aprendido. Pero ya es suficiente, ya basta.
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Hoy, 13 de Julio, todos estamos preparados, o intentamos creer que lo estamos, para lo que va a ocurrir. Para lo que quiera que vaya a ocurrir. No todos están de acuerdo, a muchos les horroriza la idea, pero incluso éstos saben que va a suceder, que es imparable, y que todo va a cambiar, drásticamente, en un solo instante, y a muchos de ellos les alcanzará, quieran o no. A mí, personalmente, me parece una atrocidad, pero entiendo el punto de vista de los que sostienen que esto, si no lo hacemos todos, no tiene sentido. Muchos inocentes sufrirán daño, quizá morirán, o desaparecerán, pero también puede ser que vivan, que todos vivamos.
Dentro de poco, a las 00:00 horas según el meridiano de Greenwich, desafiaremos a Dios, cada uno al suyo.
Pecaremos. Vulneraremos este nuevo orden, y lo haremos con saña, de manera inequívoca, como un grito. A las doce en punto atacaremos, mutilaremos, violaremos, incendiaremos, saquearemos, mataremos. Todos a la vez. Dicen que lloverán las bombas. Y entonces veremos qué pasa. Seremos libres o nos iremos en el intento. A donde sea.

Se acerca la hora. Me despido de ti, mi improbable lector. Me voy con los míos. Hemos fortificado la casa y hemos acordado que tan sólo nos heriremos. Mi padre es médico y nos ha dicho dónde cortarnos sin poner en peligro nuestras vidas. Los niños se quedan fuera, por supuesto. Y después, no sabemos. Quizá haya que defenderse, y no tenemos mas que cuchillos, un palo de fregona afilado, cócteles molotov de fabricación casera que esperemos funcionen si llega el caso de tener que usarlos, y una vieja pistola de mi padre de cuando la mili, sin balas.
Adiós. Guardaré esta carta en una caja donde me temo que nunca lo encontrarás. Quizá esta historia, tu historia y la mía, también desaparezca por que ya no habrá nadie para leerla, o quizá vayamos a un lugar donde nos permitan empezar de nuevo, donde alarguemos la mano entre tinieblas para apagar la alarma del reloj y nos despertemos para vivir un nuevo e insignificante e imprescindible día de vida, y nada de esto habrá sucedido nunca…
Esto empieza... ahora.

13 de Julio, 2007

Narrativa (II): Una buena tarde

Durante un buen rato no supo si estaba despierto o soñando. El dolor de cabeza era insoportable. Lo último que recordaba era un increíble estallido de luz, y después nada. Se hallaba tumbado sobre una superficie lisa y bruñida, tibia, con una textura parecida a la del cristal. Se palpó la cara y se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos. Sin embargo la oscuridad era total. Presa del pánico, se incorporó y lentamente empezó a desplazarse a ciegas hasta que tocó una pared cóncava. Comenzó a recorrerla y dio un par de vueltas hasta comprender que estaba en una especie de habitáculo con forma de semicírculo. No parecía haber salida. Empezó a gritar desesperadamente pidiendo auxilio. Al instante respondió una voz lejana que parecía provenir de algún punto situado por encima de él. Hablaba en inglés, pero con un acento extraño, quizá indio o pakistaní. Jorge preguntó dónde estaba, y la voz le contestó que no lo sabía, que él estaba en cuarto oscuro similar al suyo desde hacía un par de horas. Se llamaba Sanjay Majumdar, de Nueva Dheli. Le dijo que durante el tiempo que llevaba ahí había hablado con cuatro hombres más, pero que todos habían ido desapareciendo uno a uno. Se los habían llevado. "¿A dónde?- preguntó Jorge- ¿quienes?". Entonces se escuchó el sonido de algo deslizándose y Sanjay gritó que ahora venían a por él. Luego, por más que Jorge gritó y gritó, no obtuvo respuesta. Al cabo de un rato que no supo precisar, una rendija de luz cegadora apareció frente a él y empezó a ensancharse lentamente. Era una puerta que se abría. Fuera se oía una especie de abrumador murmullo, como el zumbido producido por miles de abejas. Avanzó hacia la luz protegiéndose los ojos del resplandor, y cuando había avanzado unos tres metros la puerta se cerró detrás de él. No conseguía distinguir nada, aunque le parecía intuir que estaba en una especie de enorme recinto circular. A lo lejos y a ambos lados parecía haber una especie de movimiento suave, como el oleaje del mar, pero le dió la aterradora sensación de que era producido por algo orgánico, por algo vivo. Escuchó el sonido de otra puerta al abrirse, a cierta distancia de él, y entonces el zumbido aumentó de volumen hasta hacerse casi ensordecedor. Notó que algo se le acercaba, una forma alargada en mitad del resplandor. "¿Hola?, ¿hay alguien ahí?"- preguntó sin éxito. Instintivamente se sintió en peligro y echó a correr en dirección contraria, pero vio que más de esas formas se acercaban a él desde distintos puntos, rodeándole. Se detuvieron a cierta distancia mientras Jorge giraba sobre sí mismo sin entender lo que sucedía. Entonces una de esas formas, que a Jorge le pareció vagamente humana, se acercó a él súbitamente y Jorge sintió como una especie de corriente eléctrica recorría su cuerpo. Cayó al suelo retorciéndose de dolor y se cubrió para protegerse del siguiente ataque, pero las figuras se mantuvieron a distancia. Se levantó poco a poco, fatigosamente, y sintió que algo se acercaba de nuevo. Esta vez le dio tiempo a extender el brazo y tocar una especie de objeto duro y alargado antes de sentir de nuevo la terrible descarga. Cayó de nuevo, gritando de agonía. Mientras se recuperaba tumbado trató de concentrarse. Estuviese donde estuviese, algo le estaba atacando, y no de un modo aleatorio sino con un cierto orden. Su experiencia como profesor de karate le había preparado para estudiar a su oponente y reaccionar rápidamente, así que, cuando de nuevo sintió que algo se le aproximaba, se agachó y efectuó un barrido con la pierna. Tuvo éxito. Algo, una especie de figura alargada y viscosa, cayó a su lado, y sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre ella y empezó a golpear con fuerza con codos y rodillas, hasta que sintió una nueva descarga en su espalda, y después varias más. No aguantaría muchas más como esas. Se mantuvo agachado el tiempo suficiente para recuperar fuerzas y se levantó, girando y observando las figuras. Desesperado, sabiendo que le iba la vida en ello, decidió no esperar y pasó al ataque. Corrió hacia una figura ligeramente aislada de las demás y saltó hacia ella dando una patada voladora…
(.....)
"Qué bárbaro -dijo telepáticamente un extraterrestre del público a su compañero de al lado mientras se llevaban el cuerpo de Jorge-, qué magnífico ejemplar, qué bravura. Ha enviado a dos a la enfermería"."¿Ves, T´kar?- respondió el otro-¿qué te dije? ¿Iba a ser una buena corrida o no? Y que haya gente que diga que esto no es arte...."

Narrativa (I): Azul cobalto

Una vida consagrada en su mayor parte a la consecución del éxito profesional por fin había dado sus frutos. Tras tantos años de duros esfuerzos, de incontables sacrificios materiales y privaciones sentimentales, veía como sus ambiciones eran justamente satisfechas. Había renunciado a tantas, tantas cosas para llegar hasta ahí... Sus pasiones y anhelos de la adolescencia, la posibilidad de ser madre y de formar una familia, un sinnúmero de placeres por gozar y de experiencias por vivir, todo eso había quedado atrás, pero había merecido la pena. Le había costado mucho llegar hasta ahí, pero al fin estaba en la cúspide. Desde la amplia cristalera de su nuevo despacho podía alcanzar a ver la ciudad en toda su extensión. Se sentía en la cima del mundo. A lo lejos, más allá de los límites de la ciudad, bajo un cielo de color azul cobalto, podía vislumbrar las montañas perdiéndose en una hilera difusa hacia el horizonte. Se sentó tras su escritorio de caoba y decidió tomarse unos instantes de respiro para disfrutar del momento. Sí, lo había conseguido, y había merecido la pena, sin duda. Se recostó en la silla, cerró los ojos e hizo un rápido y desapasionado recorrido de su vida hasta este momento. De vez en cuando, en momentos como ese, le gustaba fantasear con cómo hubiera podido discurrir su vida en otras circunstancias. Lentamente comenzó a imaginarse a sí misma viviendo en lo alto de aquellas montañas. Visualizó una granja rodeada de verdes praderas y de bosques frondosos, y en ella, solitario y silente, un tosco caserón de madera y piedra. Poco a poco, sin darse cuenta, comenzó a soñar. En su sueño vivía junto a su esposo, el granjero -un hombre recio, de rostro curtido, brazos fuertes y gesto adusto, severo y seco de puertas afuera pero protector y afectuoso en la intimidad del hogar- y tenían varios hijos de mejillas rosadas y cabellos tostados por el sol y la intemperie. La vida era dura en la granja. Largas jornadas de trabajo de sol a sol, privaciones constantes, sequías, aguaceros, tempestades, nevadas, plagas, enfermedades del ganado, cosechas truncadas, convertían cada nuevo día en una lucha contra los elementos, contra la fuerza arrolladora y salvaje de una Naturaleza cuyo espíritu era necesario domeñar a base de sudor y padecimientos. Era aquella una vida de abnegación y sacrificio, de renuncia al desarrollo individual, a la independencia y a la libertad propias. Se debía a su familia de manera eterna e irrevocable. Sin embargo, la alegría de ver crecer a sus hijos sanos y fuertes, la paz de dormir el sueño justamente ganado con trabajo y el orgullo de haber entregado su vida a un hombre bueno y noble, compensaban con creces tales sacrificios. Aquella pequeña granja rodeada de abetos, los prados colindantes que el otoño bañaba de cobre, el vasto cielo que se abría sobre ella como un abismo azul, el arrullo del viento al silbar por entre los escarpados riscos allá en lo alto, todo aquello era era su reino, un reino del que era a la vez reina y súbdita, el lugar al que pertenecía. Al atardecer, zurciendo la ropa gastada a la entrada del porche mientras sus hijos jugaban en el prado, con su hombre fumando parsimoniosamente su pipa junto a ella, envuelta por el solemne silencio del valle, pensaba, complacida, en la hermosa simpleza de su vida. Era una vida dura, sí, pero merecía la pena. Sin embargo, en momentos así, a veces, le daba por pensar en cómo hubiera sido su vida en otras circunstancias. Por ejemplo en la ciudad que, en los días claros, podía ver allí a lo lejos, más allá de los límites del bosque. Se imaginaba a sí misma como una mujer de negocios, libre, sofisticada e independiente. En su ensoñación veía un reluciente edificio de acero y cristal, y en lo alto de él, un enorme despacho con un largo escritorio de caoba y una amplia cristalera...