El cuento es el siguiente: El progresivo acercamiento de un gran sol tiene al planeta Krypton al borde del colapso. Su avanzadísima civilización, poseedora de la tecnología suficiente como para atravesar galaxias, se ha visto, sin embargo, sorprendida por tal evento. Sus gobernantes, Jor-El y su esposa Lara, en un gesto conmovedor, insertan a su único hijo y heredero en una cápsula y lo lanzan a través del Espacio exterior en dirección a un insignificante mundo llamado La Tierra, donde podrá gobernar a su antojo y servirse de sus rudimentarios habitantes a capricho. El muchacho aterriza en un maizal en los alrededores de Smallville -un pequeño y deprimente baluarte de la ultraderecha cristiana más reaccionaria -, en medio de la América profunda, y es adoptado por un anciano matrimonio de red necks que le instruirán según la ética calvinista del trabajo duro, con escaso éxito. Merced al testimonio de reputados psicólogos a los que he tenido acceso pero que prefieren, por motivos de seguridad, mantenerse en el anonimato, estoy en condiciones de afirmar, casi con total certeza, que el joven Clark fue víctima de abusos sexuales por parte de su supuesto tío Jonathan, y que entre otras prácticas aberrantes, le obligaba a vestirse de mujer, posiblemente con la connivencia de la tía Martha. Todo encaja: el acoso silencioso sufrido en la escuela a manos de otros alumnos, el fracaso académico, la afición por las medias y atuendos estrafalarios como método para conseguir la aprobación de los demás, y, posteriormente, la necesidad constante de autoafirmación bajo esa identidad ficticia. Pero me estoy adelantando, aún estamos en la etapa de la escuela. El muy imbécil descubre que tiene superpoderes, y en vez de utilizarlos como haría cualquier adolescente sensato, para espiar bajo la ropa interior de las chicas o para descuartizar a sus hostigadores, los oculta con humildad y se esfuerza por no llamar la atención. Luego, una vez graduado -sería de esperar que cum laude, ¿verdad? Pues no: raspadito, raspadito, un tipo que puede leerse las obras completas de Tolstoi en lo que yo tardo en decir “Big Mac” -, emigra a la gran ciudad y, pudiendo hacer cualquier cosa que se proponga, consigue un puesto mal pagado de reportero becario en un periódico sensacionalista. Y además, redactando con faltas de ortografía y con una pésima sintaxis, todo hay que decirlo. Un buen día, decide ataviarse con un traje azul ceñido, un marcapaquete rojo y una capa a juego, y dedicarse a salir por ahí a desfacer entuertos, pero, eso sí, de uno en uno, sin prisas. Ah, y lo mejor de todo: se hace llamar “Supermán”. Tócate los cojones. “Supermán”. ¿Por qué no “Superguay”? ¿O “Megachachi”? ¿O, ya puestos, por qué no “Super Cipote”? Pues eso, un día se le cruzan los cables y se pone a liarla. Que si detengo un terremoto aquí, que si enfrío un volcán allá, que si evito una debacle nuclear, que si detengo tal guerra, o tal o cual ataque terrorista… Y sí, vale, todo eso está muy bien, pero no sé si conocéis la teoría esa tan famosa del “Efecto Mariposa”. ¿Nadie se paró a pensar que el tsunami de las Islas Fidji, tan sólo un día después del terremoto de San francisco, podría tener algo que ver con los chanchullos que hizo el payaso ese debajo de la corteza terrestre? ¿O que el famoso huracán que iba a asolar el Medio Oeste, al ser neutralizado por ese pedazo de bestia, pudo estar relacionado con las lluvias torrenciales que provocaron una crisis humanitaria en toda la cuenca amazónica? ¿O que al inutilizar a toda la flota militar norcoreana dio pie a los abusivos bloqueos comerciales que sumieron al país en una hambruna sin precedentes? No, claro, la gente adora a ese subnormal, y además esas no son del tipo de noticias que vende periódicos. Es mucho más rentable publicar una foto en primera página de Supermán salvando un avión comercial que una de la guerra civil en Sudán, de la represión en China o de la contaminación del mar Caspio. Claro, esas ya son cosas un pelín más complicadas, requieren ensuciarse las manos y utilizar la cabeza. Demasiado pedir para ese botarate. ¡Que ese tío es un inconsciente, te lo digo yo, que no tiene ni pajolera idea de lo que hace! ¡Pero si hace unos días estuvo a punto de envenenar a toda la oficina porque se confundió y cargó el toner de la impresora en la máquina de café! Además, no sé, ya puestos a pasarnos por el forro la legalidad internacional y las leyes propias de cada país, yo me encerraría con los líderes mundiales más importantes en una habitación y les diría: “Estimados señores, en breves instantes voy a comenzar a repartir hostias como si fueran caramelos hasta que salgan de esta sala con un acuerdo duradero de paz mundial. Sí, y voy a empezar por ti, franchute de los cojones. Por cierto, al que se le ocurra guardarse un solo misil, le meto la lengua por el culo y se la vuelvo a sacar. Puedo hacerlo, ¿quieren verlo?” Pero no, Supercapullo no. Prefiere ir resolviendo los problemillas de uno en uno, buscando la fotito, acaparando portadas. Y si se moja en el aspecto político, lo hace siempre por los mismos, claro. “Oh, no, cómo iba yo a ponerme en contra de mi país? ¿Qué diría tía Martha?” Soplapollas…
Mientras tanto, un caballero llamado Lex Luthor, arquetipo del self-made man americano, y un hombre infinitamente más inteligente, íntegro y talentoso que nuestro protagonista, amén de desprendido filántropo, pródigo benefactor y empresario exitoso a la par que honesto, se da cuenta de que un tío capaz de devolvernos a la edad de Piedra en un momento de calentón –no es broma, sería capaz; una vez el pedazo de animal invirtió la rotación de la Tierra e hizo nosequé cosa con el espacio-tiempo, sólo para salvar a su chica. Aunque, claro, yo también hubiera hecho lo mismo por esa chica-… Perdón, decía que un tío capaz de detener el tiempo y de hacer explotar la Tierra desde dentro tiene que estar bajo algún tipo de supervisión, y Lex Luthor era consciente de ello. Sé, por fuentes de total confianza, que Luthor trató de concertar varias veces una entrevista con Superman, siempre en vano. Luthor quería convencerle de la necesidad de dar un estatus jurídico a su actividad como superhéroe; de hacerle partícipe, y a la vez compromisario, de las decisiones políticas internacionales más importantes. También de la necesidad de ajustarse a un código ético, a un reglamento, y a la supervisión de algún organismo superior, como la ONU, en calidad de agente del orden planetario. Sin embargo, Supermán pasaba de todo, iba a su aire. Como tuviese el día torcido, ya la habíamos cagado. Le daba por ponerse a beber –y, sí, muchos superpoderes y todo eso, pero ese tío no aguanta dos copas sin empezar a decir gilipolleces -, a buscar bronca y a dar por el culo. Sin mala intención, en realidad, cosas como rectificar la torre de Pisa, desviar el curso del Río Nilo para cubrir el desierto de marihuana –eso fue ingenioso, hay que reconocérselo -, o trasladar el Taj Mahal a Central Park. Eso fue un regalo a Lois. No entiendo qué ve ella en ese fantoche, por cierto. A ella no le van los musculitos ni las poses, ella es una mujer moderna, independiente, una reportera de raza. Una de esas mujeres que requieren a su lado a un tipo que esté a su misma altura intelectual, a un hombre respetable de pies a cabeza. Un hombre como yo, por ejemplo. Lo siento, creo que me estoy desviando del tema. El caso es que Luthor, en vista de la imposibilidad de mantener un encuentro privado con Supermán, tomó, no sin antes haber calibrado hasta la extenuación las implicaciones morales y las posibles consecuencias prácticas de aquel acto, la decisión de atraerle hacia sí. Fingió -hipotecando para ello una considerable parte de su fortuna personal - estar tramando un atentado de dimensiones catastróficas, con el objeto de acaparar su atención. Lo que sucedió después difiere mucho de la versión que recibieron ustedes a través de los medios de comunicación. No, no es que Luthor intentara matar a Supermán y este le detuviese, eso nunca ocurrió. Por dios, Luthor no podría matar ni siquiera a un colibrí. Si el tío llora viendo “Siete novias para siete hermanos”, si contesta personalmente las cartas de los pobrecitos huérfanos acogidos por su fundación… Qué va, hombre. Lo que sí es cierto es que hubo una discusión subidita de tono por ambas partes. Luthor le dijo al Sr. Panties unas cuantas verdades a la cara, y muy bien dichas, además, y entonces va el chuloputas, se mosquea, y la emprende con el mobiliario de la mansión, le funde a Luthor el acuario gigante con su mirada láser -se comió un pez churruscadito y todo, el muy macarra – y le corroe la alfombra persa del siglo XII con una súper meada. Claro, todo eso mosqueó bastante a Luthor, y entonces dijo que se veía obligado a hacer uso de algo que hubiera preferido evitar, pero que, Superman, con su comportamiento violento, caprichoso e irresponsable, no le dejaba otra opción que utilizarlo. Entonces ocurrió el famoso rollo de la kryptonita. Luthor no sabía que podía ser letal para Supermán. De verdad, él no lo sabía. Según la información remitida por sus científicos sería como darle una especie de porro gigante, se quedaría dócil y maleable, sin ganas de tener bulla con nadie. Pero va Supermán, se pone blanco como el culo de un monje y cae desmayado a la piscina. Luthor se tira el primero, le saca con gran esfuerzo y le intenta reanimar, ¿y sabes lo que va y hace muy maricón? Pues le empieza a arrear a Luthor una somanta de palos que te cagas. A él, a sus empleados, al perro y a todo lo que pilla por el camino. Después, se lleva volando a Luthor, le hace atravesar el intestino de un rorcual común -Luthor todavía es incapaz de hablar de ello, y apuesto a que la ballena también – y, no contento con ello, le entrega a la Justicia diciendo que ha intentado volar la mitad de la Costa Oeste. ¡Pero si su abuela Daisy vive en Santa Bárbara, por favor! El caso es que Luthor está ahora mismo cumpliendo la perpetua en una cárcel de máxima seguridad en Minnesota, condenado sin pruebas, y mientras Supermán sigue por ahí, fardando de bíceps y haciendo lo que le viene en gana.
He propuesto a Luthor revelar al mundo la identidad secreta de Supermán. Un día vi a Lois entrando a la sala de archivos con Clark y saliendo, cinco segundos después, sola, con la ropa descompuesta, el pelo revuelto y una misteriosa sonrisa de satisfacción en la cara. Eso me hizo sospechar: nadie es tan rápido, ni siquiera yo. Después fue sencillo, sólo tuve que instalar una cámara oculta en el aseo de caballeros de la sección Internacional del Daily Planet, y comprobar lo acertado de mis sospechas. Probablemente, revelar su identidad secreta tampoco serviría de mucho, sería por joder un poco al grandullón, nada más, pero Luther se niega. Dice que le parece poco ético, que va contra sus principios, que le parece una inadmisible intromisión en la privacidad del Sr. Kent. Definitivamente, no sé si este hombre es un santo o un imbécil profundo. Podría hacerlo yo sólo, sin la colaboración de Luthor y de su corporación, pero, sinceramente, no tengo pelotas. Me coge Súper y me utiliza como abrebotellas. Sin embargo, tengo un plan. Es algo rudimentario, sí, y quizá no es, siendo estrictos, demasiado honorable, pero este es uno de esos casos en los que el fin justifica los medios. Me costó bastante convencer a Luthor, pero le aseguré que no haría nada irreparable, que tan sólo la utilizaría en caso de extrema necesidad y siempre con mesura, de poquito en poco, lo suficiente para atontar al musculitos y hacerle entrar en razón, y el muy pardillo me creyó. Lo siento por Lois, de veras, pero también lo hago pensando en ella. Se merece algo mejor que a ese cantamañanas, se merece a un hombre de verdad, culto, sensible, apasionado, y no a ese alienígena paleto, fanfarrón, travestido y engominado. Ya he llamado para dar el aviso de bomba, en pocos minutos el edificio del Planet estará vacío, y Supermán no tardará en llegar. Aquí estaré, preparado. Sé que no fallaré, que en el momento de la verdad no me echaré para atrás, porque tengo los motivos, tengo los cojones y, sobre todo, tengo un bolsillo lleno de kryptonita para metértela por el culo, Supermamón.