viernes, 29 de mayo de 2009

Supersucker (Jimmi Olsen´s Blues)

El cuento es el siguiente: El progresivo acercamiento de un gran sol tiene al planeta Krypton al borde del colapso. Su avanzadísima civilización, poseedora de la tecnología suficiente como para atravesar galaxias, se ha visto, sin embargo, sorprendida por tal evento. Sus gobernantes, Jor-El y su esposa Lara, en un gesto conmovedor, insertan a su único hijo y heredero en una cápsula y lo lanzan a través del Espacio exterior en dirección a un insignificante mundo llamado La Tierra, donde podrá gobernar a su antojo y servirse de sus rudimentarios habitantes a capricho. El muchacho aterriza en un maizal en los alrededores de Smallville -un pequeño y deprimente baluarte de la ultraderecha cristiana más reaccionaria -, en medio de la América profunda, y es adoptado por un anciano matrimonio de red necks que le instruirán según la ética calvinista del trabajo duro, con escaso éxito. Merced al testimonio de reputados psicólogos a los que he tenido acceso pero que prefieren, por motivos de seguridad, mantenerse en el anonimato, estoy en condiciones de afirmar, casi con total certeza, que el joven Clark fue víctima de abusos sexuales por parte de su supuesto tío Jonathan, y que entre otras prácticas aberrantes, le obligaba a vestirse de mujer, posiblemente con la connivencia de la tía Martha. Todo encaja: el acoso silencioso sufrido en la escuela a manos de otros alumnos, el fracaso académico, la afición por las medias y atuendos estrafalarios como método para conseguir la aprobación de los demás, y, posteriormente, la necesidad constante de autoafirmación bajo esa identidad ficticia. Pero me estoy adelantando, aún estamos en la etapa de la escuela. El muy imbécil descubre que tiene superpoderes, y en vez de utilizarlos como haría cualquier adolescente sensato, para espiar bajo la ropa interior de las chicas o para descuartizar a sus hostigadores, los oculta con humildad y se esfuerza por no llamar la atención. Luego, una vez graduado -sería de esperar que cum laude, ¿verdad? Pues no: raspadito, raspadito, un tipo que puede leerse las obras completas de Tolstoi en lo que yo tardo en decir “Big Mac” -, emigra a la gran ciudad y, pudiendo hacer cualquier cosa que se proponga, consigue un puesto mal pagado de reportero becario en un periódico sensacionalista. Y además, redactando con faltas de ortografía y con una pésima sintaxis, todo hay que decirlo. Un buen día, decide ataviarse con un traje azul ceñido, un marcapaquete rojo y una capa a juego, y dedicarse a salir por ahí a desfacer entuertos, pero, eso sí, de uno en uno, sin prisas. Ah, y lo mejor de todo: se hace llamar “Supermán”. Tócate los cojones. “Supermán”. ¿Por qué no “Superguay”? ¿O “Megachachi”? ¿O, ya puestos, por qué no “Super Cipote”? Pues eso, un día se le cruzan los cables y se pone a liarla. Que si detengo un terremoto aquí, que si enfrío un volcán allá, que si evito una debacle nuclear, que si detengo tal guerra, o tal o cual ataque terrorista… Y sí, vale, todo eso está muy bien, pero no sé si conocéis la teoría esa tan famosa del “Efecto Mariposa”. ¿Nadie se paró a pensar que el tsunami de las Islas Fidji, tan sólo un día después del terremoto de San francisco, podría tener algo que ver con los chanchullos que hizo el payaso ese debajo de la corteza terrestre? ¿O que el famoso huracán que iba a asolar el Medio Oeste, al ser neutralizado por ese pedazo de bestia, pudo estar relacionado con las lluvias torrenciales que provocaron una crisis humanitaria en toda la cuenca amazónica? ¿O que al inutilizar a toda la flota militar norcoreana dio pie a los abusivos bloqueos comerciales que sumieron al país en una hambruna sin precedentes? No, claro, la gente adora a ese subnormal, y además esas no son del tipo de noticias que vende periódicos. Es mucho más rentable publicar una foto en primera página de Supermán salvando un avión comercial que una de la guerra civil en Sudán, de la represión en China o de la contaminación del mar Caspio. Claro, esas ya son cosas un pelín más complicadas, requieren ensuciarse las manos y utilizar la cabeza. Demasiado pedir para ese botarate. ¡Que ese tío es un inconsciente, te lo digo yo, que no tiene ni pajolera idea de lo que hace! ¡Pero si hace unos días estuvo a punto de envenenar a toda la oficina porque se confundió y cargó el toner de la impresora en la máquina de café! Además, no sé, ya puestos a pasarnos por el forro la legalidad internacional y las leyes propias de cada país, yo me encerraría con los líderes mundiales más importantes en una habitación y les diría: “Estimados señores, en breves instantes voy a comenzar a repartir hostias como si fueran caramelos hasta que salgan de esta sala con un acuerdo duradero de paz mundial. Sí, y voy a empezar por ti, franchute de los cojones. Por cierto, al que se le ocurra guardarse un solo misil, le meto la lengua por el culo y se la vuelvo a sacar. Puedo hacerlo, ¿quieren verlo?” Pero no, Supercapullo no. Prefiere ir resolviendo los problemillas de uno en uno, buscando la fotito, acaparando portadas. Y si se moja en el aspecto político, lo hace siempre por los mismos, claro. “Oh, no, cómo iba yo a ponerme en contra de mi país? ¿Qué diría tía Martha?” Soplapollas…


Mientras tanto, un caballero llamado Lex Luthor, arquetipo del self-made man americano, y un hombre infinitamente más inteligente, íntegro y talentoso que nuestro protagonista, amén de desprendido filántropo, pródigo benefactor y empresario exitoso a la par que honesto, se da cuenta de que un tío capaz de devolvernos a la edad de Piedra en un momento de calentón –no es broma, sería capaz; una vez el pedazo de animal invirtió la rotación de la Tierra e hizo nosequé cosa con el espacio-tiempo, sólo para salvar a su chica. Aunque, claro, yo también hubiera hecho lo mismo por esa chica-… Perdón, decía que un tío capaz de detener el tiempo y de hacer explotar la Tierra desde dentro tiene que estar bajo algún tipo de supervisión, y Lex Luthor era consciente de ello. Sé, por fuentes de total confianza, que Luthor trató de concertar varias veces una entrevista con Superman, siempre en vano. Luthor quería convencerle de la necesidad de dar un estatus jurídico a su actividad como superhéroe; de hacerle partícipe, y a la vez compromisario, de las decisiones políticas internacionales más importantes. También de la necesidad de ajustarse a un código ético, a un reglamento, y a la supervisión de algún organismo superior, como la ONU, en calidad de agente del orden planetario. Sin embargo, Supermán pasaba de todo, iba a su aire. Como tuviese el día torcido, ya la habíamos cagado. Le daba por ponerse a beber –y, sí, muchos superpoderes y todo eso, pero ese tío no aguanta dos copas sin empezar a decir gilipolleces -, a buscar bronca y a dar por el culo. Sin mala intención, en realidad, cosas como rectificar la torre de Pisa, desviar el curso del Río Nilo para cubrir el desierto de marihuana –eso fue ingenioso, hay que reconocérselo -, o trasladar el Taj Mahal a Central Park. Eso fue un regalo a Lois. No entiendo qué ve ella en ese fantoche, por cierto. A ella no le van los musculitos ni las poses, ella es una mujer moderna, independiente, una reportera de raza. Una de esas mujeres que requieren a su lado a un tipo que esté a su misma altura intelectual, a un hombre respetable de pies a cabeza. Un hombre como yo, por ejemplo. Lo siento, creo que me estoy desviando del tema. El caso es que Luthor, en vista de la imposibilidad de mantener un encuentro privado con Supermán, tomó, no sin antes haber calibrado hasta la extenuación las implicaciones morales y las posibles consecuencias prácticas de aquel acto, la decisión de atraerle hacia sí. Fingió -hipotecando para ello una considerable parte de su fortuna personal - estar tramando un atentado de dimensiones catastróficas, con el objeto de acaparar su atención. Lo que sucedió después difiere mucho de la versión que recibieron ustedes a través de los medios de comunicación. No, no es que Luthor intentara matar a Supermán y este le detuviese, eso nunca ocurrió. Por dios, Luthor no podría matar ni siquiera a un colibrí. Si el tío llora viendo “Siete novias para siete hermanos”, si contesta personalmente las cartas de los pobrecitos huérfanos acogidos por su fundación… Qué va, hombre. Lo que sí es cierto es que hubo una discusión subidita de tono por ambas partes. Luthor le dijo al Sr. Panties unas cuantas verdades a la cara, y muy bien dichas, además, y entonces va el chuloputas, se mosquea, y la emprende con el mobiliario de la mansión, le funde a Luthor el acuario gigante con su mirada láser -se comió un pez churruscadito y todo, el muy macarra – y le corroe la alfombra persa del siglo XII con una súper meada. Claro, todo eso mosqueó bastante a Luthor, y entonces dijo que se veía obligado a hacer uso de algo que hubiera preferido evitar, pero que, Superman, con su comportamiento violento, caprichoso e irresponsable, no le dejaba otra opción que utilizarlo. Entonces ocurrió el famoso rollo de la kryptonita. Luthor no sabía que podía ser letal para Supermán. De verdad, él no lo sabía. Según la información remitida por sus científicos sería como darle una especie de porro gigante, se quedaría dócil y maleable, sin ganas de tener bulla con nadie. Pero va Supermán, se pone blanco como el culo de un monje y cae desmayado a la piscina. Luthor se tira el primero, le saca con gran esfuerzo y le intenta reanimar, ¿y sabes lo que va y hace muy maricón? Pues le empieza a arrear a Luthor una somanta de palos que te cagas. A él, a sus empleados, al perro y a todo lo que pilla por el camino. Después, se lleva volando a Luthor, le hace atravesar el intestino de un rorcual común -Luthor todavía es incapaz de hablar de ello, y apuesto a que la ballena también – y, no contento con ello, le entrega a la Justicia diciendo que ha intentado volar la mitad de la Costa Oeste. ¡Pero si su abuela Daisy vive en Santa Bárbara, por favor! El caso es que Luthor está ahora mismo cumpliendo la perpetua en una cárcel de máxima seguridad en Minnesota, condenado sin pruebas, y mientras Supermán sigue por ahí, fardando de bíceps y haciendo lo que le viene en gana.


He propuesto a Luthor revelar al mundo la identidad secreta de Supermán. Un día vi a Lois entrando a la sala de archivos con Clark y saliendo, cinco segundos después, sola, con la ropa descompuesta, el pelo revuelto y una misteriosa sonrisa de satisfacción en la cara. Eso me hizo sospechar: nadie es tan rápido, ni siquiera yo. Después fue sencillo, sólo tuve que instalar una cámara oculta en el aseo de caballeros de la sección Internacional del Daily Planet, y comprobar lo acertado de mis sospechas. Probablemente, revelar su identidad secreta tampoco serviría de mucho, sería por joder un poco al grandullón, nada más, pero Luther se niega. Dice que le parece poco ético, que va contra sus principios, que le parece una inadmisible intromisión en la privacidad del Sr. Kent. Definitivamente, no sé si este hombre es un santo o un imbécil profundo. Podría hacerlo yo sólo, sin la colaboración de Luthor y de su corporación, pero, sinceramente, no tengo pelotas. Me coge Súper y me utiliza como abrebotellas. Sin embargo, tengo un plan. Es algo rudimentario, sí, y quizá no es, siendo estrictos, demasiado honorable, pero este es uno de esos casos en los que el fin justifica los medios. Me costó bastante convencer a Luthor, pero le aseguré que no haría nada irreparable, que tan sólo la utilizaría en caso de extrema necesidad y siempre con mesura, de poquito en poco, lo suficiente para atontar al musculitos y hacerle entrar en razón, y el muy pardillo me creyó. Lo siento por Lois, de veras, pero también lo hago pensando en ella. Se merece algo mejor que a ese cantamañanas, se merece a un hombre de verdad, culto, sensible, apasionado, y no a ese alienígena paleto, fanfarrón, travestido y engominado. Ya he llamado para dar el aviso de bomba, en pocos minutos el edificio del Planet estará vacío, y Supermán no tardará en llegar. Aquí estaré, preparado. Sé que no fallaré, que en el momento de la verdad no me echaré para atrás, porque tengo los motivos, tengo los cojones y, sobre todo, tengo un bolsillo lleno de kryptonita para metértela por el culo, Supermamón.

martes, 19 de mayo de 2009

Sobre el oficio de las letras

"La vida de un escritor es un verdadero infierno comparada con la de un empleado. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Ha de establecer sus propios horarios y si no acude a sentarse a su mesa de trabajo no hay nadie que le amoneste. Si es autor de obras de ficción, vive en un mundo de temores. Cada nuevo día exige ideas nuevas, y jamás puede estar seguro de que se le vayan a ocurrir. Dos horas de trabajo dejan al autor de ficción absolutamente exhausto. Durante esas dos horas ha estado a leguas de distancia, ha sido otra persona, en un lugar distinto, con gente totalmente distinta, y el esfuerzo de volver al entorno habitual es muy grande. Es casi una conmoción. El escritor sale de su cuarto de trabajo como aturdido. Le apetece un trago. Lo necesita. Es un hecho que casi todos los autores de ficción beben más whisky del que les conviene para su salud. Lo hacen para darse fe, esperanza y ánimo. Es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quien le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta".

Roald Dahl

(Gracias, Cande)

lunes, 18 de mayo de 2009

Muerte puta

Anatomía de un crimen

(Otra idea para la misma imagen)

Dios mío, qué desastre. ¿Tú qué dirías que ha pasado aquí? preguntó O´Reilly. Ven, agáchate, dijo Charles. ¿Ves la coloración azulada en el contorno de las uñas? Eso, junto con el estado moderado de rigor mortis y la temperatura corporal, determinará que los sujetos llevan entre seis y ocho horas muertos. La causa de la muerte parece deberse, en el caso de él, a una pérdida masiva de sangre, provocada, casi con toda seguridad, por la herida del cuello. Mira, acércate. Observa los bordes irregulares, el desgarro y la separación de los tejidos. Esto es lo que se llama una herida avulsiva. Yo diría que fue hecha con algún instrumento en forma de gancho, quizá con un gancho de carnicero o algo así, pero para saber eso habrá que hacer un análisis más a fondo de la herida. El resto de las lesiones que se aprecian a simple vista no parecen haber sido mortales de necesidad. También presenta contusiones de diverso grado en el rostro, pero es difícil saber si se produjeron antes o después de la muerte, y en todo caso debieron realizarse por ensañamiento, pues si hubieran querido dificultar la identificación del cadáver, probablemente le hubieran amputado también los dedos para borrar sus huellas. De todos modos, determinar eso es tarea del juez. En cuanto a ella, podría haber muerto por un traumatismo craneoencefálico severo, pues ninguna de las otras heridas que se aprecian en un primer vistazo parece haber sido causa suficiente por sí misma. Las abrasiones en las muñecas nos revelan que debieron haberla atado, y presenta claros indicios de haber sufrido una agresión sexual. De nuevo, es difícil determinar si eso ocurrió antes o después de su muerte sin examinar el cadáver en profundidad. ¿Eso de ahí es mierda?, preguntó O´Reilly, señalando la mancha marrón junto a la puerta. Eso parece, respondió Charles. Podría ser de él, de ella, o de ambos. O de una tercera persona, claro. Y apostaría lo que sea a que esos dibujos en la pared no han sido hechos con pintura roja. Joder, exclamó O´Reilly, cómo nos pasamos anoche, ¿no? Quizá deberíamos limpiar un poco todo esto. Bah, respondió Charles, no te preocupes. Nadie en su sano juicio sospecharía del forense.

Y al final, tu nombre


Me llamaban la Flor de los Cárpatos, así les gustaba anunciarme. También era la niña, la rubia, la de los ojos azules, o simplemente la rumana. Mi aspecto ya llamaba la atención en mi país; no me faltaron novios, ni propuestas de matrimonio. Pero yo quería algo más, sentía que estaba llamada a un destino mayor que ese. Vine con la ilusión de una vida mejor, más luminosa, más brillante. Quería ser alguien de quien se hablara más allá de mi pueblo, uno de esos rostros anónimos y felices de las revistas y las series de televisión. Quería volver dentro de muchos años, con el porte distinguido y elegante de quien lo ha visto todo. Quería llegar y decir: ¿visteis? Lo conseguí. Pero lo que encontré al llegar fue muy diferente. No hubo sesiones de fotos, ni fiestas, ni eventos especiales. Hubo cinco hombres violándome en una habitación sin ventanas, todos a la vez. También él. Hubo palizas, palizas donde creí morir. Hubo heroína, al principio a la fuerza, luego suplicando por ella. Y hubo otros muchos hombres, ogros anónimos, espectros sin rostro ni alma, que a veces me hablaban en un idioma extraño, tratando de comunicarse conmigo, sin entender que se estaban dirigiendo a un cadáver, a un ser mecánico sin una brizna de vida en su interior. Porque llegué a olvidar que estaba viva. Llegó un momento en que me entregué a mi suerte sin objeción, esperando tan sólo que este Purgatorio pasase lo antes posible. No tenía constancia de los días ni de las noches, el concepto de “mundo exterior” se convirtió en algo abstracto para mí. Tan sólo existían las paredes de mi habitación, el largo pasillo, las habitaciones de las otras chicas, y la escalera. La misma escalera por la que bajaba él todos los días, trayéndonos la comida, y también la cruel medicina. Al principio casi ni sentía su presencia. Supe pronto que él no me pegaría, y eso era todo cuanto me importaba. Le dejaba entrar y le dejaba hacer. Tampoco hubiera podido impedírselo. Sin embargo, nunca volvió a tocarme después de esa primera vez. Me inyectaba la dosis y se iba. Yo empecé a aguardar su llegada con expectación. Cada aparición suya era una garantía de seguridad momentánea, se convertía en un ilusorio sentimiento de liberación. Sentía que estando con él no había peligro. Un día me di cuenta de que nunca me había detenido a observarle bien. Era feo. La cara como achatada, arrugado el entrecejo, bajito, chepudo, gastado. Su cuerpo decía que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero me gustaba. Siempre le pedía un poco más, y al principio me lo daba, pero después no. Fue a partir de que empecé a hablarle. Le hablaba porque en él sentía algo distinto, algo que callaba en su interior. Mientras él me dejaba la comida, mientras la recogía, mientras me ponía la dosis, yo le hablaba. Sabía que él no podía comprender, pero aun así le hablaba. Le contaba quién era, cómo era la vida en Targu Ocna. Le contaba sobre mi familia, mis amigos y las cosas que me gustaban, y él callaba y escuchaba. Le costaba mirarme a los ojos. Un día empezó a llamarme por ese extraño nombre. Siempre, al irse, me miraba desde la puerta y pronunciaba esa hermosa palabra. Empezó a reducirme la dosis, al principio casi imperceptiblemente, y luego de manera más evidente. Yo, a pesar de la ansiedad, de las nauseas y los temblores, no dije nada a aquellos que podían entenderme. ¿Por qué? No lo sé. Sólo sé que estar viva allí dentro era insoportable. Le rogaba en voz baja que me diese más, le preguntaba por qué, pero él no respondía. Se limitaba a mirarme de aquella manera tan callada, tan triste, mientras hacía lo suyo, y luego, desde la puerta, se despedía de mí mediante esas cinco sílabas. Ayer cambió todo. Me negué a complacer a ese cerdo gordo. Estaba despierta después de mucho tiempo, y no quise, no pude hacerlo. Me reí de él. No me importaron sus golpes ni sus gritos. Tampoco me importó cuando vinieron los demás. Cada puñetazo, cada patada, eran como una victoria para mí. Cuando se fueron, vino él. Se quedó junto a mí, acariciándome, susurrándome al oído mi nuevo nombre. Luego se fue, y me quedé dormida. Me despertó una especie de grito rápidamente sofocado, seguido de un golpe sordo. Se abrió la puerta, era él. Noté al instante que algo pasaba; que todo, para bien o para mal, iba a cambiar a partir de ese momento. Me ayudó a incorporarme y trató de hacerme andar, pero yo apenas podía mantenerme en pie. Avanzamos a trompicones por el pasillo, entre los gritos de las otras chicas. Pude ver a uno de los rumanos tendido en el suelo, sangrando por la cabeza. Llegamos a la escalera, arriba había luz. Luz del sol. Yo hacía cuanto podía por ayudar, pero no tenía fuerzas. Entonces me subió a su espalda y cargó conmigo escaleras arriba. Yo me agarré a su cuello y cerré los ojos, dejándome llevar hacia la libertad, hacia la vida, hacia la muerte, hacia donde fuese. Se escucharon voces de otros hombres provenientes del piso de abajo. Corre, mi amor, corre. Llegamos al piso de arriba, una puerta, una luz. La luz, el mundo, la vida. Me coge en brazos. Un estampido, como un petardo. Se detiene. Cae de rodillas, yo caigo también. Desde el suelo, desde las lágrimas, veo dos siluetas que se acercan. Otro estampido. Adiós, mi amor. Pies que se detienen frente a mí. A partir de ahora, viene lo peor, lo sé. Pero no me importa. No me importa, porque a partir de ahora tengo un nuevo nombre. No sé qué significa, ni necesito saberlo. Teliberaré, ese es mi nuevo nombre.

jueves, 14 de mayo de 2009

Empezamos bien


Odio decir “ya te lo dije”, pero es que ya te lo dije:

http://www.elnuevodiario.com.ni/internacionales/47575

http://www.rtve.es/noticias/20090513/obama-marcha-atras-ordena-que-publiquen-las-fotos-torturas/276539.shtml

http://www.offnews.info/verArticulo.php?contenidoID=14869

http://www.offnews.info/verArticulo.php?contenidoID=14738

Y lo que vendrá. ¿Qué podía ser mucho peor? Si tú lo dices... En todo caso, estaría bien que nos quitásemos de los ojos la venda del buenrrollismo y mirásemos las cosas tal como son, sin etiquetas políticas, sin pigmentaciones de piel, sin demagogia. Más allá de una bella retórica -que lo es -.Tan solo los hechos, en su aséptica crudeza. Sus palabras le hermanan con Martin Luther King, sí, tanto como sus actos con Bush, Jr. y Senior. No diré eso de "mismo perro, distinto collar". Sólo diré que si ladra y menea la cola, un gato no es. Siento aguar la fiesta.

Buenas tardes.

(En realidad no odio decir “ya te lo dije”. Lo cierto es que me encanta...)

lunes, 11 de mayo de 2009

Mundos permeables


Atrapé un pedazo de aire y lo separé en tiernas lonchas. Después, lo pasé por la sartén y se lo di de comer a mis lirios. Estaban hambrientos, tantos días sin comer pelirrojas. Luego recordé que la máquina de convertir el después en antes aún no estaba arreglada, así que me dirigí al ala oeste de la caracola, dispuesto a invocar a mi gemelo malvado por si le apetecía venirse a trepar unos ríos. No, me dijo, no hasta que aparezcan mis tijeras de amputar odios. De todos modos recordé que había olvidado la Llave de la Memoria, así que di media vuelta, y luego otra media, y después varias más. Lógicamente, después de eso me sentí amanecer.
Entonces apagué el ordenador y salí a la calle dispuesto a vivir la extraña ficción de todos los días.

Unos nacen con estrella


Hoy parece que el cielo está despejado. Por suerte o por desgracia, la tasa de natalidad es la más baja de los últimos años. La gente sigue diciendo que es lo normal, que es ley de vida, pero yo no consigo acostumbrarme. Hace poco me cayó uno al lado. Hacía un buen día, así que decidí darme una vuelta por el exterior, a pesar de las advertencias. Cogí la moto y salí con ella al campo. Iba por un camino de tierra cuando, de pronto, se cruzó un conejo delante de mí. Giré para esquivarlo y, justo en ese momento, sentí como algo muy veloz y muy pesado pasaba junto a mí, casi rozándome, y se estrellaba contra el suelo con un golpe seco y un crujido sordo. Perdí el control de la moto y caí al suelo con ella. Al levantarme, miré hacia atrás y vi una masa rosada e informe a unos pocos metros de mí, tendida sobre un charco de sangre. Me acerqué a ella, sobrecogido. Era un varón. Estaba destrozado, reventado por dentro. No es lo mismo verlo así que verlo en las noticias, puedo asegurarlo. Recuerdo que lo asocié a una naranja que alguien hubiese aplastado de un pisotón. Las tripas, los huesos rotos, toda esa sangre; fue espantoso. Intento consolarme pensando que ellos, aunque sólo sea durante unos breves instantes, ven el mundo de una manera que nosotros nunca veremos. Quiero pensar que no tienen miedo, que disfrutan de ese viaje breve y alucinante. Pero la expresión que vi en la cara de ese pobre desgraciado, al menos en lo que se distinguía de ella, transmitía pánico, terror absoluto. Me quedé observándolo durante un buen rato. Emanaba de él tal sensación de, no sé cómo decirlo… de fragilidad, de vulnerabilidad, que, por un momento, sentí el impulso de acariciarlo. Pero no lo hice, claro. Llamé a los Servicios Municipales para que lo recogieran y me fui, viendo por el espejo retrovisor a ese saco sin vida hacerse más y más pequeño.
Realmente me pasó muy cerca. Si ese conejo no se hubiese cruzado en mi camino, me habría caído encima y yo ahora mismo estaría muerto. Al final, después de todo, va a resultar que tengo buena estrella.

Conflicto con lo improbable

No, si ya lo decía mi madre: a ti, el día que pongas un circo te crecen los enanos. Igual lo decía por aquella vez que compré un equipo de fútbol femenino y la mitad de las jugadoras resultaron ser los maridos y los novios de las otras jugadoras, disfrazados. Lo curioso es que ni aun así ganaban un partido, los muy hijos de puta. O quizá lo dijese por esa vez que me traje a aquel perrito tan raro y tan mono de Brasil. Sí, hombre, ¿no te acuerdas? Cuando la plaga de ratas amazónicas que asoló el centro de la ciudad. ¿Quién lo hubiera pensado, ¿verdad? Con lo majo que era “Peludito”. Pero esto no tiene nada que ver con eso, esta vez es diferente. Esto era un negocio seguro, joder. O sea, en qué cabeza cabe... Dime tú cómo demonios podía yo imaginar que los muy cabrones iban a crecer de un día para otro. Porque, vamos a ver, una cosa es que tu “Gruñón” se esfume un día antes del estreno porque le han hecho una oferta en Eurodisney, o que detengan a tu "Mudito" regalado piruletas a las niñas en la puerta de un colegio, vestido (sólo) con una gabardina, o que aparezcan unas fotos comprometedoras de tu “Blancanieves” en Internet, en actitud claramente complaciente hacia dos fornidos muchachotes africanos. Todo eso son cosas que tienen solución, yo soy un jodido profesional y esa es parte de la magia del show business. Pero que después de currarte el proyecto, de obtener los permisos legales, de pagar los sobornos correspondientes, con todas las entradas del Pabellón de Deportes vendidas, media hora antes de la función, con las gradas repletas de mocosos gritones, despidas a la tipa que has contratado para hacer de bruja y resulte ser una bruja de verdad, eso ya es tener mala, pero que muy mala suerte. Una maldición, dice que me va a echar. Sí, una maldición, digo yo, ya te estás largando por esa puerta, vieja fracasada. Y entonces hace nosequé cosa con una pata de gallo reseca y se marcha entre risotadas. Pues sí que hay gente rara en el mundo, me digo yo, y sigo a lo mío. Entonces se apagan las luces, se hace el silencio, se encienden los focos, se abre el telón y aparecen siete supuestos enanitos de entre metro setenta y metro ochentaicinco de altura, con toda la ropa desgarrada y, en algún desafortunado caso, hasta con las vergüenzas al aire. Debo decir que los chicos se comportaron como unos auténticos profesionales, y que durante un minuto más o menos trataron de seguir adelante con la función lo mejor que pudieron, pese a los abucheos, los gritos y los llantos del respetable. En resumen: fracaso estrepitoso, escándalo público, defenestración artística, ruina total. Y encima van esos cabrones y me demandan por incumplimiento de contrato y por discriminación. Hay que joderse. Parece que todo lo que hago últimamente me sale mal. Pero eso no va a desanimarme, oh, no. He salido de situaciones peores que esta. Estoy tocado, pero no hundido. Resurgiré de mis cenizas como el ave Fénix, volveré a estar en la cumbre. Me han hablado de un número espectacular. Parece ser que en la capital hay un mono que es un prodigio manejando revólveres, tengo que hacerme con él. Ya estoy viendo las caras de felicidad de los niños.

sábado, 2 de mayo de 2009

Frases míticas en el cine (II)

Dos hombres y un destino
"Si me pagara lo que gasta para evitar que le roben yo no le robaría".
Butch Cassidy (Paul Newman)

Atrapado por su pasado (Carlitos way)
"Prometí que nunca le rompería el corazón, pero ya sabes, pasan cosas..."

"Los hijos de puta siempre te disparan de noche, cuando lo único que hay es un médico de guardia novato con un cerebro somnoliento".

El Padrino
"Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo hubieran pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos. Y a ese le temen".

Scarface, el precio del poder
"Siempre digo la verdad, incluso cuando miento digo la verdad".

Reservoir Dogs
"¿Has terminado ya?, porque me importa una mierda lo que sepas o no sepas... te voy a torturar de todos modos".

Tiburón
“Creo que va a necesitar un barco más grande”

Misterioso asesinato en Manhattan
"Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas de invadir Polonia".

Lock and Stock
“Si me ocultas algo, te mato. Si no me dices la verdad, o si yo pienso que no me dices la verdad, te mato. Si te olvidas algo, te mato. De hecho, vas a tener muy difícil sobrevivir, Nick, y será mejor que entiendas todo lo que te digo. Porque si no lo entiendes, te mato”.

Cadena Perpetua
"No tengo ni la más remota idea de que coño cantaban aquellas dos italianas y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente por eso te hacia palpitar el corazón".

Beautiful girls
"Eh Marty. Espero que sigamos en contacto, porque me gustara saber lo que estés haciendo; ya que pienso que sea lo que sea, va a ser increible".

Blade Runner
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".

"No sé por qué me salvó la vida. Quizá en esos últimos momentos amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No sólo su vida, la vida de todos, mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda?. Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle morir".

Casino
"Sabes, creo que tienes una imagen equivocada de mí, y lo menos que puedo hacer es explicarte exactamente como funciono. Por ejemplo, mañana me levantaré pronto y me daré un paseito hasta tu banco. Luego entraré a verte, y si no tienes preparado mi dinero, delante de tus propios empleados te abriré tu puta cabeza. Y cuando cumpla mi condena y salga de la cárcel, con suerte, tú estarás saliendo del coma. ¿Y que haré yo? Te volveré a romper tu puta cabeza. Porque yo soy idiota, y a mí lo de la cárcel me la suda. A eso me dedico, así funciono yo".

Closer
"Los depresivos no quieren ser felices, quieren ser infelices para confirmar su depresión. Si son felices no están deprimidos y tienen que salir al mundo a vivir, lo cual puede ser deprimente".

Dersu Uzala
"¡No disparen, soy gente!".

El Club de los Poetas Muertos
"Resuena mi bárbaro gañido en las cúpulas del mundo".

viernes, 1 de mayo de 2009

Decálogo para un escritor novel

Ojo: este decálogo que he perpetrado no pretende ser una guía válida para nadie, Dios me libre, ni siquiera para mí mismo. Hay pocas cuestiones sobre las que yo pueda dar lecciones a nadie, y la Literatura no es, con certeza, una de ellas. Este es sólo un pequeño divertimento íntimo; una ironía de la que, si la suerte me acompaña, abominaré dentro de unos años, cuando haya aprendido a escribir.



Decálogo para un escritor novel


1) No te obsesiones por encontrar tu propia voz. Está ahí, lo quieras o no, y quizá cuanto más la busques más te alejes de ella. Trata de ser muchas voces a la vez, trata de ser todas las voces. El eco que quede tras el tumulto, esa será tu voz.

2) La originalidad es una cualidad sobrevalorada. Duchamp epató en su momento, sí, pero nadie en su sano juicio se pasa horas contemplando un urinario. Si coronas tu pastel con una guinda, mejor, pero piensa que nadie se comerá una guinda sin pastel. Raras veces una buena ocurrencia puede sustituir a una buena historia.

3) Trata de ser capaz de la poesía más sublime, y también de la grosería más procaz. Al menos inténtalo. En todo caso, lo que hayas de ser, la buscona más arrastrada de Port-au-Prince o el espíritu personado de Rimbaud, selo: el lector huele el miedo.

4) La envidia es un motor insospechado para la creación artística; el escritor que asegure no haberla sentido hacia ningún otro, miente. No la rehúyas, sírvete de ella para escribir mejor que Ese Que Tú Sabes. De todos modos, consuélate: dicen que después del Cervantes o del Nobel se hace más llevadera.

5) Cree en los maestros, no tengas empacho en tratar de imitarles: cuanto menor sea la magnitud de tu fracaso menor será la distancia que te separe de la excelencia. Eso sí, no los mitifiques. Algunos de tus escritores más admirados eran unos redomados hijos de puta.

6) A ese respecto: lábrate una reputación. Bebe, fuma mucho, ten hijos ilegítimos, engaña a tu esposa, pega a tu marido, cásate y divórciate unas cuantas veces. Todo ello no facilitará tu labor, pero generar ese tipo de anécdotas ayudará a divulgar tu nombre para la posteridad.

7) Lee mucho, analiza, aprende, infórmate, fórmate, lee más. Aprende los trucos, las claves, las reglas del Arte y del Oficio. Después, pero sólo después de haberlas interiorizado bien, olvídate de ellas.

8) Si puedes permitírtelo, concede a tus obras recién acabadas un tiempo de respiro mientras escribes otras cosas. Después, si crees que algo debe mejorarse, mejóralo. Pero luego suéltalo y olvídate de ello. Si no, serás como un tipo tratando de llenar un cántaro agujereado, no terminarás nunca.

9) Probablemente los mejores escritores no escribían sin esfuerzo, pero lo parece. Haz que parezca que no te ha costado. No seas cansino. Que no parezca que cada descripción y cada metáfora han sido un muro por escalar.

10) Elabora un Decálogo, eso inspira credibilidad.