jueves, 6 de agosto de 2009

La vida pirata

(ché, Gilda, disculpá el latrocino, pero me encantó esa asociación).


“La vida pirata es la vida mejor”, así rezaba la canción, seguro que la recuerdas. ¿Y qué es la vida pirata? Pues la vida pirata, tal como yo la entiendo, es no saber a dónde te llevará el viento mañana. Es sentir el azote del mar en la cara, ponerte voluntariamente a merced de los elementos y las circunstancias, no saber qué tocará hoy, si fruta o carne agusanada, si atracar en una playa paradisíaca o cruzar de nuevo el Cabo de Hornos. La vida pirata es saber que el capitán puede dejar de serlo en cualquier momento. Es el riesgo y la incertidumbre, apostarlo todo a rojo o a negro y que sea lo que Dios o el Diablo dispongan.

Hay personas, creo que la mayoría, a quienes angustia la inseguridad de no saber qué va a ser de su vida, personas a quienes su naturaleza inclina a buscar un trabajo que les garantice seguridad, estabilidad, y continuidad para los años venideros. También hay personas que buscan a su media naranja, a su alma gemela, a esa persona que nunca les abandonará. No es mi caso. A mí me aterraría saber en qué voy a trabajar durante el resto de mi vida. Del mismo modo, me angustiaría saber que voy a pasar el resto de mis días junto a una misma persona. No digo que me resultase insoportable estar toda la vida junto a alguien –cómo saberlo -, ni que no pudiera dedicarme siempre a la misma cosa, mientras aquella me gustase. No, no es eso. Simplemente me aterraría saberlo. Me sentiría condenado, e incluso la felicidad puede ser una condena. Como me dijo una vez un tipo que conocí en Santorini, Grecia, “hasta el paraíso puede ser un infierno cuando te ves obligado a permanecer en él”. No utilizó exactamente estas palabras, pero venía a decir eso. Yo he comprobado que soy de esas personas que se conducen mejor entre la niebla, mi reino es el caos, ahí es donde me siento cómodo y seguro. Ahí es donde lo veo todo claro.
La vida pirata tiene sus riesgos, por supuesto. De hecho el riesgo está siempre ahí, presente. Podrían despedirte mañana, y después qué. Pues ya veremos.
Ella podría dejarte, y te quedarías sólo, o al menos sin ella. Sí, bueno. Antes de entrar hay que dejar salir, ya sabes.
Podrían herirte, podrías herir, podrías perderlo todo. En fin, son gajes del oficio.
Pero si eliges esta vida, si eliges errar, siempre, allá en el horizonte, arderá la llama de una promesa.
Penurias, humillaciones, soledad, posiblemente un cierto peaje físico, abandonos, cuernos, celos, enfermedades de transmisión sexual, soledad (¿lo había mencionado ya?). Habrá todo eso y más, puedes contar con ello. Pero también, y sobre todo, habrá sorpresas, regalos, encuentros, experiencias, recompensas espirituales, momentos que justifican una vida, vidas que justifican una novela. Y sobre todo, habrá el no saber qué habrá, qué rostro te encontrarás tras la esquina, que cielos te saludarán hoy, cómo será el último renglón del capítulo. Se puede resumir así: solo cuando nada es seguro todo es posible.

Hay muchos piratas malos, pero tú, que has leído, sabes que también hay piratas buenos. Piratas bondadosos, piratas con corazón. Piratas que pueden conducirse con modos de caballero, pero que jamás pretenderían ser uno de ellos. Piratas que desempeñan con honestidad su oficio de piratas, piratas consecuentes que no piden clemencia cuando las cosas se tuercen y toca pasar por la quilla. Yo quisiera pensar que soy uno de ellos.
Me gustaría tener cien vidas para vivir de forma diferente cada una de ellas, para ser poeta, músico, astrónomo, futbolista. Me gustaría tener cien vidas para envejecer junto a cada una de las mujeres que he amado (no, no han sido cien, evidentemente, ni se le acerca, pero es que con alguna, incluso, repetiría). Sin embargo, a falta de nuevas evidencias, creo que solo dispongo de una vida. Así que, quizá no vaya a vivir ninguna de esas vidas al fin y al cabo, pero a lo mejor puedo vivir un poquito de cada una.

Momentos que justifican una vida, muchacho: eso tendrás si te enrolas. Yo afirmo haberlos vivido ya. Pero, ¿sabes una cosa, chico? Quiero más. Mi codicia es insaciable.

“Coooon la botella de ron/
coooon la botella de ron….”