Bueno, ahora ya sé lo que se siente cuando te disparan. Quema. Quema como su puta madre.
Joder, Chino, siempre he sabido que no llegaría a viejo, que moriría en la calle como un perro, pero nunca pensé que fueras a ser tú quien me matase.
Mierda, hace frío.
Llevo la camisa y los pantalones empapados de sangre. Se me pegan a la piel, y hace frío. Tengo que llegar a casa. Tengo que intentarlo, al menos.
Hay luna llena, y la calle está vacía y silenciosa. ¿Dónde está todo el mundo? Seguro que en este momento alguien me está viendo desde su ventana, pero nadie me ayudará. Aquí nadie ayuda a nadie. Somos como pirañas encerradas en una pecera. En cuanto alguien da la más mínima señal de debilidad, nos lo comemos. No hay piedad aquí.
Pero tú no, Chino, tú no. Nosotros nos teníamos el uno al otro, por eso éramos fuertes. Hermanos, ¿recuerdas?
Joder, un taxi. ¡Espera, cabrón, no te vayas! Hijo de puta… No, nadie va a ayudarme. Si al menos consiguiese llegar a casa y coger la pipa tendría una pequeña oportunidad. Aguanta, joder, aguanta.
Recuerdo cuando nos conocimos en el centro de menores. Eras el hijo de puta más feo y más cabrón que había visto en mi vida. Llegaste como un gallito, vacilando a todo el mundo, y esa noche te cogimos entre todos y te llevamos al cobertizo para bajarte los humos. Pero qué va, a ti no había quien te hiciera agachar la cabeza. Suerte que los monitores nos separaron, porque, si no, eso hubiera acabado mal, muy mal. Al día siguiente le pusiste al Loco un tenedor en la garganta, y a partir de ahí nadie volvió a molestarte. Los tenías bien puestos, cabrón.
Luego, cuando cumplí los dieciocho y me botaron de ahí, te escapaste y te viniste conmigo a casa de mi vieja. Eso sí que fueron buenos tiempos. A veces las pasamos bien putas, pero mira que nos divertimos, sin tener que rendir cuentas a nadie, todo el día puestos hasta el culo, de fiesta, pasando costo y pirulas, haciendo el cabra con la moto, mangando lo que nos salía de los huevos, vacilando con las pibas. Igual es por eso, a lo mejor es por una simple gilipollez como esa. Joder, yo no tengo la culpa de que seas más feo que una mierda, Chino. Yo me comía una piba distinta cada fin de semana, y tú, en cambio, te quedabas ahí callado, con esa cara de subnormal, sin hacer nada. ¿Es por eso? ¿Te jodió que me tirase a la Sandra? La mitad del jodido barrio se tiró a la Sandra, menos tú. ¿La querías? ¿Estabas enamorado de ella? Pues que te den por culo, capullo, haber hecho algo. Si tuve que llevarte yo de putas para que supieras lo que era que una tía te comiese la polla. Aún me acuerdo. Todos ahí, jaleándote, cagándonos de la risa, y tú moviendo el culo como un puto hámster encima de esa colombiana.
Mierda, necesito descansar. Esto tiene muy mala pinta. ¡Joder, me cago en la puta…! ¿Por qué, Chino? ¿Qué cojones ha pasado para terminar así? Desde que te vi aparecer en el coche junto al Cachalote supe que venías a por mí.
Conozco tu cara de matar, como cuando te cargaste a ese negro en el puerto. Le pediste fuego y te mandó a la mierda. Menudo gilipollas. No lo vi venir, y él tampoco. Te acercaste por detrás y le clavaste el pincho con todas tus ganas, una vez, y otra, y otra, parecías el Demonio, tío. Se te fue mucho la pelota. Tenías que haberte visto los ojos, fríos como los de un lobo. No moviste un puto músculo de la cara. Esa fue la primera vez que vi morir a alguien. Yo no paraba de temblar, y en cambio vas tú y le pides un cigarro al policía que te detuvo, con toda la tranquilidad del mundo. Le dijiste que era el último que te ibas a fumar en mucho tiempo. Eso fue lo que más miedo me dio, ¿sabes?, que sabías perfectamente lo que hacías. No fue un calentón, primero lo pensaste y después lo hiciste. Querías matar a alguien, querías saber qué se sentía. Sí, ahora te lo puedo decir, me dabas miedo, hijo de la gran puta, siempre me has dado miedo. Luego, cuando te metieron en el talego, fui a visitarte cada semana, cada puñetera semana sin falta. Me jugué el culo por ti, Chino, literalmente. Me lo llené hasta arriba de costo para poder pasártelo dentro y que tuvieras algo que mover. Suerte que el primo del Chepa trabaja ahí de celador. Tenía que haber dejado que te reventasen ahí dentro. Te llevé pasta, tabaco, ropa, revistas porno, cabrón.... ¡Joder, tío, si hasta mi vieja te llevaba comida! Me hubiera cambiado por ti, loco, tú lo sabes. Hubiera cumplido la mitad de la condena para sacarte antes de ese agujero. Y cuando saliste, aun más hijo de puta y más cabrón que antes, sólo yo estuve ahí. Sólo yo, el Beni. Tu colega, tu hermano. Tú y yo, el Chino y el Beni, los perros del barrio. Los malos entre los malos.
Vamos, joder, aguanta. Tengo que llegar a casa, son sólo un par de calles más. Necesito la pipa. Me iré de este barrio, cabrón, pero tú te vendrás conmigo. Y si estás ahí esperándome me sacaré la polla y me mearé sobre tus zapatillas antes de morir. Como se te ocurra tocar a la Carla te arranco la cabeza, hijo de puta. Tú no harías eso, ¿verdad, Chino? No, no lo harás, sabes que espero un crío, y eso es sagrado. Voy a tener una familia, por favor, no me jodas eso. Respeta eso, hermano. No, además el Rubio no te lo permitiría. Esto es entre tú y yo, siempre ha sido entre tú y yo. En el fondo siempre supe que algún día, cuando el Rubio no estuviese, la cosa sería entre tú y yo. Pero podíamos haberlo intentado, joder, éramos socios. Si uno ganaba el otro también ganaba, y si uno pringaba el otro pringaba. El barrio era nuestro puto cuarto de estar, nuestro territorio. Al que nos tocaba los huevos nos lo comíamos. Como lo del Mikel. Eso me jodió, ¿sabes? El Mikel era un tío legal. Era un bocazas, pero era un tío legal. Jugábamos juntos al fútbol de pequeños, me parece que nuestras madres eran primas, o algo así. ¿Qué pasó? ¿Cómo empezó? Dijiste algo de él, él dijo nosequé de nosotros, y quedamos en el polígono, de madrugada. Dijimos que sin navajas, pero ellos llevaban y nosotros también. Sus colegas huyeron, los muy cagones, pero su novia se quedó allí. No debimos hacer lo que hicimos. Pero lo hicimos, y él lo vio todo. No me extraña que se quedase tonto después de eso. Podíamos habernos convertido en los amos del barrio, en los jefes. Podíamos haber cubierto la ciudad entera de farlopa, los dos juntos, joder. Siempre decíamos que, cuando estuviésemos arriba, en este puto barrio sería Navidad todos los días. Pero lo sé, lo sé. En nuestro mundo la gente sólo obedece a una persona, alguno de los dos tendría que estar por debajo del otro, y a ninguno nos gusta estar por debajo de nadie, sólo del Rubio. Pero yo hubiese ido a por ti de frente, Chino, con dos cojones. Tú contra mí, los míos contra los tuyos, a hostias, a navajazos, a tiro limpio. No así, como una puta rata, a traición.
Una farmacia, si tan sólo hubiera una farmacia abierta. Pero no, si me paro, estoy muerto. Necesito coger la pistola y avisar a Carla. Entonces iré a una farmacia y haré que me paren la hemorragia. Necesito pensar. Piensa, piensa, piensa, pero no te pares, sigue caminando…
El Rubio. El Rubio tiene que estar al corriente de esto. Tú no eres gilipollas, Chino, y si hubieses hecho esto sin su aprobación estarías tan muerto como yo, el Rubio te abriría en canal como a un cerdo. Soy su mejor camello, mejor que tú. El Rubio se fía de mí más que de ninguna otra persona, no tiene sentido que quiera deshacerse de mí. Entonces, ¿por qué? ¿Qué le has contado, hijo de puta? ¿Qué le has contado?
Se lo has contado, ¿verdad? Sí, ahora lo entiendo todo. Lo que Dios te dio de feo también te lo dio de listo. Fuiste tú, cabrón, fuiste tú el que se cargó a esos peruanos. Yo pensé que se te había ido la cabeza, pero te cubrí. Le dije al Rubio que nos sacaron los hierros y que tuvimos que cargárnoslos, y me quedé con la otra mitad de la coca porque estábamos juntos en eso, como en todo, porque hubiera ido hasta el mismísimo infierno contigo, hijo de puta, pero yo nunca hubiera robado al Rubio de no ser por ti. Pero tú no eres así. Tú no respetas nada, Chino. Apuesto a que lo tenías todo planeado desde el principio. Recuerdo una frase que mi viejo me dijo una vez y que se me quedó grabada en la cabeza. Me dijo: “si estás jugando una partida de póquer y después de la primera media hora todavía no sabes quién es el primo, lo más probable es que el primo seas tú”. Mi viejo era un puto alcohólico, pero a veces decía cosas que te hacían pensar. El decidió irse pronto de este mundo, como yo. Ojalá mi hijo consiga salir de aquí. Que estudie algo. Que viaje, que vea el mundo. Que no tenga que sentir vergüenza cuando esté caminando por caminos que no conozca. Que no tenga que hacerse notar para que no se note lo acojonado que está. Que no desee no tener hijos para que no se parezcan a él.
Estoy llegando, sólo falta un poco más. Tengo mucho frío, necesito entrar en calor. No quiero morir así, en la puta calle. ¿Es ese el coche del Cachalote? Mierda, no veo bien.
¿Toda esta sangre es mía? Joder, estoy empapado. Tengo que llegar a casa, tengo que ver a Carla. Tengo que hablar con ella, decirle que se cuide, que no vuelva a meterse mierdas cuando nazca el bebé, y que se pire de aquí. A donde sea. Que se vaya a la capital, que busque curro, que mendigue, lo que sea, pero tiene que salir de aquí. ¿Hay luz en el piso? Estoy muy cansado. No debo quedarme dormido en el ascensor, tengo que llegar a casa.
El portal está abierto. Las escaleras, no te caigas ahora. Mierda. Vamos, que no se diga. Eso es. No te pares, no te duermas. No te desmayes... El ascensor, dale al botón... Vamos. Así. Entra... Piso… piso… nueve.
En el espejo. Ese soy yo, muerto.
Joder, Chino, siempre he sabido que no llegaría a viejo, que moriría en la calle como un perro, pero nunca pensé que fueras a ser tú quien me matase.
Mierda, hace frío.
Llevo la camisa y los pantalones empapados de sangre. Se me pegan a la piel, y hace frío. Tengo que llegar a casa. Tengo que intentarlo, al menos.
Hay luna llena, y la calle está vacía y silenciosa. ¿Dónde está todo el mundo? Seguro que en este momento alguien me está viendo desde su ventana, pero nadie me ayudará. Aquí nadie ayuda a nadie. Somos como pirañas encerradas en una pecera. En cuanto alguien da la más mínima señal de debilidad, nos lo comemos. No hay piedad aquí.
Pero tú no, Chino, tú no. Nosotros nos teníamos el uno al otro, por eso éramos fuertes. Hermanos, ¿recuerdas?
Joder, un taxi. ¡Espera, cabrón, no te vayas! Hijo de puta… No, nadie va a ayudarme. Si al menos consiguiese llegar a casa y coger la pipa tendría una pequeña oportunidad. Aguanta, joder, aguanta.
Recuerdo cuando nos conocimos en el centro de menores. Eras el hijo de puta más feo y más cabrón que había visto en mi vida. Llegaste como un gallito, vacilando a todo el mundo, y esa noche te cogimos entre todos y te llevamos al cobertizo para bajarte los humos. Pero qué va, a ti no había quien te hiciera agachar la cabeza. Suerte que los monitores nos separaron, porque, si no, eso hubiera acabado mal, muy mal. Al día siguiente le pusiste al Loco un tenedor en la garganta, y a partir de ahí nadie volvió a molestarte. Los tenías bien puestos, cabrón.
Luego, cuando cumplí los dieciocho y me botaron de ahí, te escapaste y te viniste conmigo a casa de mi vieja. Eso sí que fueron buenos tiempos. A veces las pasamos bien putas, pero mira que nos divertimos, sin tener que rendir cuentas a nadie, todo el día puestos hasta el culo, de fiesta, pasando costo y pirulas, haciendo el cabra con la moto, mangando lo que nos salía de los huevos, vacilando con las pibas. Igual es por eso, a lo mejor es por una simple gilipollez como esa. Joder, yo no tengo la culpa de que seas más feo que una mierda, Chino. Yo me comía una piba distinta cada fin de semana, y tú, en cambio, te quedabas ahí callado, con esa cara de subnormal, sin hacer nada. ¿Es por eso? ¿Te jodió que me tirase a la Sandra? La mitad del jodido barrio se tiró a la Sandra, menos tú. ¿La querías? ¿Estabas enamorado de ella? Pues que te den por culo, capullo, haber hecho algo. Si tuve que llevarte yo de putas para que supieras lo que era que una tía te comiese la polla. Aún me acuerdo. Todos ahí, jaleándote, cagándonos de la risa, y tú moviendo el culo como un puto hámster encima de esa colombiana.
Mierda, necesito descansar. Esto tiene muy mala pinta. ¡Joder, me cago en la puta…! ¿Por qué, Chino? ¿Qué cojones ha pasado para terminar así? Desde que te vi aparecer en el coche junto al Cachalote supe que venías a por mí.
Conozco tu cara de matar, como cuando te cargaste a ese negro en el puerto. Le pediste fuego y te mandó a la mierda. Menudo gilipollas. No lo vi venir, y él tampoco. Te acercaste por detrás y le clavaste el pincho con todas tus ganas, una vez, y otra, y otra, parecías el Demonio, tío. Se te fue mucho la pelota. Tenías que haberte visto los ojos, fríos como los de un lobo. No moviste un puto músculo de la cara. Esa fue la primera vez que vi morir a alguien. Yo no paraba de temblar, y en cambio vas tú y le pides un cigarro al policía que te detuvo, con toda la tranquilidad del mundo. Le dijiste que era el último que te ibas a fumar en mucho tiempo. Eso fue lo que más miedo me dio, ¿sabes?, que sabías perfectamente lo que hacías. No fue un calentón, primero lo pensaste y después lo hiciste. Querías matar a alguien, querías saber qué se sentía. Sí, ahora te lo puedo decir, me dabas miedo, hijo de la gran puta, siempre me has dado miedo. Luego, cuando te metieron en el talego, fui a visitarte cada semana, cada puñetera semana sin falta. Me jugué el culo por ti, Chino, literalmente. Me lo llené hasta arriba de costo para poder pasártelo dentro y que tuvieras algo que mover. Suerte que el primo del Chepa trabaja ahí de celador. Tenía que haber dejado que te reventasen ahí dentro. Te llevé pasta, tabaco, ropa, revistas porno, cabrón.... ¡Joder, tío, si hasta mi vieja te llevaba comida! Me hubiera cambiado por ti, loco, tú lo sabes. Hubiera cumplido la mitad de la condena para sacarte antes de ese agujero. Y cuando saliste, aun más hijo de puta y más cabrón que antes, sólo yo estuve ahí. Sólo yo, el Beni. Tu colega, tu hermano. Tú y yo, el Chino y el Beni, los perros del barrio. Los malos entre los malos.
Vamos, joder, aguanta. Tengo que llegar a casa, son sólo un par de calles más. Necesito la pipa. Me iré de este barrio, cabrón, pero tú te vendrás conmigo. Y si estás ahí esperándome me sacaré la polla y me mearé sobre tus zapatillas antes de morir. Como se te ocurra tocar a la Carla te arranco la cabeza, hijo de puta. Tú no harías eso, ¿verdad, Chino? No, no lo harás, sabes que espero un crío, y eso es sagrado. Voy a tener una familia, por favor, no me jodas eso. Respeta eso, hermano. No, además el Rubio no te lo permitiría. Esto es entre tú y yo, siempre ha sido entre tú y yo. En el fondo siempre supe que algún día, cuando el Rubio no estuviese, la cosa sería entre tú y yo. Pero podíamos haberlo intentado, joder, éramos socios. Si uno ganaba el otro también ganaba, y si uno pringaba el otro pringaba. El barrio era nuestro puto cuarto de estar, nuestro territorio. Al que nos tocaba los huevos nos lo comíamos. Como lo del Mikel. Eso me jodió, ¿sabes? El Mikel era un tío legal. Era un bocazas, pero era un tío legal. Jugábamos juntos al fútbol de pequeños, me parece que nuestras madres eran primas, o algo así. ¿Qué pasó? ¿Cómo empezó? Dijiste algo de él, él dijo nosequé de nosotros, y quedamos en el polígono, de madrugada. Dijimos que sin navajas, pero ellos llevaban y nosotros también. Sus colegas huyeron, los muy cagones, pero su novia se quedó allí. No debimos hacer lo que hicimos. Pero lo hicimos, y él lo vio todo. No me extraña que se quedase tonto después de eso. Podíamos habernos convertido en los amos del barrio, en los jefes. Podíamos haber cubierto la ciudad entera de farlopa, los dos juntos, joder. Siempre decíamos que, cuando estuviésemos arriba, en este puto barrio sería Navidad todos los días. Pero lo sé, lo sé. En nuestro mundo la gente sólo obedece a una persona, alguno de los dos tendría que estar por debajo del otro, y a ninguno nos gusta estar por debajo de nadie, sólo del Rubio. Pero yo hubiese ido a por ti de frente, Chino, con dos cojones. Tú contra mí, los míos contra los tuyos, a hostias, a navajazos, a tiro limpio. No así, como una puta rata, a traición.
Una farmacia, si tan sólo hubiera una farmacia abierta. Pero no, si me paro, estoy muerto. Necesito coger la pistola y avisar a Carla. Entonces iré a una farmacia y haré que me paren la hemorragia. Necesito pensar. Piensa, piensa, piensa, pero no te pares, sigue caminando…
El Rubio. El Rubio tiene que estar al corriente de esto. Tú no eres gilipollas, Chino, y si hubieses hecho esto sin su aprobación estarías tan muerto como yo, el Rubio te abriría en canal como a un cerdo. Soy su mejor camello, mejor que tú. El Rubio se fía de mí más que de ninguna otra persona, no tiene sentido que quiera deshacerse de mí. Entonces, ¿por qué? ¿Qué le has contado, hijo de puta? ¿Qué le has contado?
Se lo has contado, ¿verdad? Sí, ahora lo entiendo todo. Lo que Dios te dio de feo también te lo dio de listo. Fuiste tú, cabrón, fuiste tú el que se cargó a esos peruanos. Yo pensé que se te había ido la cabeza, pero te cubrí. Le dije al Rubio que nos sacaron los hierros y que tuvimos que cargárnoslos, y me quedé con la otra mitad de la coca porque estábamos juntos en eso, como en todo, porque hubiera ido hasta el mismísimo infierno contigo, hijo de puta, pero yo nunca hubiera robado al Rubio de no ser por ti. Pero tú no eres así. Tú no respetas nada, Chino. Apuesto a que lo tenías todo planeado desde el principio. Recuerdo una frase que mi viejo me dijo una vez y que se me quedó grabada en la cabeza. Me dijo: “si estás jugando una partida de póquer y después de la primera media hora todavía no sabes quién es el primo, lo más probable es que el primo seas tú”. Mi viejo era un puto alcohólico, pero a veces decía cosas que te hacían pensar. El decidió irse pronto de este mundo, como yo. Ojalá mi hijo consiga salir de aquí. Que estudie algo. Que viaje, que vea el mundo. Que no tenga que sentir vergüenza cuando esté caminando por caminos que no conozca. Que no tenga que hacerse notar para que no se note lo acojonado que está. Que no desee no tener hijos para que no se parezcan a él.
Estoy llegando, sólo falta un poco más. Tengo mucho frío, necesito entrar en calor. No quiero morir así, en la puta calle. ¿Es ese el coche del Cachalote? Mierda, no veo bien.
¿Toda esta sangre es mía? Joder, estoy empapado. Tengo que llegar a casa, tengo que ver a Carla. Tengo que hablar con ella, decirle que se cuide, que no vuelva a meterse mierdas cuando nazca el bebé, y que se pire de aquí. A donde sea. Que se vaya a la capital, que busque curro, que mendigue, lo que sea, pero tiene que salir de aquí. ¿Hay luz en el piso? Estoy muy cansado. No debo quedarme dormido en el ascensor, tengo que llegar a casa.
El portal está abierto. Las escaleras, no te caigas ahora. Mierda. Vamos, que no se diga. Eso es. No te pares, no te duermas. No te desmayes... El ascensor, dale al botón... Vamos. Así. Entra... Piso… piso… nueve.
En el espejo. Ese soy yo, muerto.
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