Hoy parece que el cielo está despejado. Por suerte o por desgracia, la tasa de natalidad es la más baja de los últimos años. La gente sigue diciendo que es lo normal, que es ley de vida, pero yo no consigo acostumbrarme. Hace poco me cayó uno al lado. Hacía un buen día, así que decidí darme una vuelta por el exterior, a pesar de las advertencias. Cogí la moto y salí con ella al campo. Iba por un camino de tierra cuando, de pronto, se cruzó un conejo delante de mí. Giré para esquivarlo y, justo en ese momento, sentí como algo muy veloz y muy pesado pasaba junto a mí, casi rozándome, y se estrellaba contra el suelo con un golpe seco y un crujido sordo. Perdí el control de la moto y caí al suelo con ella. Al levantarme, miré hacia atrás y vi una masa rosada e informe a unos pocos metros de mí, tendida sobre un charco de sangre. Me acerqué a ella, sobrecogido. Era un varón. Estaba destrozado, reventado por dentro. No es lo mismo verlo así que verlo en las noticias, puedo asegurarlo. Recuerdo que lo asocié a una naranja que alguien hubiese aplastado de un pisotón. Las tripas, los huesos rotos, toda esa sangre; fue espantoso. Intento consolarme pensando que ellos, aunque sólo sea durante unos breves instantes, ven el mundo de una manera que nosotros nunca veremos. Quiero pensar que no tienen miedo, que disfrutan de ese viaje breve y alucinante. Pero la expresión que vi en la cara de ese pobre desgraciado, al menos en lo que se distinguía de ella, transmitía pánico, terror absoluto. Me quedé observándolo durante un buen rato. Emanaba de él tal sensación de, no sé cómo decirlo… de fragilidad, de vulnerabilidad, que, por un momento, sentí el impulso de acariciarlo. Pero no lo hice, claro. Llamé a los Servicios Municipales para que lo recogieran y me fui, viendo por el espejo retrovisor a ese saco sin vida hacerse más y más pequeño.
Realmente me pasó muy cerca. Si ese conejo no se hubiese cruzado en mi camino, me habría caído encima y yo ahora mismo estaría muerto. Al final, después de todo, va a resultar que tengo buena estrella.
Realmente me pasó muy cerca. Si ese conejo no se hubiese cruzado en mi camino, me habría caído encima y yo ahora mismo estaría muerto. Al final, después de todo, va a resultar que tengo buena estrella.
3 comentarios:
A partir de ahora tendremos que decir en lugar de llueve a cántaros, llueve a cuerpos.
Excelente e imaginativo relato
Bueno que impacto, la caída y tu relato. Se puede ver todo a pesar que no ahondas en descripciones, me gusta, solo como observación me atrevo a decirte que sacaría la conclusión final del conejo, se entiende que fue la aparición del conejo "de la suerte" el que salvo la vida del protagonista.
Un abrazo colega, me gusta como escribes.
Magnífico, Maestro. Has encontrado una buena idea (yo, a estas alturas, todavía estoy empezando: no es fácil la cosa) y la has desarrollado de maravilla, como siempre. Me entusiasma la forma tan fluida y profunda de narrar
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