Me llamaban la Flor de los Cárpatos, así les gustaba anunciarme. También era la niña, la rubia, la de los ojos azules, o simplemente la rumana. Mi aspecto ya llamaba la atención en mi país; no me faltaron novios, ni propuestas de matrimonio. Pero yo quería algo más, sentía que estaba llamada a un destino mayor que ese. Vine con la ilusión de una vida mejor, más luminosa, más brillante. Quería ser alguien de quien se hablara más allá de mi pueblo, uno de esos rostros anónimos y felices de las revistas y las series de televisión. Quería volver dentro de muchos años, con el porte distinguido y elegante de quien lo ha visto todo. Quería llegar y decir: ¿visteis? Lo conseguí. Pero lo que encontré al llegar fue muy diferente. No hubo sesiones de fotos, ni fiestas, ni eventos especiales. Hubo cinco hombres violándome en una habitación sin ventanas, todos a la vez. También él. Hubo palizas, palizas donde creí morir. Hubo heroína, al principio a la fuerza, luego suplicando por ella. Y hubo otros muchos hombres, ogros anónimos, espectros sin rostro ni alma, que a veces me hablaban en un idioma extraño, tratando de comunicarse conmigo, sin entender que se estaban dirigiendo a un cadáver, a un ser mecánico sin una brizna de vida en su interior. Porque llegué a olvidar que estaba viva. Llegó un momento en que me entregué a mi suerte sin objeción, esperando tan sólo que este Purgatorio pasase lo antes posible. No tenía constancia de los días ni de las noches, el concepto de “mundo exterior” se convirtió en algo abstracto para mí. Tan sólo existían las paredes de mi habitación, el largo pasillo, las habitaciones de las otras chicas, y la escalera. La misma escalera por la que bajaba él todos los días, trayéndonos la comida, y también la cruel medicina. Al principio casi ni sentía su presencia. Supe pronto que él no me pegaría, y eso era todo cuanto me importaba. Le dejaba entrar y le dejaba hacer. Tampoco hubiera podido impedírselo. Sin embargo, nunca volvió a tocarme después de esa primera vez. Me inyectaba la dosis y se iba. Yo empecé a aguardar su llegada con expectación. Cada aparición suya era una garantía de seguridad momentánea, se convertía en un ilusorio sentimiento de liberación. Sentía que estando con él no había peligro. Un día me di cuenta de que nunca me había detenido a observarle bien. Era feo. La cara como achatada, arrugado el entrecejo, bajito, chepudo, gastado. Su cuerpo decía que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero me gustaba. Siempre le pedía un poco más, y al principio me lo daba, pero después no. Fue a partir de que empecé a hablarle. Le hablaba porque en él sentía algo distinto, algo que callaba en su interior. Mientras él me dejaba la comida, mientras la recogía, mientras me ponía la dosis, yo le hablaba. Sabía que él no podía comprender, pero aun así le hablaba. Le contaba quién era, cómo era la vida en Targu Ocna. Le contaba sobre mi familia, mis amigos y las cosas que me gustaban, y él callaba y escuchaba. Le costaba mirarme a los ojos. Un día empezó a llamarme por ese extraño nombre. Siempre, al irse, me miraba desde la puerta y pronunciaba esa hermosa palabra. Empezó a reducirme la dosis, al principio casi imperceptiblemente, y luego de manera más evidente. Yo, a pesar de la ansiedad, de las nauseas y los temblores, no dije nada a aquellos que podían entenderme. ¿Por qué? No lo sé. Sólo sé que estar viva allí dentro era insoportable. Le rogaba en voz baja que me diese más, le preguntaba por qué, pero él no respondía. Se limitaba a mirarme de aquella manera tan callada, tan triste, mientras hacía lo suyo, y luego, desde la puerta, se despedía de mí mediante esas cinco sílabas. Ayer cambió todo. Me negué a complacer a ese cerdo gordo. Estaba despierta después de mucho tiempo, y no quise, no pude hacerlo. Me reí de él. No me importaron sus golpes ni sus gritos. Tampoco me importó cuando vinieron los demás. Cada puñetazo, cada patada, eran como una victoria para mí. Cuando se fueron, vino él. Se quedó junto a mí, acariciándome, susurrándome al oído mi nuevo nombre. Luego se fue, y me quedé dormida. Me despertó una especie de grito rápidamente sofocado, seguido de un golpe sordo. Se abrió la puerta, era él. Noté al instante que algo pasaba; que todo, para bien o para mal, iba a cambiar a partir de ese momento. Me ayudó a incorporarme y trató de hacerme andar, pero yo apenas podía mantenerme en pie. Avanzamos a trompicones por el pasillo, entre los gritos de las otras chicas. Pude ver a uno de los rumanos tendido en el suelo, sangrando por la cabeza. Llegamos a la escalera, arriba había luz. Luz del sol. Yo hacía cuanto podía por ayudar, pero no tenía fuerzas. Entonces me subió a su espalda y cargó conmigo escaleras arriba. Yo me agarré a su cuello y cerré los ojos, dejándome llevar hacia la libertad, hacia la vida, hacia la muerte, hacia donde fuese. Se escucharon voces de otros hombres provenientes del piso de abajo. Corre, mi amor, corre. Llegamos al piso de arriba, una puerta, una luz. La luz, el mundo, la vida. Me coge en brazos. Un estampido, como un petardo. Se detiene. Cae de rodillas, yo caigo también. Desde el suelo, desde las lágrimas, veo dos siluetas que se acercan. Otro estampido. Adiós, mi amor. Pies que se detienen frente a mí. A partir de ahora, viene lo peor, lo sé. Pero no me importa. No me importa, porque a partir de ahora tengo un nuevo nombre. No sé qué significa, ni necesito saberlo. Teliberaré, ese es mi nuevo nombre.
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Hace 2 años
5 comentarios:
Muy bueno, Kepa. Me gusta como consigues sacar todo el jugo a la idea. Muy bien narrado tb.
Que duro, que cruel y que real lamentablemente. Me deja consternado, te hiela la sangre y te calienta la furia, transmite mucho, muy bueno!!
Un abrazo
La historia me enganchó desde que empecé a leerla, el lenguaje claro y conciso, me agrada; el que sea todo seguido, sin puntos y apartes con frases cortas, creo que es un acierto y que le imprime intensidad a la lectura transmitiendo el agobio del personaje principal; el escribirla en primera persona y femenina, te obliga a ponerte en la piel de una mujer y eso te hace explorar otros "mundos"; el tema duro y escabroso, con el toque de "romanticismo", me cautivó; las drogas, me parecen un campo apasionante para explorar y escribir textos, pero siempre desde el lado interior de los protagonistas.
Sólo un "pero": creo que hacia la mitad del texto, existe una cierta repetición, que no añade nada al mismo.
Saludos.
Me sumo al comentario de Lunática al cien por cien.
Me enganchó desde el principio. Y las frases cortas me gustan mucho.
Muy bueno el punto de vista desde el que cuentas.
Gracias, colegas. Sólo una cosa: ¿el final no os parece un poquitín... cursi?
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