Pasaron los meses, y me convertí en el favorito de Karabá. Llegaron otros muchachos nuevos a la casa, y, conforme llegaban, otros desaparecían. Tan solo yo permanecía, y siempre éramos siete. El líquido verde que Karabá me hacía beber, a la vez que me infundía un gran vigor, mantenía nublados mis sentidos y me impedía pensar. Tampoco me era posible comunicarme con Gretchen. Sin embargo, sabía que ella estaba bien, y que no se la obligaba a dormir con los demás chicos. Karabá decía que tenía planes para ella. Aunque sus ojos habían perdido toda alegría, se había convertido en una joven de notable belleza.
Un día llegó otro muchacho nuevo, fuerte y atractivo. Aunque no fui yo el descartado en su lugar, la bruja empezó a requerir mis favores cada vez con menor frecuencia, y supe que mi tiempo se acababa. Decidí intentar escapar. Pero estaba Gretchen. No podía escapar sin ella. Por otra parte, con ese veneno verde en el cuerpo era imposible pensar en la posibilidad de acometer una fuga. Yo era más inteligente que los demás muchachos, y Karabá lo sabía. Por eso, conmigo tomaba precauciones que no tomaba con otros. Aunque Karabá se ausentaba a menudo para hacer la guerra, me estaba prohibido quedarme solo, y, además, la vida de mi hermana le servía como garantía.
Esa noche, Karabá, como si hubiese leído mis pensamientos, me hizo llamar de nuevo y me tendió la copa con el brebaje verde. Lo tomé, pues no podía hacer otra cosa. Sin embargo, esta vez no me hizo ningún efecto. Comprendí al instante, sin mirarla, que mi hermana había cambiado el brebaje por otro inocuo. Así pues, mi hermana no me había olvidado. Fingí que la bebida me producía el mismo efecto que en ocasiones previas, y forniqué con Karabá. Forniqué consciente y desesperadamente, y fue espantoso, más de cuanto podía imaginar. La bruja chillaba, reía, y hablaba con voces extrañas durante el acto.
Cuando la luz de la mañana entró en la habitación, el terror me mantenía aún despierto. La bruja dormía a mi lado, y pensé en intentar acabar con ella, pero no sabía dónde estaba Gretchen. Entonces, sonaron disparos provenientes del exterior. La bruja se incorporó y, tranquilamente, se vistió con su túnica y cogió dos fusiles de asalto y varios cartuchos de munición. Se acercó a mí y me tendió otra copa con el mismo líquido verde de siempre. Mientras, los disparos arreciaban, y explotaban granadas.
“Ya han llegado. Bebe -me dijo-. Creo que la noche anterior no bebiste lo suficiente”.
No fui valiente, fue el pánico al saberme descubierto lo que me impidió coger la copa.
“Está bien –dijo-, lo tomaré yo”.
Y bebió. Después salió por la puerta con sus armas en las manos. Me vestí apresuradamente y salí de la habitación. Estaba desarmado. Todos estaban asomados a los ventanales o fuera, combatiendo. Karabá, junto al foso, alentaba a sus niños pidiéndoles que matasen por ella. Miré por una grieta en la pared. Nos atacaban los nuestros, los soldados de Kabila. Vi a Gretchen caminando hacia el foso de los cocodrilos, parecía querer saltar. Entonces Karabá se acercó a ella, gritándole que era una niña estúpida, y comprendí que estaba ante mi oportunidad. Corrí entre las balas y embestí a la bruja con todas mis fuerzas. Karabá cayó al foso, y los cocodrilos, sin embargo, no enloquecieron; recibieron a la bruja exactamente como se podría esperar de ellos. Entonces, muerta su líder, el ejército de los niños -lo que quedaba de él- depuso las armas.
No fui valiente, fue el pánico al saberme descubierto lo que me impidió coger la copa.
“Está bien –dijo-, lo tomaré yo”.
Y bebió. Después salió por la puerta con sus armas en las manos. Me vestí apresuradamente y salí de la habitación. Estaba desarmado. Todos estaban asomados a los ventanales o fuera, combatiendo. Karabá, junto al foso, alentaba a sus niños pidiéndoles que matasen por ella. Miré por una grieta en la pared. Nos atacaban los nuestros, los soldados de Kabila. Vi a Gretchen caminando hacia el foso de los cocodrilos, parecía querer saltar. Entonces Karabá se acercó a ella, gritándole que era una niña estúpida, y comprendí que estaba ante mi oportunidad. Corrí entre las balas y embestí a la bruja con todas mis fuerzas. Karabá cayó al foso, y los cocodrilos, sin embargo, no enloquecieron; recibieron a la bruja exactamente como se podría esperar de ellos. Entonces, muerta su líder, el ejército de los niños -lo que quedaba de él- depuso las armas.
Se nos dijo que Kabila había entrado en Kinshasha, y que Mobutu había huido. Días después, el Acuerdo de Paz de Luanda puso fin al conflicto. Un organismo de Unicef nos acogió a Gretchen y a mí y nos trasladó a un centro de rehablilitación en Freetown. Allí me enseñaron a superar el odio. La culpa, sin embargo, me perseguirá por siempre.
Sobreviví, y esa es mi condena. Soy un kadogo, un niño-soldado, y siempre lo seré.
(Discurso pronunciado por Hansel Badjoko ante la Asamblea por la Paz y la Reconciliación de la República Democrática del Congo, Septiembre de 2008).
Kepa Hernando
3 comentarios:
Cuanto dolor ... Recuerdamelo cuando olvide la suerte que tengo de vivir la vida que llevo...
La mayor parte de lo que cuento es inventado, evidentemente, pero muchas otras cosas están inspiradas en acontecimienrtos reales. Lo de la mujer embarazada, lo de la cocaína mezclada con pólvora, etc., está sacado del testimonio real de un niño-soldado. He inventado cosas, pero no he exagerado nada. Todo eso está sucediendo hoy, ahora, en alguna parte.
correrte la paja es cosa de pajeros y correrte por el culo con un pepino es cosa de maricones.
Saludos! ja ja ja
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