Entre 1942 y 1945, Raymond Queneau escribió, a partir del relato de un incidente real y, según sus propias palabras, bastante trivial, 99 maneras distintas de abordar esa misma historia: http://www.enfocarte.com/1.10/literatura.html.
Esta es la premisa original:
Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.
Además, dejó por escrito varias sugerencias para otras futuras variaciones sobre este mismo tema. Esta, que me ha sido adjudicada al azar, es la mía:
Ejercicio de estilo nº 100: Crítica cinematográfica.
Sobre un guión premeditadamente anodino, el veterano realizador francés Raymond Queneau construye este interesante cortometraje, que, detrás de su clasicismo -tan sólo en apariencia -formal, encierra una serie de ácidas pero acertadas reflexiones sobre la condición social del ser humano, y, en concreto, sobre la relación del individuo con su entorno. A través de una historia sencilla hasta el extremo, y gracias a una dirección ajena a todo exhibicionismo vacuo, a una fotografía hiperrealista que casi roza el minimalismo, y, en especial, a unas interpretaciones sobrias en su conjunto, y en ocasiones contenidas hasta el hieratismo, Queneau logra crear una atmósfera desasosegante y turbadora, que mantiene intrigado al espectador a la espera de un desenlace que, al final, es cualquier cosa menos previsible.
A ese respecto, el uso del botón, o mejor dicho de su ausencia, como metáfora de la zozobra y la angustia interiores del personaje principal es un indiscutible acierto, y revela la extraordinaria sensibilidad de un realizador conocido, paradójicamente, por su versatilidad e iconoclastia.
Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.
Además, dejó por escrito varias sugerencias para otras futuras variaciones sobre este mismo tema. Esta, que me ha sido adjudicada al azar, es la mía:
Ejercicio de estilo nº 100: Crítica cinematográfica.
Sobre un guión premeditadamente anodino, el veterano realizador francés Raymond Queneau construye este interesante cortometraje, que, detrás de su clasicismo -tan sólo en apariencia -formal, encierra una serie de ácidas pero acertadas reflexiones sobre la condición social del ser humano, y, en concreto, sobre la relación del individuo con su entorno. A través de una historia sencilla hasta el extremo, y gracias a una dirección ajena a todo exhibicionismo vacuo, a una fotografía hiperrealista que casi roza el minimalismo, y, en especial, a unas interpretaciones sobrias en su conjunto, y en ocasiones contenidas hasta el hieratismo, Queneau logra crear una atmósfera desasosegante y turbadora, que mantiene intrigado al espectador a la espera de un desenlace que, al final, es cualquier cosa menos previsible.
A ese respecto, el uso del botón, o mejor dicho de su ausencia, como metáfora de la zozobra y la angustia interiores del personaje principal es un indiscutible acierto, y revela la extraordinaria sensibilidad de un realizador conocido, paradójicamente, por su versatilidad e iconoclastia.
3 comentarios:
Muy interesante aunque leerse 99 historias, 99 variaciones sobre la misma historia, convendrás conmigo que es algo estresante y agotador, no así escribirlas que puede ser un ejercicio divertido e incluso enriquecedor.
Saludos
Tengo ese libro, y emulando a Queneau, hice cuatro versiones de mi particular historieta. Como dice ALMA, no me leí las 99 versiones del autor, pero me dio ideas y me divertí escribiéndolas. Por si te apetece leerlas, están en este enlace:
http://sinuosa.blogspot.com/2007/08/99-formas-de-contar.html
Alma: no te creas. Confieso no haberme leído tampoco las 99, pero sí unas cuantas, y resulta bastante divertido. En este caso la historia es lo de menos, habría valido cualquiera. Podría decirse que, al revés de lo que suele suceder, aquí la forma y el tono determinan la historia del relato, hasta el punto de que cada uno parece contar una historia diferente. Y sí, escribirlas es sin duda un ejercicio tan divertido como enriquecedor para un principiante como yo.
Sinuosa: Qué bueno. Por qué será que no me sorprende...
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