jueves, 3 de diciembre de 2009

A kind of Magic

El Ministro de Propiedades Mágicas estaba leyendo un informe sobre tréboles mutantes de siete hojas cuando unos golpes apresurados sonaron en su puerta y, acto seguido, su secretario asomó la cabeza preso de una llamativa excitación.
-¿Sí, Rufus? ¿A qué se debe tanta urgencia? ¿Y por qué no ha utilizado su caracola para comunicarse conmigo, como es reglamentario?
-Disculpe, Señor Ministro, pero creo que se trata de algo de suma importancia, y temía que pudiera llegar a oídos indeseados.
-Está bien, pase. ¿De qué se trata?
El secretario tomó asiento y resopló, sin decidirse a hablar.
-Vamos, vamos, suelte ya lo que sea –le apremió el Ministro -, que no tengo todo el día.
-Verá, Señor, es que… ¿Recuerda usted el objeto del que le hablé hace un par de semanas, el que fue encontrado en una cantera de Cornualles?
-Sí, lo recuerdo. Ese que, aparentemente, no parecía tener ningún tipo de propiedad mágica.
-Exacto. Pues nuestros hombres lo han estado investigando día y noche y parece confirmado; el objeto no tiene magia por ninguna parte.
El Ministro miró a su secretario con incredulidad.
-Eso no es posible, Rufus. Algún tipo de propiedad mágica debe tener. ¿Lo han mirado ustedes bien?
-Obviamente, señor; si no, no estaría aquí.
-Pero, vamos a ver, algo debe hacer. No sé. ¿No aumenta de tamaño? ¿No cambia de forma? ¿No atrae a la mala o la buena suerte, al menos?
-Al parecer no, señor.
-¿Y qué hace, entonces?
-Nada, señor.
-¿Cómo que nada?
-Pues eso mismo, señor: nada.
-A ver si lo entiendo: ¿El objeto está ahí y no hace nada?
-Como se lo cuento.
-¿Y han probado a conjurarlo, por si tuviese algún genio dentro? ¿Lo han disuelto, mezclado con otras sustancias, radiado con energía mística…?
-Lo hemos probado todo, señor, absolutamente todo. Hemos agotado el protocolo convencional y el de emergencia, pero no hemos conseguido nada.
-Esto es inaudito. Tienen que haber cometido algún error.
-Es posible, señor, pero yo no apostaría por ello.
-Entonces debo informar de inmediato. ¿Está usted seguro de lo que me cuenta, Rufus? Mire que no me gustaría convertirme luego en el hazmerreír del Consejo de Hechicería.
-Absolutamente, señor. Jamás nos habíamos encontrado con un caso similar a este.
El Ministro profirió una maldición que hizo arder las cortinas de su despacho.
-Sagrado corazón de Merlín, a ver cómo le cuento yo esto al Primer Ministro. Rufus, ¿le importaría acercarme el tintero invisible del estante del fondo?
-Por supuesto, señor.
El Ministro esperó hasta que su secretario se alejó de la puerta; entonces sacó su varita mágica del cajón de su escritorio y lo fulminó con un hechizo desintegrador. Después limpió la estancia de residuos mágicos y orgánicos e invocó a su caracola secreta desde otro plano dimensional. Permaneció unos segundos indeciso frente a ella hasta que finalmente se decidió a utilizarla.
-Plubius, soy yo. ¿Podemos hablar? Con seguridad, quiero decir.
-Claro, Henry, esta línea es segura. De hecho, en realidad ni siquiera existe.
-Bien. Tengo algo que contarte, pero te va a parecer increíble.
-No me lo digas, ya lo sé. Acaban de informarme.
-¿Com…?
-No te preocupes, Henry, no ha sido tu gente, tengo mis propias fuentes de información.
-¿Y qué vamos a hacer, Plubius? Si el pueblo se entera de esto…
-Precisamente, de eso se trata.
-¿Qué quieres decir?
-Que debemos impedir que lo sepan. Si esto llegase a la calle cundiría el pánico. Todo cuanto conocemos, todo en cuanto apoyamos nuestro ancestral sistema de gobierno, cambiaría para siempre. Las personas ya no sabrían en qué creer, no tendrían a qué aferrarse.
-Pero, Plubius, ¿tú crees que tenemos derecho a ocultarlo? Es decir, esto puede cambiar el curso de la Historia, no sé si está en nuestras manos decidir...
-No es discutible, Henry. Debes hacerme caso. Tú asegúrate de que no haya nadie que pueda difundir esa información, no sé si me entiendes.
-¿Me estás pidiendo que…?
-Sí, eso te estoy pidiendo. Es más, te lo estoy ordenando. Yo asumo toda la responsabilidad por si hubiera problemas en el futuro, pero debes hacer cuanto sea necesario. No hay otro remedio. Mientras tanto yo he enviado a alguien a hacerse cargo del objeto, ya deben estar de camino.
-Está bien, Plubius, así lo haré.
-Confía en mí, Henry, sé lo que hago. Después te llamo para coordinar la estrategia. Y no te preocupes, todo está bajo control.
-De acuerdo, Plubius, como tú consideres. Hasta después.
-Hasta después.
El Ministro depositó la caracola en la mesa y se acercó a la ventana. El bosque de fuego ardía precioso aquella tarde. Henry sabía perfectamente la suerte que le aguardaba. A pesar de las arteras palabras del Primer Ministro sabía que no vería un nuevo amanecer, pero tampoco le importaba demasiado en esos momentos. No después de lo que acababa de conocer. Un objeto sin magia. Así que las antiguas leyendas eran verdad.
Tomó una decisión. No tenía mucho tiempo, los hombres de Plubius debían estar al caer. Fue hasta la librería oculta tras la telaraña gigante de la esquina y seleccionó un volumen polvoriento y gastado: Magia Trascendental. Lo abrió casi por el final.
-No, no, no, no… ¡Aquí está!
Leyó con atención, cerró el libro y voló hasta el Departamento de Propiedades Mágicas Primordiales atravesando los pasillos del Ministerio como una exhalación, sin hacer caso a las miradas atónitas de los funcionarios. Cuando los miembros del Cuerpo Estatal de Seguridad llegaron al departamento tuvieron que fundir la puerta de plomo para entrar. Dentro estaba el Ministro, rodeado por los destellos moribundos de un hechizo recién utilizado. Le exterminaron sin mediar palabra, pero no encontraron rastro alguno del objeto que habían venido a buscar.

Muy lejos de allí, al mismo tiempo y en otro plano de la existencia, Rodrigo Badilla, estudiante de Biología, natural de Valparaíso, Chile, miraba a través de la ventana de su terraza y se preguntaba, mientras trataba de superar con la ayuda de un café bien cargado y un alka-seltzer la espantosa resaca con la que amaneció esta mañana tras la fiesta Erasmus de anoche, quién demonios, y con qué extraño propósito, habría podido ensartar a ese gnomo de jardín en la aguja del campanario de enfrente.

Kepa Hernando

1 comentario:

Lunática dijo...

¡Fantástico relato!, me ha intrigado hasta el final.
¡Enhorabuena!
Bss.