miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un buen final



Rosana Alvarado está bloqueada. Ha hablado con su editor y están de acuerdo. No ha sido una conversación agradable, pero era necesaria. Ambos coinciden: hay que cerrar la saga y hay que hacerlo a lo grande. El séptimo volumen tiene que ser el mejor, o si no, al menos no debe defraudar las expectativas de sus lectores. Al principio Luis, su editor, se ha mostrado reacio a matar a Celia, pero al final Rosana ha impuesto su punto de vista. Matar a Celia Portillo es esencial. En primer lugar, la idea de una Inspectora Portillo jubilada, lamiéndose las heridas en su retiro de la Costa del Sol, le parece una abominación. Un personaje como Celia Portillo debe morir de pie, como una valkiria. Si la vida no ha sido capaz de doblarle el espinazo, la muerte tampoco lo hará. No ha enchironado a ese sinnúmero de hijos de puta para acabar babeando frente a la televisión en un asilo de ancianos. Y en segundo lugar, matar a Celia es la única manera de garantizar que al desgraciado de Luis no se le ocurra la infeliz idea de continuar con la saga después de su muerte, aunque eso no se lo ha dicho a él, obviamente. Lo que está claro es que Celia Portillo debe morir. Rosana no tiene mucho tiempo, el cáncer que le diagnosticaron hace cuatro meses avanza inexorablemente por sus tejidos reclamando cuotas de salud a su paso. Todavía puede valerse por sí misma pero eso terminará pronto. Tan solo espera vivir el tiempo suficiente para que Celia pueda morir dignamente. O para que la maten, porque Celia no esperará a que la muerte acuda a su encuentro. No, la muerte va a tener que salir a buscarla. A Celia la habrán de matar. La cuestión es quién, y cómo.


Respecto al quién, tendrá que ser algún personaje ya conocido, pues no hay tiempo de perfilar un nuevo villano de suficiente enjundia. Sin embargo no es fácil decidirse por alguno.


“Podría ser el “Bambino” Heredia”, piensa Rosana. Heredia es un patriarca gitano que se pudre confinado sobre su silla de ruedas en Soto del Real, y cuyo primogénito la palmó en una redada autorizada por Portillo. Sí, pudiera ser que saliera de la cárcel debido a sus problemas de salud, y que, una vez fuera de presidio, orquestase su ansiada venganza contra la inspectora. Aunque Heredia no vale tanto, es un pedazo de mierda que no estaría a la altura como némesis final.


También podría ser Félix Laíño, el magnate de la construcción, a quien solo sus numerosas amistades en el mundo de la judicatura han librado de más de una temporada contemplando el vuelo de las golondrinas tras unos barrotes por cuantos delitos monetarios pueda uno imaginarse. Pero no, asesinar a Portillo sería algo de demasiado mal gusto incluso para un cafre como él.


¿Tal vez Pepe Couso? Fue compañero de Portillo cuando esta era más joven, y llegaron a liarse un par de veces cuando Celia aún esperaba algo de los hombres. Sin embargo Pepe se cargó accidentalmente a un camello durante un trapicheo y, ya puesto, se quedó con un par de kilitos de coca para pasar el invierno. Celia le descubrió y, tras intentar convencerle en vano para que se entregara, terminó por delatarle en una de las decisiones más difíciles de su vida. Desde entonces a Pepe se le aflojaron varios tornillos y se la tiene jurada a Celia. Numerosas denuncias por acoso y diversas órdenes de alejamiento que pueden dar fe de ello. Sí, este final podría ser lo más parecido a la justicia poética.


¿Y el agente Gámez, en un momento dado? Ángel Gámez, su fiel escudero. Hace años Ángel se interpuso entre la inspectora Portillo y el revólver de un proxeneta búlgaro, y desde entonces es el único subordinado al que permite tutearla, aunque siempre en privado, nunca en público. Pero no, sería demasiado retorcido y no habría tiempo de idear una trama coherente para esa posibilidad. Sin embargo Rosana tiene que decidirse, no quiere que algún escritorcillo amateur con ínfulas de ser el nuevo Stieg Larsson se haga de oro inventándole hijos secretos a la Portillo. El personaje de Portillo puede ser lo único que le sobreviva, lo único perdurable de ella que quede en este mundo, y es suya, solo suya.


En cuanto al cómo, al final de Portillo, tiene que ser algo trágico, aunque no forzado. Debe ser algo sencillo pero a la vez complicado. Un final discreto, elegante, un adiós con clase, pero que, en todo caso, estará indefectiblemente ligado a la elección del asesino.


Sin embargo, Rosana siente que de alguna manera matar a Portillo sería traicionarla. Ser su creadora y quitarle la vida podría parecer una idea hasta cierto punto hermosa, pero no lo siente así. Llevan tantos años juntas que ha llegado a considerarla como una especie de amiga cuya presencia fuera imperceptible pero constante. Ha mantenido conversaciones imaginarias con ella, le ha pedido consejo, se han compadecido mutuamente y se han emborrachado juntas en más de una ocasión. No, no va a ser fácil acabar con Celia. “¿Y si hubiera otra manera”, piensa Rosana, “un final que a la vez fuera también un principio?”


Está sentada frente a la pantalla del ordenador, sumergida en esas cavilaciones, cuando suena el teléfono del escritorio, sobresaltándola. Son las dos y media de la madrugada. Suenan otros dos timbrazos antes de que Rosana se decida a responder. Levanta el auricular y escucha. Tan solo escucha, mientras su rostro va adquiriendo una palidez cadavérica. Cuando por fin cuelga permanece un buen rato sentada, pensando. Se levanta y va a su cuarto a ponerse su vestido preferido. Después se dirige a la despensa y elige un buen vino, coge dos copas de cristal y lo dispone todo sobre la mesa baja del salón. También enciende una vela. Esta noche espera una visita importante. Luego regresa a su mesa, abre un documento en blanco y comienza a escribir.

(...)


-Nos han pasado una cosa que huele rara –informó Ángel mientras irrumpía en el despacho de Portillo sin avisar, como siempre - Una señora que la ha palmado en un incendio. Lo raro es que hizo una llamada al 112 tres cuartos de hora antes de comenzar el fuego, pero colgó al par de segundos. Estaba enferma de cáncer, así que podría tratarse de un suicidio a bombo y platillo, pero de todos modos creo que deberíamos investigarlo. Rosana Alvarado, se llamaba.
-¿Como la escritora? –preguntó Portillo sin levantar la vista del informe que está leyendo.
-La escritora, de hecho. ¿Tú la conocías? Yo no había oído hablar de ella.
-De nombre, nada más -respondió Celia con indiferencia.
-Además hay otro detalle extraño –prosiguió Ángel, sentándose en el borde de la mesa -, al hacerle la autopsia le encontraron una colilla de Ducados en el interior de la garganta.
Portillo miró a su colega a través de las gafas de leer y afirmó muy seria:
-Quizá le apetecía sentarse a disfrutar del espectáculo, se puso a fumar en mitad del incendio y se atragantó, hay gente para todo.
-No sé. De todos modos yo alucino. La tía estaba a punto de palmarla de cáncer de pulmón y seguía apretándose sus Ducados. Así vas acabar tú, jefa, como sigas fumando esa misma mierda.
-No te preocupes, cielo, que sé cuidarme solita.
Y sonrió mientras le propinaba una calada al cigarrillo absolutamente desprovista de culpa.

2 comentarios:

Lunática dijo...

Pues sí, un buen final en el que la realidad y la ficción se entremezclan y además, dejas el capítulo abierto para otro historia.
Me ha encantado el simbolismo de la muerte y la incógnita de la misma.
¡Genial!...

Sr. Miyagi dijo...

Gracias, Lunática. Le ha gustado a varias personas (Alexis, entre ellas), y otras no han entendido un pijo. En realidad, no estoy seguro de que funcione como pretendía. Lo tomo como un ejercicio más.