lunes, 11 de mayo de 2009

Conflicto con lo improbable

No, si ya lo decía mi madre: a ti, el día que pongas un circo te crecen los enanos. Igual lo decía por aquella vez que compré un equipo de fútbol femenino y la mitad de las jugadoras resultaron ser los maridos y los novios de las otras jugadoras, disfrazados. Lo curioso es que ni aun así ganaban un partido, los muy hijos de puta. O quizá lo dijese por esa vez que me traje a aquel perrito tan raro y tan mono de Brasil. Sí, hombre, ¿no te acuerdas? Cuando la plaga de ratas amazónicas que asoló el centro de la ciudad. ¿Quién lo hubiera pensado, ¿verdad? Con lo majo que era “Peludito”. Pero esto no tiene nada que ver con eso, esta vez es diferente. Esto era un negocio seguro, joder. O sea, en qué cabeza cabe... Dime tú cómo demonios podía yo imaginar que los muy cabrones iban a crecer de un día para otro. Porque, vamos a ver, una cosa es que tu “Gruñón” se esfume un día antes del estreno porque le han hecho una oferta en Eurodisney, o que detengan a tu "Mudito" regalado piruletas a las niñas en la puerta de un colegio, vestido (sólo) con una gabardina, o que aparezcan unas fotos comprometedoras de tu “Blancanieves” en Internet, en actitud claramente complaciente hacia dos fornidos muchachotes africanos. Todo eso son cosas que tienen solución, yo soy un jodido profesional y esa es parte de la magia del show business. Pero que después de currarte el proyecto, de obtener los permisos legales, de pagar los sobornos correspondientes, con todas las entradas del Pabellón de Deportes vendidas, media hora antes de la función, con las gradas repletas de mocosos gritones, despidas a la tipa que has contratado para hacer de bruja y resulte ser una bruja de verdad, eso ya es tener mala, pero que muy mala suerte. Una maldición, dice que me va a echar. Sí, una maldición, digo yo, ya te estás largando por esa puerta, vieja fracasada. Y entonces hace nosequé cosa con una pata de gallo reseca y se marcha entre risotadas. Pues sí que hay gente rara en el mundo, me digo yo, y sigo a lo mío. Entonces se apagan las luces, se hace el silencio, se encienden los focos, se abre el telón y aparecen siete supuestos enanitos de entre metro setenta y metro ochentaicinco de altura, con toda la ropa desgarrada y, en algún desafortunado caso, hasta con las vergüenzas al aire. Debo decir que los chicos se comportaron como unos auténticos profesionales, y que durante un minuto más o menos trataron de seguir adelante con la función lo mejor que pudieron, pese a los abucheos, los gritos y los llantos del respetable. En resumen: fracaso estrepitoso, escándalo público, defenestración artística, ruina total. Y encima van esos cabrones y me demandan por incumplimiento de contrato y por discriminación. Hay que joderse. Parece que todo lo que hago últimamente me sale mal. Pero eso no va a desanimarme, oh, no. He salido de situaciones peores que esta. Estoy tocado, pero no hundido. Resurgiré de mis cenizas como el ave Fénix, volveré a estar en la cumbre. Me han hablado de un número espectacular. Parece ser que en la capital hay un mono que es un prodigio manejando revólveres, tengo que hacerme con él. Ya estoy viendo las caras de felicidad de los niños.

sábado, 2 de mayo de 2009

Frases míticas en el cine (II)

Dos hombres y un destino
"Si me pagara lo que gasta para evitar que le roben yo no le robaría".
Butch Cassidy (Paul Newman)

Atrapado por su pasado (Carlitos way)
"Prometí que nunca le rompería el corazón, pero ya sabes, pasan cosas..."

"Los hijos de puta siempre te disparan de noche, cuando lo único que hay es un médico de guardia novato con un cerebro somnoliento".

El Padrino
"Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo hubieran pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos. Y a ese le temen".

Scarface, el precio del poder
"Siempre digo la verdad, incluso cuando miento digo la verdad".

Reservoir Dogs
"¿Has terminado ya?, porque me importa una mierda lo que sepas o no sepas... te voy a torturar de todos modos".

Tiburón
“Creo que va a necesitar un barco más grande”

Misterioso asesinato en Manhattan
"Cuando escucho a Wagner durante más de media hora me entran ganas de invadir Polonia".

Lock and Stock
“Si me ocultas algo, te mato. Si no me dices la verdad, o si yo pienso que no me dices la verdad, te mato. Si te olvidas algo, te mato. De hecho, vas a tener muy difícil sobrevivir, Nick, y será mejor que entiendas todo lo que te digo. Porque si no lo entiendes, te mato”.

Cadena Perpetua
"No tengo ni la más remota idea de que coño cantaban aquellas dos italianas y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente por eso te hacia palpitar el corazón".

Beautiful girls
"Eh Marty. Espero que sigamos en contacto, porque me gustara saber lo que estés haciendo; ya que pienso que sea lo que sea, va a ser increible".

Blade Runner
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".

"No sé por qué me salvó la vida. Quizá en esos últimos momentos amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No sólo su vida, la vida de todos, mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda?. Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle morir".

Casino
"Sabes, creo que tienes una imagen equivocada de mí, y lo menos que puedo hacer es explicarte exactamente como funciono. Por ejemplo, mañana me levantaré pronto y me daré un paseito hasta tu banco. Luego entraré a verte, y si no tienes preparado mi dinero, delante de tus propios empleados te abriré tu puta cabeza. Y cuando cumpla mi condena y salga de la cárcel, con suerte, tú estarás saliendo del coma. ¿Y que haré yo? Te volveré a romper tu puta cabeza. Porque yo soy idiota, y a mí lo de la cárcel me la suda. A eso me dedico, así funciono yo".

Closer
"Los depresivos no quieren ser felices, quieren ser infelices para confirmar su depresión. Si son felices no están deprimidos y tienen que salir al mundo a vivir, lo cual puede ser deprimente".

Dersu Uzala
"¡No disparen, soy gente!".

El Club de los Poetas Muertos
"Resuena mi bárbaro gañido en las cúpulas del mundo".

viernes, 1 de mayo de 2009

Decálogo para un escritor novel

Ojo: este decálogo que he perpetrado no pretende ser una guía válida para nadie, Dios me libre, ni siquiera para mí mismo. Hay pocas cuestiones sobre las que yo pueda dar lecciones a nadie, y la Literatura no es, con certeza, una de ellas. Este es sólo un pequeño divertimento íntimo; una ironía de la que, si la suerte me acompaña, abominaré dentro de unos años, cuando haya aprendido a escribir.



Decálogo para un escritor novel


1) No te obsesiones por encontrar tu propia voz. Está ahí, lo quieras o no, y quizá cuanto más la busques más te alejes de ella. Trata de ser muchas voces a la vez, trata de ser todas las voces. El eco que quede tras el tumulto, esa será tu voz.

2) La originalidad es una cualidad sobrevalorada. Duchamp epató en su momento, sí, pero nadie en su sano juicio se pasa horas contemplando un urinario. Si coronas tu pastel con una guinda, mejor, pero piensa que nadie se comerá una guinda sin pastel. Raras veces una buena ocurrencia puede sustituir a una buena historia.

3) Trata de ser capaz de la poesía más sublime, y también de la grosería más procaz. Al menos inténtalo. En todo caso, lo que hayas de ser, la buscona más arrastrada de Port-au-Prince o el espíritu personado de Rimbaud, selo: el lector huele el miedo.

4) La envidia es un motor insospechado para la creación artística; el escritor que asegure no haberla sentido hacia ningún otro, miente. No la rehúyas, sírvete de ella para escribir mejor que Ese Que Tú Sabes. De todos modos, consuélate: dicen que después del Cervantes o del Nobel se hace más llevadera.

5) Cree en los maestros, no tengas empacho en tratar de imitarles: cuanto menor sea la magnitud de tu fracaso menor será la distancia que te separe de la excelencia. Eso sí, no los mitifiques. Algunos de tus escritores más admirados eran unos redomados hijos de puta.

6) A ese respecto: lábrate una reputación. Bebe, fuma mucho, ten hijos ilegítimos, engaña a tu esposa, pega a tu marido, cásate y divórciate unas cuantas veces. Todo ello no facilitará tu labor, pero generar ese tipo de anécdotas ayudará a divulgar tu nombre para la posteridad.

7) Lee mucho, analiza, aprende, infórmate, fórmate, lee más. Aprende los trucos, las claves, las reglas del Arte y del Oficio. Después, pero sólo después de haberlas interiorizado bien, olvídate de ellas.

8) Si puedes permitírtelo, concede a tus obras recién acabadas un tiempo de respiro mientras escribes otras cosas. Después, si crees que algo debe mejorarse, mejóralo. Pero luego suéltalo y olvídate de ello. Si no, serás como un tipo tratando de llenar un cántaro agujereado, no terminarás nunca.

9) Probablemente los mejores escritores no escribían sin esfuerzo, pero lo parece. Haz que parezca que no te ha costado. No seas cansino. Que no parezca que cada descripción y cada metáfora han sido un muro por escalar.

10) Elabora un Decálogo, eso inspira credibilidad.

jueves, 30 de abril de 2009

La princesa cisne (revisited)

El de la transfiguración es un tema que, bajo diferentes ópticas y con las más diversas variaciones, todos hemos visto tratado en multitud de ficciones desde nuestra más tierna infancia. Desde el sapo que, al entrar en contacto con los lúbricos labios de una doncella, pasa de la condición de príncipe encantado a la de príncipe encantador, hasta los ratoncitos de la Cenicienta, hay tantísimos ejemplos que sería ocioso tratar de enumerarlos todos. Yo también crecí escuchando esa clase de cuentos y de leyendas, y, como todos, durante un tiempo creí en la posibilidad de esas magias. Luego, conforme la madurez me iba confiriendo una visión más realista sobre la vida, comencé a observar esas historias símplemente como un medio de disfrute y de reflexión sobre ciertas cuestiones morales muy primigenias. Pero también, como todos, llegué a incorporarlas de alguna manera, inconscientemente, a mi imaginario personal. Ya sabéis a qué me refiero: la posibilidad del amor eterno a pesar de las circunstancias más desafortunadas, la redención a través del sacrificio y la abnegación, y todo ese tipo de estupideces de similar cariz, subyacen en el interior de cada uno de nosotros como utopías a cuya realización, en lo más recóndito de nuestro ser, no queremos renunciar. Como tú, yo quería creer en esas pamplinas. Como tú, yo tenía esperanzas, hasta ahora.

Os cuento: cuando mi amada cayó víctima del hechizo, y tras sobreponerme al susto y al espanto iniciales, me obligué a mí mismo a actuar con la nobleza y la amplitud de miras que la ocasión requería. No sólo no la rechacé, sino que le juré y perjuré que nunca la abandonaría, que permanecería junto a ella pasase lo que pasase, hasta el fin de los días. Traté, además de dejarme llevar por los imperativos de mi corazón, de actuar con racionalidad. Me informé sobre las características de su recién adquirida condición mamífera, sobre los cuidados que necesitaría, sobre los aspectos relativos a su higiene, sobre el tipo de alimentación más adecuado para ella, etc…Sería una imperdonable grosería por mi parte detallar la cantidad y la variedad de alimentos que era necesario obtener para su sustento. Cualquier sacrificio por mi parte, en ese sentido, hubiera sido poco; sé que ella habría hecho lo mismo por mí. Le ayudé a desarrollar las destrezas necesarias para que pudiera valerse por si misma, y bien que me alegré de hacerlo, pues la consecución de alimentos de origen vegetal no suponía mayor problema para mí, pero, en cuanto a los de origen animal, fundamentales para el aporte proteínico que demandaba su nuevo organismo… eso ya era otra cosa. Empezaba a resultar demasiado, no ya para mis limitadas capacidades físicas, sino para mis convicciones morales. Como dije antes, prefiero omitir los detalles a ese respecto.
La convivencia tampoco resultó sencilla. Poco a poco logré ir acostumbrándome a sus súbitos cambios de humor, a sus largos períodos de inactividad seguidos de otros de actividad frenética. Que si estoy engordando, que si debería salir a correr, que si lo siento pero es que hoy estoy muy sensible y no sé por qué, en fin. Al cabo, he terminado por ir aceptando, y, por qué no, incluso a ir apreciando, tales sutilezas y extravagancias en su comportamiento. Pero hay cosas, hay diferencias entre nosotros, que me temo habrán de resultar, al final, irreconciliables.
El sexo, por ejemplo. Lo he intentado, lo juro, e imaginaréis el pudor que siento a la hora de desvelaros ese aspecto de nuestra relación. Pero yo la amaba. ¿He dicho la amaba? La amo, aún la amo, sabe el Cielo que aún la amo. Por eso decidí, tras unos primeros días de vacilación, tratar de vencer el natural rechazo que sentía hacia su nuevo cuerpo. Quien me conoce sabe que poseo un espíritu inquieto y una mentalidad abierta y desprejuiciada. Durante un tiempo, por ejemplo, estuve saliendo con una pata que había conseguido escapar in extremis de un matadero, y os prometo que su ausencia de plumaje jamás fue un obstáculo para nuestra relación. Me precio de no dar demasiada importancia al aspecto externo a la hora de depositar mi afecto en alguien; para mí, aunque suene tópico y cursi, la verdadera belleza está en el interior. Por eso, porque la amo, decidí seguir adelante y permanecer junto a ella con todas las consecuencias. He intentado acostumbrarme al contacto con esa piel blancuzca y lechosa, al abrazo de esas extremidades colgantes y ridículas, a la vista de esas horrendas glándulas adiposas que le nacen del pecho, al terror que me infunde ese tajo lleno de dientes que llaman boca, al hedor que emana del pútrido agujero que tiene entre sus piernas, pero no puedo. Lo he intentado, nadie podrá decir que no lo he intentado. Dios, he hecho cosas espantosas por ella. No creo que podáis imaginar lo que supone tratar de satisfacer a una hembra humana, es como tratar de capturar el viento, como tratar de invertir la corriente de un río.
Lo he intentado todo. Todo. Con el pico, con las patas, con el cuello, con todo mi ser… ¡Oh, las cosas terribles que hecho, las cosas terribles que me he dejado hacer! Sí, lo sé, es algo repugnante, enfermizo, monstruoso, pero tenía que intentarlo. Hay veces que uno simplemente debe hacer lo que tiene que hacer. Pero no ha sido suficiente. La he observado, y he notado cómo mira a los otros humanos escondida tras los arbustos. Sé que no ha de tardar en llegar el día en que me abandone y decida unirse a ellos. Sin embargo – y os aseguro que es doloroso para mí admitirlo, y que no me enorgullezco en absoluto de ello -, lo cierto es que eso supondría un alivio para mí. Estoy desesperado, ya no puedo más. He intentado que ella no se dé cuenta, pero creo que lo sabe. Lo noto por la frialdad de su mirada, la delata la sutil manera en que se crispan sus manos cuando acaricia mi cuello. Es terrible reconocerlo, pero tengo miedo. No sé cómo terminará esta historia, pero al menos quedará en mi conciencia la tranquilidad de saber que puedo andar con la cabeza bien alta; el orgullo de haber actuado, hasta el final, como un auténtico cisne.
(...)
Otros delirios:

miércoles, 29 de abril de 2009

Cómo no conocí a la mujer de mi vida


-Buen libro.
-¿Cómo?
-Buen libro, digo, ese que estás leyendo.
-¿Sí? ¿Tú crees?
-Hombre, al menos está interesante. Te da que pensar.
-Pues, si te digo la verdad, a mí me está pareciendo una mierda.
-¿Ah, sí? Vaya.
-Psí.
-En realidad sí que es una mierda. Tan sólo lo he dicho por intentar entablar una conversación contigo.
-¿Ah, sí?
-Sí. No sé si te habrás fijado en mí, pero yo sí que me he fijado en ti. Te veo a menudo en esta línea, siempre sentada, leyendo, y la verdad es que hacía tiempo que tenía ganas de hablar contigo.
-Pues has elegido una curiosa manera de hacerlo.
-Sí, supongo que sí, pero no sé, igual si te digo de primeras que el libro me parece una mierda, te hubieras ofendido y hubieras pasado de mí.
-Ya. Pues, ¿sabes una cosa? Lo cierto es que el libro me estaba gustando, lo he dicho sólo para probarte.
-¡Ups!
-Sí. Yo también me había fijado en ti. Te vi hace poco leyendo este libro y pensé que podía ser una buena manera de llamar tu atención.
-Vaya.
-Pero ya veo que eres uno de esos a los que no les importa mentir a una tía con tal de ligársela.
-Eh, oye, que yo no te he mentido. No te dije que el libro fuese la leche, sólo que era interesante.
-Has dicho que era una mierda.
-Hombre, muy bueno no es, pero es interesante. Al menos engancha.
-O sea que no es una mierda.
-No, a ver… una mierda no es. O sea, no es “El Quijote”, pero tampoco es una mierda.
-¿Entonces en qué quedamos? ¿Es bueno o no es bueno?
-Pues, a su manera sí es bueno. Quiero decir, que engancha, que te intriga.
-Entonces es bueno.
-Sí, a su manera es bueno.
-O sea, que no es una mierda.
-No, no es una mierda.
-Pues a mí me parece una mierda.
-Perdona, creo que me he perdido.
-Te estaba poniendo a prueba otra vez. El libro es una auténtica bazofia. Tan sólo quería saber tu opinión de verdad.
-La verdad es que no sé que decir a eso.
-A lo mejor es que no hay nada más que decir.
-A lo mejor.
-Esta es mi parada. Tengo que irme.
-Vale, adiós.
-Adiós.

-Buen libro.
-¿Perdona?
-Buen libro, digo, ese que estás leyendo.

Glory Hole (Un cuento para adultos)


Había visto alguno como ese en remotas páginas de porno bizarro en Internet: un agujero del diámetro de un vaso de tubo en la pared lateral del retrete, a la altura de la pelvis. No sabía que algo así hubiera llegado a España. Tampoco era ese -una gasolinera perdida en mitad de la A-3, casi a la altura de Ocaña -el lugar donde uno hubiera esperado encontrarse algo así, precisamente. Si es que tal lugar existiese, claro. Se sacó la chorra y meó con la cabeza girada, observando atentamente el agujero. Nada -eso era de esperar -se veía dentro de él salvo su negrura. Terminó de mear y se puso frente al agujero. ¿Qué habría detrás de la pared? ¿Habría alguien? ¿Quién? Y si fuese así, ¿merecería la pena saber quién? Claro, en las grabaciones que había visto por Internet, al otro lado siempre aguardaba una rubia recauchutada y despampanante ávida de degustar apéndices masculinos, pero eso era en las películas. Aquí, en una gasolinera perdida en medio de la A-3, siendo realistas, las expectativas no eran tan halagüeñas. Complicado dilema… En realidad, pensó, mientras alguien te la chupara, ¿qué diferencia habría entre quien lo hiciese? Hombre, mujer, ¿qué más daba? La sensación podría ser igual de placentera. Siempre que hubiese un mínimo de delicadeza y de higiene en la transacción, por supuesto. O sea, mientras uno no viese quién le hacía el trabajo, lo único que importaría sería la calidad del trabajo en sí, ¿no? Gato negro, gato blanco: lo importante es que cace ratones, que dice el refrán. La idea le ponía, las cosas como son. De hecho, se había empalmado sin darse cuenta. Su pene apuntaba directamente hacia el negro agujero de la pared. ¿Qué hacer? ¿Y si de repente hubiese un psicópata detrás del muro y le cortase el pajarito de un bocado? Si existiese algo así hubiera salido en las noticias, ¿no? Aunque, claro, tampoco es que él viese demasiado a menudo las noticias. Hum. Complicado.
Decidió examinarlo más de cerca, solo por si acaso. Nada, no se veía nada. Se acercó más. Nada. Solo una impenetrable oscuridad. Se incorporó. De nuevo, observó fijamente el agujero. Qué coño, se dijo, la fortuna sonríe a los valientes, sin riesgo no hay gloria. Se desabrochó la bragueta y la enchufó.

(…)

En otro confín del espacio-tiempo:

Cuentan las crónicas que, cuando los niputianos vieron emerger al Gran Gusano a través de la entrada del Portal Sagrado, huyeron despavoridos dejando tras de sí un rastro de desolación, y que, cuando volvieron al lugar tiempo después, el Gusano ya se había ido. Desde entonces rinden culto al Gran Gusano, esperando hacerse, hasta su próxima Venida, acreedores de su benevolencia.

domingo, 26 de abril de 2009

Raymond Queneau, Ejercicios de Estilo


Entre 1942 y 1945, Raymond Queneau escribió, a partir del relato de un incidente real y, según sus propias palabras, bastante trivial, 99 maneras distintas de abordar esa misma historia: http://www.enfocarte.com/1.10/literatura.html.
Esta es la premisa original:

Notaciones

En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él. Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: "Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo." Le indica dónde (en el escote) y por qué.


Además, dejó por escrito varias sugerencias para otras futuras variaciones sobre este mismo tema. Esta, que me ha sido adjudicada al azar, es la mía:

Ejercicio de estilo nº 100: Crítica cinematográfica.

Sobre un guión premeditadamente anodino, el veterano realizador francés Raymond Queneau construye este interesante cortometraje, que, detrás de su clasicismo -tan sólo en apariencia -formal, encierra una serie de ácidas pero acertadas reflexiones sobre la condición social del ser humano, y, en concreto, sobre la relación del individuo con su entorno. A través de una historia sencilla hasta el extremo, y gracias a una dirección ajena a todo exhibicionismo vacuo, a una fotografía hiperrealista que casi roza el minimalismo, y, en especial, a unas interpretaciones sobrias en su conjunto, y en ocasiones contenidas hasta el hieratismo, Queneau logra crear una atmósfera desasosegante y turbadora, que mantiene intrigado al espectador a la espera de un desenlace que, al final, es cualquier cosa menos previsible.
A ese respecto, el uso del botón, o mejor dicho de su ausencia, como metáfora de la zozobra y la angustia interiores del personaje principal es un indiscutible acierto, y revela la extraordinaria sensibilidad de un realizador conocido,
paradójicamente, por su versatilidad e iconoclastia.