De acuerdo, hagamos un cuento.
Ahora, no pienses en una isla desierta.
Mal, ya has pensado.
Intentémoslo de nuevo: no pienses en una isla desierta.
¿Otra vez? A menos que colabores un poco no vamos a llegar a ninguna parte, ¿sabes?
Está bien, está bien, quedémonos con tu isla desierta. Imagino que tu isla tendrá una palmera, posiblemente un cocotero. Es la imagen más usual. Aunque también pudiera ser que tu isla fuese una isla de piedra negra, desnuda, con grandes riscos escarpados, habitada únicamente por ingentes bandadas de gaviotas nidificando. ¿Es así?
No, claro, era la del cocotero, la otra es cosa mía.
Vale, volvamos a tu isla. Imagínate a ti en esa isla, junto al cocotero. A partir de aquí, te habrás dado cuenta, este cuento es tuyo, pues yo no sé quién eres tú, ni, evidentemente, que aspecto tienes, y por tanto no puedo imaginarte. Pero tú, en cambio, sí sabes quién eres tú. También, por otra parte, sabes quién soy yo. O si no, por lo menos sabes que estoy, o al menos que estuve. Yo no sé si estás, ni siquiera si estarás. Aunque, sí, claro que estarás, de otro modo este cuento no existiría. Y existe. Está existiendo justo ahora. O sea que estás ahí.
Vale, imagínate a ti en esa isla. Yo, como he dicho antes, no puedo. ¿Qué es eso que hay a tu lado? ¿Es un mono? Sí, ya veo, es decir, ya ves, es un mono.
¿Qué puede hacer un mono junto a ti en una isla desierta? O, mejor dicho, perdona la desconsideración, la pregunta más lógica debería ser qué haces tú en una isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero. Yo no lo sé, evidentemente. No sé qué puede hacer una persona en una isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero, y menos tú, a quien no conozco. Yo qué se si te pasas la vida de isla desierta en isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero.
Así que, no sé, tú dirás. ¿Acaso llegaste a esta isla en ese barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte? ¿Sí? Oh, vaya, lo siento. Olvidaba que no puedo oírte. Eso, ciertamente, supone una contrariedad, porque yo no puedo proseguir con un cuento del que desconozco el protagonista. También podría hacer protagonista al mono, claro, pero eso te dejaría a ti en bastante mal lugar.
En fin, hagamos un repaso a lo que ya sabemos. Estás tú, a quien no conozco, en una isla desierta, con la única compañía de un mono y de un cocotero, y a lo lejos hay un barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte. Porque tú también has visto el barco, ¿verdad? Sí, claro que lo has visto, qué tontería. Lo estás viendo ahora, un barco enorme, tipo transatlántico, con cubierta blanca, casco negro y dos grandes chimeneas rojas.
Vale, empleemos nuestras mutuas capacidades de deducción. Está claro que tú venías en ese barco, de otro modo este te hubiera visto y te hubiera recogido. Y al mono también, probablemente. O sea que venías en ese barco y ese barco te dejó aquí, en esta isla desierta, con la única compañía de un mono y de un cocotero. ¿Por qué habría de suceder tal cosa? Pero antes, hay una cuestión que se nos ha escapado y que quizá podría ayudar a aclarar este punto: ¿es tuyo el mono? Porque si es tuyo, eso podría explicar por qué os han abandonado en esta isla. No estoy muy al tanto de la normativa legal en los viajes transoceánicos, pero creo que no es habitual que permitan a los pasajeros viajar con un mono. Aunque nos estamos adelantando en nuestras suposiciones, es posible que el mono no sea tuyo. Si no lo fuese, ¿qué haría un mono en una isla, por lo demás desierta, con la única compañía de un cocotero y de una persona? Porque, y corrígeme si me equivoco, considero que debes ser una persona, ya que puedes leer esto. Si no lo eres… eh, nada, sigue a lo tuyo, pastando, brotando, o lo que sea.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, el mono. Es altamente improbable que un mono haya podido surgir por generación espontánea en una isla únicamente habitada por un cocotero. Y la idea de que el nuestro sea el último mono de una familia de monos extintos en esa isla y que haya sobrevivido alimentándose de los restos de sus propios congéneres y de cocos y pequeños crustáceos es, aparte de bastante sórdida, altamente improbable también. Así que habremos de suponer que el mono llegó contigo a esta isla. Si os dejaron juntos aquí, es lógico pensar que
Lo siento, salí a tomar unas cervezas. Es curioso, ¿verdad? Para ti no ha pasado el tiempo, yo no me he ido de aquí, y en cambio para mí han pasado varias horas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Y ahora, mientras escribo tu cuento, estoy contigo, pero tú no estás conmigo. Y sin embargo aquí estamos los dos, tú y yo. Para ti, sigo aquí, contigo, y sin embargo no lo estoy. Podría, incluso, estar muerto. Y sin embargo, aquí estoy. Y como estoy, sigo.
Tu mono, decíamos. Si os dejaron juntos en esta isla, es lógico pensar que el mono venía contigo. Nadie deja a un pasajero abandonado en una isla desierta, pero, sobre todo, nadie deja a un pasajero abandonado en una isla desierta junto a un mono, es demasiado cruel. Quizá no tanto para ti como para el mono. A menos que sea tu mono, claro. O que el mono haya hecho algo malo. Pero entonces no te dejarían a ti abandonado en una isla desierta junto a él. A menos de que seas tú el que haya hecho algo malo. Pero en ese caso no dejarían al mono abandonado contigo en una isla desierta. Por lo tanto, independientemente de que el mono sea tuyo o no lo sea, es evidente que los dos hicisteis algo malo en ese barco. Y muy malo. Si no, no os habrían dejado a tu mono y a ti –admitámoslo de una vez, el mono es tuyo- abandonados en una isla desierta junto a un cocotero.
También es posible que, sea lo que sea que hayáis hecho, lo hayáis hecho en otra parte, y que ese barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte solamente se haya limitado a trasladaros hasta aquí. Pero no, eso no tendría ningún sentido. Mucho barco para tan poco viaje, y, además, en tal caso a ti y a tu mono os habrían llevado con seguridad a lugares distintos, a una penitenciaría para humanos y otra para monos. El caso es que hicisteis algo malo en ese barco. Malo no, muy malo, pues si no, no os hubieran dejado a ti y a tu mono abandonados en una isla desierta con la única compañía de un cocotero. ¿Acerté, verdad? Lo sabía. Pero, entonces, ¿qué pudo ser aquello tan malo que hicisteis tu mono y tú en ese barco?
Antes de aventurarnos en tan sugerente foco de posibilidades, consideremos otra cuestión que podría ayudarnos a reducir el abanico. Consideremos, a la luz de las pocas certezas que tenemos hasta el momento, quién eras tú en ese barco, qué rol tenías. Del mono ya sabemos que era un mono. Tu mono, más concretamente. Pero, ¿quién eras tú? Veamos. ¿El capitán? No lo creo. Me cuesta imaginar qué inverosímil cúmulo de monstruosidades tendrían que haber perpetrado un capitán y su mono en un barco para provocar un motín tal que fuesen abandonados en una isla desierta con la única compañía de un cocotero. Horrible, descartemos esa posibilidad. ¿Un pasajero, entonces? Considerando que las compañías navieras y de seguros en general no suelen ser amigas de enfrentarse a pleitos con asociaciones de Derechos Civiles, y mucho menos contra las de amigos de los animales, esa posibilidad tampoco parece probable. ¿Un empleado del barco? Pudiera ser. Pero creo que las antiguas leyes marítimas dejaron de tolerar estas prácticas para con la tripulación mucho tiempo antes de que el primer trasatlántico surcase los mares. ¿Qué nos queda, entonces? ¡Ahá! ¡Un polizón! Así que tú y tu mono viajabais como polizones en un trasatlántico, ¿eh? Ahora lo entiendo. Pero, criatura, ¿qué demonios hacíais tú y tu mono viajando como polizones en un barco?
Estoy seguro de que detrás de esa premisa ha de haber una historia fascinante, sin duda. Sin embargo, no sé si te habrás dado cuenta, pero llevamos casi tres páginas de cuento y lo único que tenemos es a una persona- tú- y a un mono- tu mono- abandonados en un isla desierta con la única compañía de un cocotero, y a un barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte. No te ofendas, pero he leído cuadernos de catequesis más trepidantes que esto. Lo cierto es que este cuento es un asco. Me has decepcionado, la verdad. Esperaba más imaginación de ti. ¿Qué es eso? No, por favor. ¿Tu mono te ha cogido de la mano? Sí, ahí está, su pequeña mano peluda cogiendo la tuya. Qué recurso más patético. ¿Y ahora qué hace, te mira a los ojos? ¿Y tú le miras a él? Oh, qué tierno, tu mono y tú cogiditos de la mano, abandonados en una isla desierta, con la única compañía de un cocotero, viendo como el barco en el que viajabais escondidos como polizones se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte.
Lo siento, querido lector, pero no cuentes conmigo para esto. Creo que este es el cuento más lamentable que he leído en mi vida. Ahí te quedas. Pero, oye, no te quejes, por lo menos tienes al mono.
Ahora, no pienses en una isla desierta.
Mal, ya has pensado.
Intentémoslo de nuevo: no pienses en una isla desierta.
¿Otra vez? A menos que colabores un poco no vamos a llegar a ninguna parte, ¿sabes?
Está bien, está bien, quedémonos con tu isla desierta. Imagino que tu isla tendrá una palmera, posiblemente un cocotero. Es la imagen más usual. Aunque también pudiera ser que tu isla fuese una isla de piedra negra, desnuda, con grandes riscos escarpados, habitada únicamente por ingentes bandadas de gaviotas nidificando. ¿Es así?
No, claro, era la del cocotero, la otra es cosa mía.
Vale, volvamos a tu isla. Imagínate a ti en esa isla, junto al cocotero. A partir de aquí, te habrás dado cuenta, este cuento es tuyo, pues yo no sé quién eres tú, ni, evidentemente, que aspecto tienes, y por tanto no puedo imaginarte. Pero tú, en cambio, sí sabes quién eres tú. También, por otra parte, sabes quién soy yo. O si no, por lo menos sabes que estoy, o al menos que estuve. Yo no sé si estás, ni siquiera si estarás. Aunque, sí, claro que estarás, de otro modo este cuento no existiría. Y existe. Está existiendo justo ahora. O sea que estás ahí.
Vale, imagínate a ti en esa isla. Yo, como he dicho antes, no puedo. ¿Qué es eso que hay a tu lado? ¿Es un mono? Sí, ya veo, es decir, ya ves, es un mono.
¿Qué puede hacer un mono junto a ti en una isla desierta? O, mejor dicho, perdona la desconsideración, la pregunta más lógica debería ser qué haces tú en una isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero. Yo no lo sé, evidentemente. No sé qué puede hacer una persona en una isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero, y menos tú, a quien no conozco. Yo qué se si te pasas la vida de isla desierta en isla desierta con la única compañía de un mono y de un cocotero.
Así que, no sé, tú dirás. ¿Acaso llegaste a esta isla en ese barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte? ¿Sí? Oh, vaya, lo siento. Olvidaba que no puedo oírte. Eso, ciertamente, supone una contrariedad, porque yo no puedo proseguir con un cuento del que desconozco el protagonista. También podría hacer protagonista al mono, claro, pero eso te dejaría a ti en bastante mal lugar.
En fin, hagamos un repaso a lo que ya sabemos. Estás tú, a quien no conozco, en una isla desierta, con la única compañía de un mono y de un cocotero, y a lo lejos hay un barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte. Porque tú también has visto el barco, ¿verdad? Sí, claro que lo has visto, qué tontería. Lo estás viendo ahora, un barco enorme, tipo transatlántico, con cubierta blanca, casco negro y dos grandes chimeneas rojas.
Vale, empleemos nuestras mutuas capacidades de deducción. Está claro que tú venías en ese barco, de otro modo este te hubiera visto y te hubiera recogido. Y al mono también, probablemente. O sea que venías en ese barco y ese barco te dejó aquí, en esta isla desierta, con la única compañía de un mono y de un cocotero. ¿Por qué habría de suceder tal cosa? Pero antes, hay una cuestión que se nos ha escapado y que quizá podría ayudar a aclarar este punto: ¿es tuyo el mono? Porque si es tuyo, eso podría explicar por qué os han abandonado en esta isla. No estoy muy al tanto de la normativa legal en los viajes transoceánicos, pero creo que no es habitual que permitan a los pasajeros viajar con un mono. Aunque nos estamos adelantando en nuestras suposiciones, es posible que el mono no sea tuyo. Si no lo fuese, ¿qué haría un mono en una isla, por lo demás desierta, con la única compañía de un cocotero y de una persona? Porque, y corrígeme si me equivoco, considero que debes ser una persona, ya que puedes leer esto. Si no lo eres… eh, nada, sigue a lo tuyo, pastando, brotando, o lo que sea.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, el mono. Es altamente improbable que un mono haya podido surgir por generación espontánea en una isla únicamente habitada por un cocotero. Y la idea de que el nuestro sea el último mono de una familia de monos extintos en esa isla y que haya sobrevivido alimentándose de los restos de sus propios congéneres y de cocos y pequeños crustáceos es, aparte de bastante sórdida, altamente improbable también. Así que habremos de suponer que el mono llegó contigo a esta isla. Si os dejaron juntos aquí, es lógico pensar que
Lo siento, salí a tomar unas cervezas. Es curioso, ¿verdad? Para ti no ha pasado el tiempo, yo no me he ido de aquí, y en cambio para mí han pasado varias horas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Y ahora, mientras escribo tu cuento, estoy contigo, pero tú no estás conmigo. Y sin embargo aquí estamos los dos, tú y yo. Para ti, sigo aquí, contigo, y sin embargo no lo estoy. Podría, incluso, estar muerto. Y sin embargo, aquí estoy. Y como estoy, sigo.
Tu mono, decíamos. Si os dejaron juntos en esta isla, es lógico pensar que el mono venía contigo. Nadie deja a un pasajero abandonado en una isla desierta, pero, sobre todo, nadie deja a un pasajero abandonado en una isla desierta junto a un mono, es demasiado cruel. Quizá no tanto para ti como para el mono. A menos que sea tu mono, claro. O que el mono haya hecho algo malo. Pero entonces no te dejarían a ti abandonado en una isla desierta junto a él. A menos de que seas tú el que haya hecho algo malo. Pero en ese caso no dejarían al mono abandonado contigo en una isla desierta. Por lo tanto, independientemente de que el mono sea tuyo o no lo sea, es evidente que los dos hicisteis algo malo en ese barco. Y muy malo. Si no, no os habrían dejado a tu mono y a ti –admitámoslo de una vez, el mono es tuyo- abandonados en una isla desierta junto a un cocotero.
También es posible que, sea lo que sea que hayáis hecho, lo hayáis hecho en otra parte, y que ese barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte solamente se haya limitado a trasladaros hasta aquí. Pero no, eso no tendría ningún sentido. Mucho barco para tan poco viaje, y, además, en tal caso a ti y a tu mono os habrían llevado con seguridad a lugares distintos, a una penitenciaría para humanos y otra para monos. El caso es que hicisteis algo malo en ese barco. Malo no, muy malo, pues si no, no os hubieran dejado a ti y a tu mono abandonados en una isla desierta con la única compañía de un cocotero. ¿Acerté, verdad? Lo sabía. Pero, entonces, ¿qué pudo ser aquello tan malo que hicisteis tu mono y tú en ese barco?
Antes de aventurarnos en tan sugerente foco de posibilidades, consideremos otra cuestión que podría ayudarnos a reducir el abanico. Consideremos, a la luz de las pocas certezas que tenemos hasta el momento, quién eras tú en ese barco, qué rol tenías. Del mono ya sabemos que era un mono. Tu mono, más concretamente. Pero, ¿quién eras tú? Veamos. ¿El capitán? No lo creo. Me cuesta imaginar qué inverosímil cúmulo de monstruosidades tendrían que haber perpetrado un capitán y su mono en un barco para provocar un motín tal que fuesen abandonados en una isla desierta con la única compañía de un cocotero. Horrible, descartemos esa posibilidad. ¿Un pasajero, entonces? Considerando que las compañías navieras y de seguros en general no suelen ser amigas de enfrentarse a pleitos con asociaciones de Derechos Civiles, y mucho menos contra las de amigos de los animales, esa posibilidad tampoco parece probable. ¿Un empleado del barco? Pudiera ser. Pero creo que las antiguas leyes marítimas dejaron de tolerar estas prácticas para con la tripulación mucho tiempo antes de que el primer trasatlántico surcase los mares. ¿Qué nos queda, entonces? ¡Ahá! ¡Un polizón! Así que tú y tu mono viajabais como polizones en un trasatlántico, ¿eh? Ahora lo entiendo. Pero, criatura, ¿qué demonios hacíais tú y tu mono viajando como polizones en un barco?
Estoy seguro de que detrás de esa premisa ha de haber una historia fascinante, sin duda. Sin embargo, no sé si te habrás dado cuenta, pero llevamos casi tres páginas de cuento y lo único que tenemos es a una persona- tú- y a un mono- tu mono- abandonados en un isla desierta con la única compañía de un cocotero, y a un barco que se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte. No te ofendas, pero he leído cuadernos de catequesis más trepidantes que esto. Lo cierto es que este cuento es un asco. Me has decepcionado, la verdad. Esperaba más imaginación de ti. ¿Qué es eso? No, por favor. ¿Tu mono te ha cogido de la mano? Sí, ahí está, su pequeña mano peluda cogiendo la tuya. Qué recurso más patético. ¿Y ahora qué hace, te mira a los ojos? ¿Y tú le miras a él? Oh, qué tierno, tu mono y tú cogiditos de la mano, abandonados en una isla desierta, con la única compañía de un cocotero, viendo como el barco en el que viajabais escondidos como polizones se aleja dejando una estela de humo negro hacia el horizonte.
Lo siento, querido lector, pero no cuentes conmigo para esto. Creo que este es el cuento más lamentable que he leído en mi vida. Ahí te quedas. Pero, oye, no te quejes, por lo menos tienes al mono.
3 comentarios:
Magnífico, Maestro. Un gran relato metaliguístico, sobre el mismo proceso de escribir y la relación entre autor, personaje y lector. Es curioso cómo la repetición de los elementos no canse, sino que es una de las claves de la narración. También has ideado un buen final. Enhorabuena
Gracias, Antonio. He tratado de reflexionar divirtiéndome, y a ser posible divirtiendo, aunque no las acabo de tener todas conmigo con este texto. Precisamente el final, por ejemplo, se me queda un poco cojo, pero, entre nosotros, te confesaré que estaba empezando a sentir que me metía en jardines de los que no tenía claro si podría salir, y opté por cortar por lo sano con toda la elegancia que pude. Samuel Beckett trata temas parecidos a los de mi cuento con infinita más sutileza y sabiduría en su cuento "Compañía". Si puedes, házte con él, leerlo es un ejercicio asombroso.
... eso digo yo, por lo menos tienes al mono.
Y al cocotero.
Este cuento-reflexión, con o sin mono, todos los que nos gusta darle a la tecla ya lo hemos probado. En mi caso, aunque sólo fuera para no “secarme”. ¿Y sabes?, siempre terminó por brotarme algo del coco-tero.
;)
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