miércoles, 15 de abril de 2009

Cuarteto del Amor y la Muerte

El partisano (Allegro)


Tenía que venir a verla. Sé que seguramente alguien habrá dado ya el aviso, pero tenía que venir a verla. Ha muerto por mi culpa, y ahora yo me reuniré con ella. Nada tiene sentido ya, para qué seguir luchando. Antes pensábamos que si seguíamos luchando al final lograríamos vencer. Ahora no, ahora sólo luchamos. Hasta el final, hasta que caiga el último de nosotros, hasta que ya no quede nada. Pues bien, aquí estoy. Eramos tres esta mañana. Esta tarde sólo quedo yo. No quiero continuar. El viento sopla a través de las tumbas y me trae la voz de mis amigos. Me dicen: “Unete a nosotros. Ven, para ya. Descansa, disfruta, mécete al son del eterno oleaje. Comunismo, fascismo, qué más da. Nada dura para siempre. Las negras nubes durarán un tiempo, y luego se irán. Ven con nosotros, fúmate un cigarrillo, haremos un fuego, compartiremos el vino, cantemos canciones sobre amores perdidos y amigos encontrados, y también sobre lo contrario. Ella está aquí, con nosotros, esperándote”. Fui uno de los últimos que consiguió escapar cuando cayó Madrid, robando un uniforme nacional, y logré cruzar la frontera disfrazado de cura. Fue curioso vivir como un vencedor cuando mi interior se anegaba de lágrimas. Después me uní a la Resistencia francesa cuando los alemanes tomaron París, y fui uno de los siete mil que entraron a España por el Valle de Arán. Realmente creímos que podíamos conseguirlo esa vez. Pero no, sólo conseguimos hambre, frío y muerte. Entonces me eché al monte sabiendo que no habría retorno. He visto morir a todas las personas a las que he querido, una por una. Todo cuanto una vez consideré mío se ha evaporado de la faz de la Tierra, todo. Pero me quedabas tú. Ahora ya no hay nada en este mundo que yo quiera, nada que me importe. Ta sólo espero que fuese rápido, que no se ensañasen contigo. Pronto iré a donde tú estás, mi amor, y me lo contarás todo. Estaremos juntos, pasearemos a la luz del día, cogidos de la mano, sin temor.


La moza (Andante)


Llegaron con las primeras luces del alba. Se escuchó ladrar a los perros y madre les dijo, antes de salir, que se quedasen quietas y muy calladas. Entonces salió por la puerta y se oyeron dos disparos, y después nada más. Ella le tapaba la boca a Rosita, que no paraba de llorar. Los soldados entraron en casa y empezaron a removerlo todo, veían las sombras que hacían entre los tablones del suelo, encima de ellos. Entonces uno descubrió la trampilla y se hizo la luz. Les sacaron del sótano a empujones y a bofetadas. Primero mataron a Rosita, no les interesaba. A Teodo y a Rosario se las llevaron al pajar. A Adela y a ella, las mayores, les dijeron que si contaban todo lo que sabían dejarían vivir a los demás, pero ambas sabían que eso no era cierto. Sujetaron a Adela entre varios, y uno de ellos cogió el atizador para la lumbre, que aún reposaba entre los rescoldos del fuego. Entonces, Adela se puso pálida de repente y empezó a temblar mientras un reguerillo de sangre le brotaba de la boca. Siempre fue la más fuerte de las hermanas. Antes que confesar, había preferido tragarse su propia lengua. En ese momento de desconcierto, Desiderio logró salir corriendo por la puerta, y dos soldados salieron detrás de él. Le dieron caza como a una liebre, riendo. Ella, por desgracia, no era tan valiente, y su muerte fue mucho más lenta. Les contó todo, dónde estabais, cuántos erais, pero eso no hizo que se apiadaran de ella. Aún respiraba cuando prendieron fuego a la casa y al pajar y se fueron.


El hombre en la puerta (Minueto)


Lo sabía, sabía que al final vendrías. Entra, infeliz, entra y mira lo que has hecho. Porque esto lo has hecho tú, tú has traído esta desgracia. Si no hubieras venido al pueblo, si tú y los tuyos os hubierais quedado donde debíais, todo esto no hubiera pasado. Primero la convertiste en puta y ahora vienes a velarla como si fuera la Infanta Isabel. Pero no era sino una puta, mas que puta. Ella tenía que haber sido mía, todos en el pueblo lo dicen, pero apareciste tú, rubiales, todo noble, todo señorito, el luchador por la Libertad, el bandolero romántico, con tus aires de sabelotodo de ciudad, con tu gorrita calada y tus cigarrillos franceses, y la torciste, la endemoniaste, la envenenaste con tus cuentos sobre el Pueblo, la Revolución, la Libertad y todas esas patrañas, sólo para beneficiarte de ella. ¿O acaso crees que no sé lo que hacíais cuando ella salía de su casa a medianoche para reunirse contigo en la montaña? Lo sé, lo sabía por la manera en que ella apartaba la mirada y la sangre se le subía a los carrillos cuando nos cruzábamos en misa. Yo le podía haber dado la vida que ella merecía. Mis tierras, mi casa, mis bestias, todo hubiera sido para ella. Hubiera sido una buena mujer, una mujer obediente y honrada, pero la torciste. Durante mucho tiempo no dije nada de la comida que os daba, ni de las armas que os guardaba, ni de los mensajes que os hacía llegar. Callaba por no hacerle mal a ella, no a ti ni a tus cochinos camaradas, pero anoche, detrás de la taberna, cuando ella me rechazó, supe que ya estaba echada a perder del todo. La dije que la quería, que tenía que ser mía, intenté besarla, pero ella me empujó y me llamó animal, sucio, paleto... No quería pegarla, pero no ha nacido varón, y menos hembra, que insulte a un Ordóñez y se vaya de rositas. Así que fui hasta el Cuartel para hacer lo que tenía que haber hecho desde el principio. Lo que le ha pasado se lo tenía merecido, por fresca, por puta y por roja. Y ahora tú tendrás lo que te mereces, desgraciado. Sabía que vendrías, y les avisé. La patrulla de Couso no tardará en llegar, eso si no está rodeando ya la casa. Entra, entra, desgraciado, y mira lo que has hecho.

La muerte (Rondó)


Mi rostro tiene mil caras, y mi edad es la edad del Tiempo. He pasado muchas veces a vuestro lado, rozándoos, sin que os dierais cuenta. He estado ahí desde que nacisteis, esperando, conviviendo con vosotros, respirando con vosotros, observándoos, acompañándoos, alentando vuestra fuga de mí. Esta noche me habéis llamado, y aquí estoy.
Soy tan fin como principio, soy tan destrucción como creación. Podría hablaros de la perfecta lógica con que el Caos gobierna el mundo, podría hablaros de apoptosis, del eterno transmutar de las cosas en otras, pero no querríais entenderlo. Vuestras vidas cobran sentido en oposición a mí. Soy el fuego que calienta vuestra sangre, soy el viento que sopla vuestras velas. Vuestra ciega carrera me fascina y me embelesa, aún. Todo el tiempo que os regalo es tiempo que vosotros me regaláis a mí. Me alimento de vosotros al igual que vosotros os alimentáis de mí. Esta noche he sido invitada, y aquí estoy.
Esta casa es ahora mi casa, porque donde entra la Muerte todo es muerte. El aire es muerte, las paredes son muerte, las miradas son muerte. Hoy todos sois muerte. Pero no me temáis, no deberíais. Mañana me iré y os olvidaréis de mí hasta mi próxima visita. Mañana seguiré asistiendo maravillada a vuestros juegos, a vuestros vanos intentos de alejaros de mí. Os veré amar, reír, lamentaros, correr, cantar, implorar y soñar; os veré tratando de hacer duradera vuestra leve huella en la arena. Y lo haré complacida, con mirada de amor. A veces me gustaría poder hablaros, haceros saber, explicaros el cómo, que es en sí mismo el porqué. Si tan sólo me escucharais… Querría explicaros que ella no ha dejado de ser, pues todo lo que fue sigue siendo, como todo lo que alguna vez será ya es. Pero no queréis escuchar. Y así debe ser.
Esta noche he oído decir mi nombre, y aquí estoy.

10 comentarios:

Sinuosa dijo...

A pesar de que las historias de la guerra me tienen "llenita", tu relato es original. La voz de la muerte creo que es un acierto (que aquí es masculina, curioso).

Ahora levanto la vista y veo todo a rallas. Ese fondo negro de tu blog me va a cegar. Pero no podía dejar de leer...
Te pasaré la factura. Del oculista.
Sonrío.

Sr. Miyagi dijo...

¿Podrás creer que no fui consciente de hacer hablar a la Muerte en masculino? De hecho, y releyendo, no me parece que sea un acierto.
Eso me hace pensar que, antes de intentar echar a correr, quizá debería aprender a atarme bien los cordones. Y que quizá sería conveniente dejar los textos en barbecho durante un tiempo para poder analizarlos con cierto rigor antes de lanzarlos a la arena. Este, en cualquier caso, no es uno de los textos de los que más satisfecho me siento ,creo que la diferencia entre sus pretensiones y su resultado es demasiado grande en esta ocasión, pero el tiempo para su realización apremiaba. De todos modos me alegra que te haya gustado, pese a los posibles daños en la retina. Es posible, lo reconozco, que mi elección de colores no facilite la lectura ,pero me temo que uno es coqueto... Tomo nota, en todo caso.

spulzeer dijo...

como siempre, dejas el listón muy alto...
me caso en soria!

Lunática dijo...

La idea de dividir el texto en cuatro partes creo que es un acierto. Cada parte, aunque ligada, es distinta y eso ha hecho que el post no parezca largo. Soy partidiaria de que en los blogs los textos, no deben ser muy extensos (particularmente me cuesta leerlos si son de esa forma).
El fragmento que más original me ha parecido es el de la Muerte. Indudablemente me quedo con él.

Te diré (con permiso), que escribiste "ta sólo", para que le añadas la "n". Creo, además que la frase "la dije que la quería", sería correcta "le dije que la quería".

Quitando estas pequeñas e insignificantes matizaciones, los relatos me han agradado.
Un saludo.

Sr. Miyagi dijo...

"La dije" es a propósito: trataba de reproducir, sin excederme, el posible habla de un hombre de pueblo. Lo otro no lo es, y te lo agradezco, Lunática. Veo que, en general, os ha gustado lo de la Muerte. Si es que sois unos morbosos...

Lunática dijo...

¡Glub!...no capté que "la dije" era "a propósito".
La Muerte, me parece un tema muy explotado en los relatos, pero encantador al mismo tiempo y del que aún, creo, se puede sacar mucha inspiración...

El Ángel... dijo...

Me gusta tu relato, de golpe me vi sumergido en un universo Lorquiano, plagado de determinismos y con una muerte próxima a la gente. Me llegó la historia. Felicidades.
Y seguro que nuestros hombres se conocían.
Un saludo

Antonio Vega dijo...

Magnífico, Maestro, como siempre.

Anónimo dijo...

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