martes, 23 de marzo de 2010

Estilo Bonzo (III)

Se escucha una voz proveniente de algún punto en las alturas.


-Hola, Bonzo.


La carpa vacía hace resonar la voz de manera que parece venir de todas partes a la vez.


-Hola, Mandrake.


La oscuridad en el patio de butacas es total, podría estar en cualquier sitio. En cualquiera. Lo que tienen los magos es que siempre es difícil saber a ciencia cierta qué van a hacer. Y eso, cuando quieres cargarte a uno, es un verdadero fastidio.


Con el arma con la que sin duda me apunta Mandrake ya son dos tambores repletos contra una bala. Mi única posibilidad es acertar con ese hijo de perra a la primera, y después rezar por que Ivette tenga peor puntería que Moe, el hombre sin extremidades. Necesito tiempo, así que le doy palique. Además, quiero confirmar unas cuantas sospechas. Uno no puede irse para la tumba sin saber ciertas cosas. No es que Mandrake sea un hombre especialmente locuaz, es su ego el que no puede permanecer callado:


-Parece que al final has decidido faltar a tu cita con la existencia. No podías dejarlo estar, ¿verdad, Bonzo? Todos los payasos que he conocido hasta ahora eran unos idiotas suicidas, aburridos y sentimentales, pero tú eres como un maldito dolor de muelas.


-Él no tenía por qué morir, Mandrake. Desde el momento en que le metiste a él en medio, esto se convirtió en un asunto personal para mí.


-¡Era un mono, Bonzo! ¡Un condenado mono! Todos apreciábamos al señor Cheesburger, pero estaba donde no tenía que estar y vio lo que no tenía que ver. En parte, lo sucedido puede considerarse culpa tuya. Le enseñaste demasiadas cosas a ese chimpancé. Yo sé como me miraba antes, y cómo me miró a partir de entonces. De algún modo, habría terminado por delatarme.


Estoy casi seguro de que la voz proviene de mi derecha. Ivette sigue de pie, frente a mí, apuntándome con su revólver. El maquillaje forma surcos negros en sus mejillas. Debo seguir hablando.


-Ya lo hizo, Mandrake. Apuesto a que debajo de la jaula de Bernie, el elefante, de entre todos los tipos de mierda, hay una muy gorda y con aspecto de difunto director de circo.


-¡Ah, sí! El Señor Corsini. El señor Corsini tenía muchas y muy buenas virtudes, pero también un grave defecto: era un hombre ambicioso. Nunca he entendido qué puede llevar a determinadas personas a aferrarse a la creencia de que les pertenece algo que en realidad debería ser mío. Afortunadamente, al final logramos llegar a un punto de entendimiento. Yo entendí que el circo era mío, y él entendió que estaba mejor muerto. Pero, por curiosidad, ¿puedo preguntarte qué te ha llevado a esa deducción, Bonzo?


Necesito asegurarme antes de hacer mi jugada..


-No te escucho bien, Mandrake. Quizá si te acercas un poco pueda escucharte mejor.


-Espera, repetiré la pregunta.

No hay comentarios: