lunes, 9 de febrero de 2009

Cine (III), sección Tv: Deadwood



Estoy enganchado a una serie de televisión sobre la que había leído en la columna de Carlos Boyero, en "El Mundo". La estoy alquilando poco a poco, y en apenas un par de semanas me he tragado la primera temporada completa y parte de la segunda. Hablo aquí de ella porque creo que, a pesar de haber sido producida para la televisión, no desmerece en nada a la mayoría de las películas recientes ambientadas en el Far West norteamericano. Se llama "Deadwood"(http://www.hbo.com/deadwood/), y transcurre en uno de esos pueblos de fugaz gloria que surgieron en Norteamérica a raíz de la llamada "Fiebre del Oro", a finales del siglo XIX. Violencia descarnada, lenguaje gozosamente soez, guiones que conjugan poesía e iconoclastia, y una producción a la altura que se podía esperar de la poderosa productora HBO, responsable de maravillas del calibre de "Roma", o de las deliciosas y corrosivas píldoras del Dr. House. Mi más viva recomendación, pues.
No creo ser lo que podríamos denominar un teleadicto, precisamente, pero sí puedo ser a llegar un consumidor compulsivo de aquello que me gusta, como esta serie. Hace un tiempo me ocurrió algo parecido con una serie de novelas sobre la Armada Inglesa en tiempos de Nelson en las que se inspiró aquella magnífica película de Peter Weir, "Master and Commander", la serie del Capitán Jack Aubrey y de Steve Maturin, el médico. En dos o tres meses me fundí los 20 volúmenes de sus aventuras, unas siete mil u ocho mil páginas en total. Supongo que puede parecer enfermizo, y quizá lo sea, pero pocas cosas me han producido un mayor deleite en mi vida. Como cuando, con 10 años de edad, me atrapó "El Señor de los Anillos", al que he vuelto dos o tres veces más a lo largo mi vida con igual o mayor dicha.
O "Trópico de Capricornio".
O "La conjura de los necios".
U "Hojas de hierba".
O "Atrapado por su pasado" ("Carlitos Way").
O "Excalibur".
O "El Padrino", la trilogía entera en un día, incapaz de parar.
Tantos otros…
Como viejos amantes, como viejos amigos perdidos en el tiempo, su recuerdo late bajo mi piel, se suma a mi pulso, forma parte de mis fluidos y asfalta mis conexiones. Como viejos amigos, están ahí cuando les necesito.

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